HOMILÍA 33º DOMINGO DURANTE EL AÑO, CICLO A, 13 DE NOVIEMBRE DE 2011
La bondad de Jesús, nos sigue haciendo el bien que ni nosotros somos capaces de darnos cuenta. Su bondad nos hace tanto bien que es incontable los resultados de bien que nos ha hecho. Basta contemplar el Evangelio y ver sus gestos y sus palabras, todo invertido en pasar “haciendo el bien”, y como respuesta el Padre le dice cada vez, “entra” a mi intimidad.
La fidelidad de Jesús, es un bien al que sería muy absurdo darle la espalda. La fidelidad de Jesús al Padre ha dado el más alto resultado que un hombre haya podido alcanzar: la Resurrección y estar a la derecha del Padre, “en el gozo”. Su fidelidad hecha de esa actitud expresada en esa palabra que nos espanta y nos hace retroceder “obediencia”, “Padre… que se haga tu voluntad y no la mía”.
¿Cómo hacer para que ser un servidor bueno y fiel no genere en nosotros el sentimiento de inutilidad y desvalorización? Si Jesús es mi servidor bueno y fiel que invierte todo en mí. Y entonces, Él es el que merece mi respuesta de identificación con su modo de ser y de hacer, porque “el discípulo no puede ser que el Maestro” debe hacer lo mismo. Sin esta convicción las cosas no cambiarán. Estoy invitado a querer ser un “servidor bueno y fiel” que se haya reconfortado por tal invitación, que eso “poco” de la existencia sea para nosotros posibilidad de mucho más. El que cree en esto puede ver como de mucho recibe mucho más.
Este mundo tiene malos resultados por no interesarse suficientemente en ser servidores en la bondad y en la fidelidad. La agresividad, la desconsideración, la desvalorización, el estrés, la confrontación, la infidelidad, la ausencia de compromiso, y muchos otros síntomas, son fruto de la ausencia de una actitud servicial, bondadosa y fiel, convincente y genuina. Es un verdadero problema espiritual que parte de no aceptar a Dios como Servidor Bueno y Fiel sino como “exigente: que cosecha donde no ha sembrado y recoge donde no ha esparcido” y eso genera miedo que paraliza nuestra relación con Dios. Pero ese dios es una ilusión espejo de mis miedos. El Dios real y palpable es el que se da a sí mismo. Porque Dios nos confía lo que es suyo, y eso si o si es Él mismo, nunca algo sino Él mismo. Ese es el “más” que promete, porque no puede haber más que “entrar al gozo” de nuestro Dios y Señor, que nos invita a la mesa, a su mesa.
Así en cada Eucaristía entramos al gozo de nuestro Señor. Él se adentra en nosotros dándose por entero para que nosotros nos hagamos uno con ese don de sí mismo.
P. Sergio Pablo Beliera