El deseo de los griegos nos
resulta agradable, loable, deseable también a nosotros… La fama de Jesús se ha
extendido y estos hombres sinceros, desean conocerlo de forma personal y
directa… ¿Quién no?
Lo que resulta sorprendente es
la respuesta de Jesús. Para verlo, para conocerlo, nos propone el
enterramiento, la muerte, la experiencia de la destrucción total del la persona
en lo escondido de la tierra. Si no morimos quedamos solos, si morimos damos
mucho fruto… ¿Cómo llega Jesús a esas
conclusiones? ¿En que se sostienen semejantes afirmaciones que Él dice de sí
mismo? Sin duda que en las palabras cumplidas en Él, del profeta Jeremías: “Pondré
mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y
ellos serán mi Pueblo.”
Pero, Jesús no acaba allí su
respuesta. Nos involucra directamente. Nos quiere llevar con Él a esa
experiencia. Nos arrastra consigo… “El que tiene apego a su vida la perderá; y
el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida
eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi
servidor.” Es ciertamente sorprendente…
No nos coloquemos como oyentes
que conocen el contenido de lo que escuchan, pongamos oídos nuevos, como los
oídos de los discípulos que por primera vez escuchan semejantes declaraciones…
y que los involucra personal y comunitariamente. Sólo así podremos caer en la
cuenta de la gravedad, del peso, de la dimensión de la experiencia que Jesús está
haciendo y que nos propone hacer con Él… “…donde yo esté, estará
también mi servidor.”
Y si no nos alcanza lo dicho
hasta ahora para darnos la veracidad de la experiencia paradojal que Jesús vive
y nos propone, escuchemos una vez más con oídos limpios: “Mi
alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: “Padre, líbrame de esta hora”? ¡Si para
eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!”.” Un
alma alterada por el terror de la muerte cruenta, por la violencia humana
descargada sobre un cuerpo frágil sostenido sólo por la santidad del Nombre de
Dios… Un alma que quiere verse libre de semejante experiencia, pero conciente
que si no toma el riesgo de darlo todo ante el sufrimiento mayor, no podrá
saber que hay detrás, del otro lado, huirá como tantos otros… La hora es
claramente para Jesús la Pasión, la Crucifixión, la Muerte, la Sepultura, el
Silencio y la Soledad de tres días con sensación de interminables…
A eso se enfrenta Jesús… A eso
se enfrenta la humanidad… ¿Hay una salida
alternativa que evite tanto dolor, tanto sufrimiento injusto? No, no lo
hay… no se puede huir… ya lo han hecho otros y todo fracasó… Jesús se sabe el
último de los hombres que intentarán dar una respuesta diferente, única… Y por
lo tanto el primero de otros que vendrán detrás de Él para unirse al camino
nuevo… Es la conclusión a la que llegan los que han venido después: “Cristo
dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y
lágrimas, a Aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su
humilde sumisión.”
Todos luchamos por no morir,
porque queremos vivir, pero es una lucha perdida, todos tendremos que morir,
pero no porque sí, sino porque, “…aunque era Hijo de Dios, aprendió
por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, él
alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los
que le obedecen.” La muerte es el peor de los
sufrimientos a los que los hombres nos enfrentamos, por lo tanto es el peor de
los miedos que nos oprime, eludirlo es una manera de aumentar el dolor, de
prolongar la agonía de un alma que quiere vivir pero por medios y fines
genuinos…
¿Resistiré? Que Dios en la persona del Hijo
Jesús ha muerto, es un dato de la realidad. Pero no ha sufrido y muerto como
pretende proclamarlo una postura filosófica e ideológica, que aún intenta
convencernos que lo mejor es intentar a toda costa vivir por nosotros mismos y
de nosotros mismos, porque los dioses son traicioneros y, ya no los necesitamos
porque somos suficientemente adultos para arreglárnoslas solos y así brillen
nuestros logros. Los que aún lo intentan mueren en el intento y se llevan nada
de semejante opción…
La humanidad sigue murmurando
el ruido de esta opción sin querer escuchar el grito desgarrador de Jesús… “Dios
mío, Dios mío…” Sí es verdad, “Cristo
dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y
lágrimas…” no es una propuesta romántica o espiritualoide… No,
conlleva un realismo verdaderamente sorprendente, que sacude todos los
cimientos de nuestras construcciones humanas de ayer y de hoy… La muerte
cruenta de cristianos, de humanos en manos de humanos, es de un realismo que no
termina de despabilarnos de nuestra existencia de entretenimiento… Volvamos a
escuchar a Jesús hoy: “El que tiene apego a su vida la
perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para
la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará
también mi servidor.” Hiela la sangre y deja sin aliento…
Pero, esa no es la última
palabra, aunque sí es la anterior que no puede ser silenciada, para que
justamente la última resalte en su verdadera dimensión. Porque sólo así
dejaremos a Dios ser Dios en nuestras vidas y al Padre ser nuestro Padre en
nuestras existencias en riesgo…
La última palabra es clara y
abre una brecha en medio del desconcierto y que habrá que esperar: “Entonces
se oyó una voz del cielo: “Ya lo he glorificado y lo volveré a
glorificar”… Jesús respondió: “Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes… y
cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.
Ahora sí podemos rezar con
sinceridad: “Padre, te rogamos que tu gracia nos conceda participar generosamente
de aquel amor que llevó a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del
mundo.”
P.
Sergio-Pablo Beliera