“Al enterarse de eso, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas.” Quisiera invitarlos a no pasar por alto estas del Evangelio de hoy. Ellas guardan un secreto que estamos invitados a develar. Y la clave está en nuestra propia existencia, en nuestra universal experiencia de dolor frente al desencadenamiento de ciertos acontecimientos que nos descubren nuestro propio destino, el sentido de nuestra propia existencia, o por decirlo de otra manera, de lo inevitable, de lo que deberemos afrontar si o si en cualquier momento. “Eso” para Jesús, es la muerte fruto de la violencia del poder que se descargó sobre Juan el Bautista. Pero, “eso”, es sobre todo el afrontar la propia vocación, la propia misión 100%. Así, Jesús, está frente a la radical experiencia de que la vida se da y que muchas veces, quien la da, la tiene que dar en circunstancias de abandono, soledad y sufrimiento injusto.
Las posteriores palabras de Jesús a sus discípulos, “… denles de comer ustedes mismos.” No son una orden, un mandato, una imposición de autoridad; sino, la honda convicción de que la vida se da y se da en las circunstancias adversas. O dicho de otra manera, las circunstancias adversas ponen frente a nosotros la oportunidad de abrir nuestra libertad de dar la vida según la poseemos en ese momento, y según eso hay que darla toda. Jesús, les ofrece así a sus discípulos, su propia experiencia para que la hagan suya, para que sea su experiencia también.
Algunos quieren hacernos creer que la adversidad no existe, que no va a pasar nada, que todo se pasa lisa y llanamente y que por lo tanto nunca se me pedirá mi vida, nunca mi vida estará en dinámica de ofrenda, de ofrecimiento. Necedad humana o necesidad humana de no ver las cosas tal cual son y en su mayor riqueza y abundancia.
¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor. Estas palabras de Pablo, que reflejan su propia experiencia, son la reafirmación de que “eso” llegará y deberá encontrar una respuesta que deberá ser buscada en la hondura del desierto en la experiencia de la soledad. Solo seremos inmunes, si damos la vida de la misma forma que la da Jesús, el Señor.
A la luz de esto, la Eucaristía pues, no es un rito, sino un acontecimiento en el que Jesús y nosotros hacemos la experiencia de darnos y recibirnos transformados en pan que alimenta hasta la radicalidad de la existencia en su totalidad. Así, la compasión de Jesús lejos de ser un sentimiento, es su comprensión de la realidad, es una acción desencadenada que nos pone a todos en la dinámica de darnos por entero desde nuestra radical insuficiencia y pobreza, pasando por las manos del Dios Encarnado, que tomando lo que somos, nos eleva, nos bendice y nos parte para ser repartidos cada uno hasta que se sacie por la acción de Dios.
Cuando celebramos la Eucaristía, nos hacemos Eucaristía, Alimento bendito de Dios para el hambre que aquí y ahora están experimentando nuestros hermanos. Entonces si, las palabras del profeta Isaías se harán plena realidad en nosotros, cuestionando y respondiendo a la vez la más profunda hambre y sed de nosotros y nuestros contemporáneos: ¡Vengan a tomar agua, todos los sedientos, y el que no tenga dinero, venga también! Coman gratuitamente su ración de trigo, y sin pagar, tomen vino y leche. ¿Por qué gastan dinero en algo que no alimenta y sus ganancias, en algo que no sacia? Háganme caso, y comerán buena comida, se deleitarán con sabrosos manjares. Presten atención y vengan a mí, escuchen bien y vivirán. Yo haré con ustedes una alianza eterna, obra de mi inquebrantable amor a David.
P. Sergio Pablo Beliera
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