HOMILÍA 3º DOMINGO DE CUARESMA, CICLO B,
11 DE MARZO DE 2012
“Yo soy el
Señor, tu Dios, que te hice salir… de un lugar de esclavitud. No tendrás otros
dioses delante de mí”.
En las etapas de la vida espiritual, Dios, como
Padre amoroso, vuelve a recordarnos de donde partimos y vuelve a hacernos
partir cuantas veces sea necesario para que completemos nuestro camino de
liberación, que es la Comunión plena con Él.
La experiencia de la liberación, es una
experiencia de partida. Es una partida hoy hacia el futuro, que ya se hace
presente al darse comienzo el salir hacia… Es el Padre, quien ha escuchado
nuestro clamor, el peso de nuestra esclavitud espiritual e histórica. Y por eso
se pone delante de nosotros para conducirnos como Padre y Pastor hacia el lugar
de la libertad definitiva.
La liberación, es propiamente para el hombre,
la experiencia de Dios que se acuerda de nosotros y nos saca de lo que nos
oprime. Dios es así salida, partida, camino a emprender, futuro… frente a
nuestro inmobilismo, nuestro estar detenidos, nuestra desesperanza, nuestro sin
futuro… Cuando Dios se pone en marcha, nos pone el marcha.
La liberación es la experiencia de Dios, en la
que Dios, toma el camino de reencuentro con su pueblo por el amor con el que lo
engendró. Dios experimenta la liberación como la acción de sacar, de tomar y
extraer el peso insoportable, para ponernos en un camino de reeducación en la
relación con Él, con los demás y con nosotros mismos.
La liberación es así un nuevo aprender lo que
estaba y fue borrado por el paso del tiempo, el desarraigo, y la connivencia
con lo que no es parte de nuestra identidad. La liberación es así, un gran acto
de restauración total del ser y del hacer. ¿Qué
he construido sin Dios y me esclaviza?
La experiencia de Jesús en su subida a la
ciudad santa de Jerusalén, es la de liberar al hombre de la falsa y
distorsionada experiencia de Dios: “Jesús
subió… y encontró en el Templo a los vendedores... Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo…; desparramó
las monedas de los cambistas, derribó
sus mesas y dijo a los vendedores de
palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa
de comercio"… Jesús les respondió: "Destruyan
este templo y en tres días lo volveré a levantar".” Los verbos
muestra claramente la acción reeducativa de Jesús, llevado por el amor apasionado
a su Padre y la Casa donde Él moraba. ¿Qué
hago yo para que mi relación con Dios sea un comercio?
Pero, con Jesús todos debemos reemprender el
camino de un nuevo aprendizaje, porque somos llevados por Jesús a un nuevo
nivel, incomprensible para nosotros ahora, pero que ya está sucediendo y
perdurará por siempre. Porque lo que sucede en el Templo nos habla de otra
cosa, de algo más real y vital que nos involucra totalmente, porque ese Templo
ahora es su humanidad, y por lo tanto nuestra humanidad que está siendo
restaurada en la suya.
Todo en Jesús queda rehecho en su cuerpo
resucitado, Dios mora ahora en la humanidad de Jesús. Ya no hay un Dios que el
hombre deba buscar en un lugar, sino que debe buscar en Jesús, en quien hemos
sido transformados por sus signos y sus palabras y que viene a nosotros
permanentemente. Porque hoy, el celo por la Casa del Padre, Jesús lo vive en
nosotros, en esa casa que hemos abandonado yendo detrás de otros dioses y otras
reglas de vida. Si hemos puesto otras cosas delante de nosotros que no sea a
Jesús mismo y si hemos seguido otros mandatos que no sea su vida -que es
nuestra regla de vida-, debemos animarnos a que Jesús diga en nosotros y
nosotros decir con Él, con total convicción: “Destruyan este templo y en tres
días lo volveré a levantar”. Debemos dejar que Jesús, por su Palabra,
por sus Sacramentos, por la Caridad fraterna, levante bien en nosotros lo que
nosotros no hemos sabido levantar.
Jesús nos educa y nos reeduca a la vez. Nos
educa y encausa en lo que tenemos que aprender por novedoso y fuera de nuestro
alcance: “Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había
dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.”
Y nos reeduca de lo que hemos aprendido mal y se nos ido haciendo cotidiano y
normal: “"Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de
comercio"… "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a
levantar".” Porque, solo Jesús puede liberarnos de nuestros falsos
dioses y caminos de salida, ya que Él es la experiencia o realización viviente
de una humanidad liberada, bajo el influjo amoroso del Padre, la novedad total
levantada de manera definitiva, que se nos ofrece como partida y liberación.
Nuestro deseo de darle su lugar a Dios en nuestras
vidas y experimentar su liberación, debe reencontrarse con el deseo de Dios de
volvernos a levantar como un templo definitivo en el que él pueda habitar y en
el que yo pueda encontrarme con Él por su nueva y definitiva proximidad en
Jesús.
P. Sergio Pablo Beliera
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