HOMILÍA 12 º
DOMINGO TIEMPO ORDINARIO, CICLO B, SOLEMNIDAD NACIMIENTO JUAN BAUTISTA, 24 DE
JUNIO DE 2012
“No hay nadie en tu familia que lleve ese
nombre”… Sin duda alguna, esa experiencia en la que podemos decir que
somos singulares, únicos e irrepetibles, es uno de los grandes momentos de la
existencia. En el confluye todo lo que hemos recibido, lo que hemos llegado a
ser hasta ese momento y lo que seremos hasta el final.
La experiencia de ser singulares hace a ese
momento singular y necesario de ser recordado. Es un gran momento en el que
todo cobra sentido. En el que experimentamos la mano de Dios sobre nuestras
vidas por siempre. Cobramos una fuerza imparable y una alegría inigualable. No
se conocen los obstáculos como tales y todo lo experimentamos como posible y lo
vivimos con gran resolución. Es un momento nítido y luminoso, que ha venido
para quedarse en nuestras vidas y marcarnos para siempre. ¿Puedo reconocer ese momento en mi existencia? ¿Qué se puso en marcha
en mí?
Este es el momento vocacional del que dependen
todos los demás. Experiencia original que nos abre a la experiencia de poder
decir con claridad: “El Señor me llamó desde el vientre materno, desde el vientre de mi
madre pronunció mi nombre.” No hay felicidad posible y sustentable en
el hombre sin esta experiencia que somos amados, bendecidos, llamados,
elegidos, hechura de la mano de Dios desde el vientre de nuestra madre. Ese
momento único e irrepetible, hace que todas las experiencias vividas en ese
lugar y tiempo se vuelvan únicas e irrepetibles. Desde esas experiencias
partimos a la existencia toda, y por eso su valor. Poder ser concientes de esta
experiencia, poder nombrar esa experiencia, poder comprenderme hecho desde el
seno materno para lo que he recibido como vocación, es una maravilla que
resuelve la unidad de nuestra existencia y sus potenciales despliegues
continuos. ¿Qué hemos llegado a ser desde
ese seno materno? ¿En que consiste mi experiencia inicial, inicio de todos mis
sucesivos inicios? ¿He alcanzado esa sagrada comprensión de mi existencia?
“Él hizo de mi…” ¿Puedo nombrar lo
que Él hizo de mí? ¿Qué hizo Él de mí? ¿Cómo podría describirlo? Cada uno puede
tener una lista propia de todo lo que puedo reconocer que “Él hizo de mi…”, y
llorar o reír a partir de ello, dar gracias o dolerme… Pero si fue Él quien lo
hizo podré reconocer que no ha hecho más que bien conmigo y que no todo lo que
me ha hecho sufrir lo hizo Él y que muchas de mis alegrías no lo hizo Él, y que
por lo tanto debo recuperar lo que verdaderamente “Él hizo de mi…”,
distinguiendo claramente su mano, su deseo, su trazo, su presencia, su amor por
mi… Sin esta experiencia es muy difícil al hombre dar el paso siguiente de toda
existencia, el darse a los demás como “Él hizo de mi…”
“Él me dijo: "Tú eres mi Servidor… por
ti yo me glorificaré".” Y, “…la mano del Señor estaba con él. El niño
iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos
hasta el día en que se manifestó…” En mucho y de diversos modos podemos
alcanzar esta comprensión de nosotros mismos y de nuestra historia, escuchar la
música particular que la acompaña, los silencios y las brisas que la acompañan,
la luz y las sombras que la definen. Pero una y otra vez, experimentamos que
solo desde esa comprensión podemos darle lo mejor de nosotros mismos a los
demás sin perdernos a nosotros mismos ni entretener innecesariamente a los
demás.
Dejamos de vivir en los márgenes de la
existencia y podemos situarnos en nuestro lugar sabiendo que desde allí podemos
alegrar y dar sentido a la existencia de los que nos rodean, podemos hacer
brillar tantas vidas opacadas por la mirada informe y carente de sabiduría que
aparecen a la vuelta de la esquina o en cualquier conversación de que
desconozca que tenemos una misión impresa en nuestra vocación y que esta
necesita si o si un tiempo de crecimiento, de fortalecimiento, de preparación,
de ocultamiento hasta el momento de su manifestación. Solo a ese tiempo,
podremos manifestarnos con la llamada impresa en nuestro origen y que nos ha
sido confiada para servicio de nuestro tiempo y regocijo de todos incluyendo a
Dios mismo. ¿Podemos ver este proceso en
nosotros? ¿Podemos reconocernos en la mano de Dios? ¿Cuál es mi vocación de
servidor y de manifestación de la grandeza de Dios?
La propia existencia comprendida así es
maravillosa y plenifica a quien la vive y a quienes lo rodean. Nada de nuestra
existencia es neutro, todo puede contribuir u obstruir la obra de Dios en mí y
de los que Dios ha puesto en mi existencia. Cantemos pues con el salmista: “Tú
creaste mis entrañas, me plasmaste en el vientre de mi madre: te doy gracias
porque fui formado de manera tan admirable. ¡Qué maravillosas son tus obras!”
P. Sergio Pablo Beliera
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