domingo, 24 de junio de 2012

HOMILÍA 12 º DOMINGO TIEMPO ORDINARIO, CICLO B, SOLEMNIDAD NACIMIENTO JUAN BAUTISTA, 24 DE JUNIO DE 2012


HOMILÍA 12 º DOMINGO TIEMPO ORDINARIO, CICLO B, SOLEMNIDAD NACIMIENTO JUAN BAUTISTA, 24 DE JUNIO DE 2012


“No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre”… Sin duda alguna, esa experiencia en la que podemos decir que somos singulares, únicos e irrepetibles, es uno de los grandes momentos de la existencia. En el confluye todo lo que hemos recibido, lo que hemos llegado a ser hasta ese momento y lo que seremos hasta el final.
La experiencia de ser singulares hace a ese momento singular y necesario de ser recordado. Es un gran momento en el que todo cobra sentido. En el que experimentamos la mano de Dios sobre nuestras vidas por siempre. Cobramos una fuerza imparable y una alegría inigualable. No se conocen los obstáculos como tales y todo lo experimentamos como posible y lo vivimos con gran resolución. Es un momento nítido y luminoso, que ha venido para quedarse en nuestras vidas y marcarnos para siempre. ¿Puedo reconocer ese momento en mi existencia? ¿Qué se puso en marcha en mí?
Este es el momento vocacional del que dependen todos los demás. Experiencia original que nos abre a la experiencia de poder decir con claridad: “El Señor me llamó desde el vientre materno, desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre.” No hay felicidad posible y sustentable en el hombre sin esta experiencia que somos amados, bendecidos, llamados, elegidos, hechura de la mano de Dios desde el vientre de nuestra madre. Ese momento único e irrepetible, hace que todas las experiencias vividas en ese lugar y tiempo se vuelvan únicas e irrepetibles. Desde esas experiencias partimos a la existencia toda, y por eso su valor. Poder ser concientes de esta experiencia, poder nombrar esa experiencia, poder comprenderme hecho desde el seno materno para lo que he recibido como vocación, es una maravilla que resuelve la unidad de nuestra existencia y sus potenciales despliegues continuos. ¿Qué hemos llegado a ser desde ese seno materno? ¿En que consiste mi experiencia inicial, inicio de todos mis sucesivos inicios? ¿He alcanzado esa sagrada comprensión de mi existencia?
“Él hizo de mi…” ¿Puedo nombrar lo que Él hizo de mí? ¿Qué hizo Él de mí? ¿Cómo podría describirlo? Cada uno puede tener una lista propia de todo lo que puedo reconocer que “Él hizo de mi…”, y llorar o reír a partir de ello, dar gracias o dolerme… Pero si fue Él quien lo hizo podré reconocer que no ha hecho más que bien conmigo y que no todo lo que me ha hecho sufrir lo hizo Él y que muchas de mis alegrías no lo hizo Él, y que por lo tanto debo recuperar lo que verdaderamente “Él hizo de mi…”, distinguiendo claramente su mano, su deseo, su trazo, su presencia, su amor por mi… Sin esta experiencia es muy difícil al hombre dar el paso siguiente de toda existencia, el darse a los demás como “Él hizo de mi…”
“Él me dijo: "Tú eres mi Servidor… por ti yo me glorificaré".” Y, “…la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó…” En mucho y de diversos modos podemos alcanzar esta comprensión de nosotros mismos y de nuestra historia, escuchar la música particular que la acompaña, los silencios y las brisas que la acompañan, la luz y las sombras que la definen. Pero una y otra vez, experimentamos que solo desde esa comprensión podemos darle lo mejor de nosotros mismos a los demás sin perdernos a nosotros mismos ni entretener innecesariamente a los demás.
Dejamos de vivir en los márgenes de la existencia y podemos situarnos en nuestro lugar sabiendo que desde allí podemos alegrar y dar sentido a la existencia de los que nos rodean, podemos hacer brillar tantas vidas opacadas por la mirada informe y carente de sabiduría que aparecen a la vuelta de la esquina o en cualquier conversación de que desconozca que tenemos una misión impresa en nuestra vocación y que esta necesita si o si un tiempo de crecimiento, de fortalecimiento, de preparación, de ocultamiento hasta el momento de su manifestación. Solo a ese tiempo, podremos manifestarnos con la llamada impresa en nuestro origen y que nos ha sido confiada para servicio de nuestro tiempo y regocijo de todos incluyendo a Dios mismo. ¿Podemos ver este proceso en nosotros? ¿Podemos reconocernos en la mano de Dios? ¿Cuál es mi vocación de servidor y de manifestación de la grandeza de Dios?
La propia existencia comprendida así es maravillosa y plenifica a quien la vive y a quienes lo rodean. Nada de nuestra existencia es neutro, todo puede contribuir u obstruir la obra de Dios en mí y de los que Dios ha puesto en mi existencia. Cantemos pues con el salmista: “Tú creaste mis entrañas, me plasmaste en el vientre de mi madre: te doy gracias porque fui formado de manera tan admirable. ¡Qué maravillosas son tus obras!”

P. Sergio Pablo Beliera

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