lunes, 27 de agosto de 2012

HOMILÍA 21° DOMINGO TIEMPO ORDINARIO, CICLO B, 26 DE AGOSTO DE 2012


HOMILÍA 21° DOMINGO TIEMPO ORDINARIO, CICLO B, 26 DE AGOSTO DE 2012
"¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?" Cuantas veces nosotros mismos nos hemos hecho esta pregunta frente a la propuesta de Jesús a lo largo y ancho del Evangelio. Y sin duda que debe es así, porque así como muchos se van afianzando en el seguimiento y unión con Jesús y su propuesta de vida al escuchar su enseñanza, muchos otros van dejando en el camino porque se creen incapaces de este seguimiento y de esta unión y su propuesta de vida.
Hay una parte de nuestra humanidad que se resiste a vivir de la propuesta de Dios, que se revela a tener que vivir una libertad en comunión y reclama para si una libertad individual. Otra parte de nuestra humanidad encuentra en la libertad en comunión con Dios un camino verdaderamente liberador y que responde a la esencia de lo que somos.
Jesús, frente al rechazo, mantiene su propuesta, no se desdice porque su propuesta es su experiencia. El se experimenta viniendo del Padre, y nos experimenta a nosotros como llevados por el Padre a Él. Esa es la forma de nuestra Eucaristía: Jesús es dado por el Padre se entrega y desciende a nosotros desde la Liturgia de la Palabra hasta la Comunión inclusive. Y desde el Padre nuestro en adelante, nosotros vamos hacia Jesús llevados por el Padre, para unirnos a Él en la Comunión.
Si la unión del varón y la mujer, puede dar vida… ¡Qué puede surgir de nuestra unión con Jesús en la Eucaristía!
La Eucaristía permanece como un recinto, en el que vivimos la experiencia de Jesús dado por el Padre y entregado a su entera voluntad; y la entrega del Padre a nosotros de su Hijo Amado como Pan de Vida y Bebida de Salvación, para nuestra libertad en la Comunión por la que somos asimilados por el Hijo a su vida y destino, a su pensamiento y voluntad, a su fuerza y existir.
Jesús, no nos entrega su Carne meramente histórica –lo cual sería un mero recuerdo después de dos mil años- sino su Carne vivificada por el Espíritu, su Carne resucitada y glorificada por el Padre. Su Carne de hombre está vivificada por su Vida de Hijo que permanece unido al Padre en Espíritu y en Vida. Por la Eucaristía nos hacemos Espíritu y Vida con Él. ¡Impresionante posibilidad y regalo!
Regalo, no fácil de asimilar por nuestra tentación a la omnipotencia, al ego, que nos sopla el mal espíritu de suponer que si nos lo proponemos podemos vivir por nosotros mismos hasta nuestra propia vida espiritual. La sensatez de los creyentes, que sostiene la Iglesia en su conjunto, manteniéndose fiel a la Eucaristía tal cual Jesús esta dispuesto a entregárnosla, queda de manifiesto en nuestro permanecer en la presencia Eucarística de Jesús en la Celebración, en la Comunión y en la Adoración, que asimilada por el creyente, hace del creyente una eucaristía viviente en el y de el.
De ahí, que podemos hacer nuestras las palabras de Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios". Decidimos permanecer en la promesa de Jesús por más incomprensible a la mente y a la forma de realización que nos parezca. Nos entregamos confiados a Él “el Santo de Dios”. Todo está realizado en Él. Todo el designio de amor del Padre puede realizarse en nosotros por la Eucaristía.
En cada Eucaristía venimos a renovar esta confesión de fe, venimos a celebrar esta confesión de fe, venimos a comulgar esta confesión de fe, venimos a adorar esta confesión de fe, en la Comunión plena y total que el Señor Jesús nos ofrece en la Eucaristía de su Carne y de su Sangre vivificadas por el Espíritu, que se hace para nosotros Espíritu y Vida. Porque como nos enseña Jesús: “la carne de nada sirve” si no está vivificada por el Espíritu que es Vida. Y nuestra carne solo se vivifica por la Carne y la Sangre de Jesús que es Espíritu y Vida, y asimilado por mí en la Celebración, Comunión y Adoración. Sólo así, comemos la totalidad de la Carne y de la Sangre de Vida ofrecida por Jesús.
Señor, a pesar de mí mismo, quiero vivir de tu Cuerpo y de tu Sangre vivificadas por el Espíritu en cada Eucaristía. No me quiero apartar de este encuentro contigo. Ayúdame a permanecer en la Eucaristía por amor a ti, que te entregas por nosotros y en quien encontramos nuestra morada porque “solo tu tienes palabras de Vida eterna.” En mi pobreza, quiero hacerme una sola carne y espíritu contigo. Amén

P. Sergio-Pablo Beliera

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