Homilía 32 º Domingo
Tiempo Ordinario, Ciclo B, 11 de noviembre de 2012
Comencemos por el final: “dio… todo lo que
tenía para vivir.” Hasta
dar la vida. Todo lo que tengo para vivir, puesto en el tesoro de Dios como
acto de entrega y confianza en el Dios de la vida y no de la muerte.
“…dio todo lo que poseía.” Los que se aferran a su seguridad
económica y social negándose a dar todo por temor a perder su seguridad están
poniendo de manifiesto una profunda desconfianza en quien puede darles más y
mejor de lo que ellos han conseguido con su propio esfuerzo.
Pero debemos admitir que solo se puede poner en
riesgo todo lo que se tiene para vivir, si Dios lo pide y lo pone delante de
nosotros como opción. Cuando damos todo a quienes no son Dios y negamos darlo todo
a Dios, nuestra fe declina, nuestra esperanza se ve herida de muerte y nuestra
caridad se ha evaporado.
Dar todo a Dios es un acto de sensatez de la inteligencia y de madurez en la
fe, que permite vislumbrar un horizonte mayor que el que se tiene, y a la vez
elevarse hacia el Cielo en un acto de gratuidad y desprendimiento que nos
libera de toda atadura.
Dios es la pobre viuda que en la persona de
Jesús da todo lo que tenía para vivir para que el amor verdadero se ponga de
manifiesto. Dios es la pobre viuda que dio todo lo que poseía, a su propio
Hijo, así mismo. Dios es la pobre viuda que da de su indigencia, la humanidad
pobre y despojada de poder asumida en la persona de Jesús.
Necesitamos seguir el camino de Jesús, que como
pobre viuda, nos invita a darlo todo sin discriminación. Sin pena. Sin
tristeza. Sin violencia. Sin altanería. Sin vanagloria. Sin pedir la inmediata
retribución.
Esperando como Jesús, solo de Dios la
respuesta a su tiempo. El tiempo que necesitó la viuda de Sarepta, “Ella
se fue e hizo lo que le había dicho Elías, y comieron ella, él y su hijo,
durante un tiempo”, es
también el tiempo que necesitamos nosotros para aunarnos con Jesús en una
actitud de esperanza en el Dios que no puede dejar de ver, que no puede dejar
de tener en cuenta, que no puede dejar de escuchar, que no puede dejar de
conmoverse, que no puede dejar de prestar atención. Dios hace de nuestros
tiempos su tiempo y así nosotros vamos haciendo de sus tiempos nuestros
tiempos.
La llamada es clara y fuerte, nítida y
referencial. Se refiere a Él y por eso se refiere a nosotros, se refiere a
nosotros y por eso se refiere a Él.
Esta es tal vez una de las faltantes más
importantes de los hombres religiosos de ayer y de hoy, la ausencia de
comprensión que Dios hace de nuestra historia su historia y de su historia
entre nosotros nuestra historia. Es una riquísima correspondencia de vidas,
anhelada, deseada y propuesta por Dios desde el principio.
Jesús no puede experimentarse representado cuando
somos mezquinos que dan de lo que les sobra y ya no necesitan. Jesús no puede
experimentarse representado cuando somos egoístas que calculan lo que dan.
Jesús no puede experimentarse representado cuando somos autosuficientes que se
regodean en lo que dan y lo ponemos de manifiesto delante de todos para ser
reconocidos. Jesús no puede experimentarse representado cuando somos los que
dan haciendo sentir su poder imponiendo condiciones y generando sumisión.
Jesús, y por lo tanto nosotros, solo podemos
experimentarnos representados en el dar “hasta el extremo” porque estamos
sostenidos por un Padre que ama a sus hijos y se les da todo; en el dar
poniendo todo en riesgo porque somos sostenidos por la esperanza en un Padre
providente; en el dar de nuestra indigencia, de todo lo que se posee, de todo
lo que se tiene para vivir, porque somos más que nuestra indigencia, que lo que
poseemos y que la vida que conocemos, porque nuestro límite no es un límite
para el Padre que pone todo en riesgo por nosotros.
Si como seguidores de Jesús, si como discípulos
de Jesús, si como amantes de Jesús, si como imitadores suyos no somos capaces
de reconocer que Él nos da dado todo desde “su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo
que tenía para vivir”, nunca podremos darnos desde nuestra indigencia
habitual, todo lo que poseemos aún no siendo nuestro, de todo lo que tenemos
para vivir y nos fue dado y nos seguirá siendo dado.
Señor
Jesús, indigente, desposeído y donador de la propia vida, dame poner la mirada
en Ti y no negarle nada al Padre de lo que he recibido, como Tú que lo has dado
todo de la indigencia de Tu humanidad, de lo poco que tenías, toda tu vida. Tú
como pobre viuda has perdido a los que amabas y has venido a nosotros para
recuperar con tu pobreza a aquellos que están dispuestos a darte una respuesta
de amor y no dejarte ya solo.
P. Sergio-Pablo Beliera
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