Homilía Solemnidad Inmaculada Concepción de la
Virgen María, Ciclo C, 8 de diciembre de 2012
¿Qué provoca un sí? ¿Cuál
es su valor intrínseco de un sí? ¿Qué define un sí? Estas y otras
preguntas provocan el Sí de Dios a María y el sí de María a Dios, y sus
innegables consecuencias.
Todo está cerca de un sí. Un sí provoca una cercanía y una posibilidad
indiscutible. Abre puertas y ventanas, horizontes, espacios, se sale de las
agujas del reloj, nos interna en otra dimensión.
El valor de un sí se mide en la improvabilidad de tomar nota de sus
consecuencias en el futuro y provocar la experiencia de lanzarse a él en la más
absoluta confianza. Un sí mueve lo que nada puede mover, porque un sí es puro
movimiento en la confianza absoluta e indeclinable de ser un sí.
Un sí nos traslada a lo impensable e inimaginable que solo el tiempo
y sus infinitos encadenamientos provocarán y desplegarán. Un sí tiene el valor
incalculable de ser un sí aquí y ahora, que no puede borrarse y que por lo
tanto está llamado a dar un fruto a su debido tiempo.
Si comprendiéramos el valor de un sí y lo que ello puede llegar a
generar, difícilmente nos atreveríamos con facilidad a un no. Si valoráramos
justamente el peso de un sí y su capacidad de inclinar la balanza, difícilmente
nos negaríamos a cargar el peso correspondiente y ha optar por un no. Un sí nos
libera de las cadenas de los desconocido y nos lanza a conquistarlo, un no nos
esclaviza en lo conocido y nos impide avanzar, explorar. El sí se adentra y
construye la historia, el no se encierra en sí mismo y nos hace niega toda
opción. Esa es la experiencia del principio: “Después que el
hombre y la mujer comieron del árbol que Dios les habría prohibido, el Señor
Dios llamó al hombre y le dijo: "¿Dónde estás?". "Oí tus pasos
por el jardín, respondió él, y tuve miedo porque estaba desnudo. Por eso me
escondí"”.
Un sí tiene un origen remoto, imperceptible para quien lo da. Ha
nacido remotamente y por eso puede hoy madurar en un sí pronunciable, no
proviene de la nada. Un sí es engendrado como sí por Dios en nosotros, y da su
fruto de sí cuando este nos lo reclama, para provocar una cadena de sí cuyo
fruto final no está a nuestro alcance. Podemos decir sí pero no somos dueños de
él; ese sí está en nosotros antes de ser pronunciado por nosotros. Así lo
transmite Pablo: “…nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el
cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que
fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor.”
María es el sí de Dios, engendrada como sí total desde sus entrañas,
para dar el sí de la confianza inicial de la Encarnación y el sí total de la
Pasión, para recibir gratuitamente el sí total de Dios en su Asunción. Un sí
que nos ha traído a Jesús al mundo y que lo ha hecho a Él nuestro Sí total
desde el principio y para siempre.
Dejar a Dios sembrar su Sí en nosotros, es darnos la posibilidad
cierta de darle nuestro sí a Él en la hora y el momento justo y adecuado.
Nosotros, como María, vivimos del Sí de Dios en nosotros. Un Sí de Dios que
provoca un sinfín de sí en mi, en los que me rodean, y son receptores
inmediatos y mediatos de él.
María es Pura porque se mantiene en ese sí y vive de ese sí. Su sí,
no es mágico, su sí está hecho de la sustancia de Dios, y es lo que es porque
permanece sujeto a su fuente y es dado cada día. "¡Alégrate!,
llena de gracia, el Señor está contigo".
María es Inmaculada porque se sujeta al Sí de Dios en su existencia
y lo propaga con su ser y su hacer irradiando una integridad impensada por el
hombre, pero deseada por Dios y por el hombre.
El Sí de Dios a María la hace Pura e Inmaculada, no para sí, sino
para que desde Ella llegue a nosotros y provoque en nosotros su misma
experiencia. El sí se María a Dios nos representa y hace decir sí antes de
pronunciarlo para poder pronunciarlo a nuestro tiempo.
Como en María, solo el Sí de Dios en la pura incondicionalidad y
gratuidad, puede provocar en nosotros un sí que abrace la totalidad
inalcanzable e inaccesible por nosotros. "Yo soy
la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra".
Un sí al estilo de María en respuesta al Sí de Dios en su existencia
provoca una cadena de sí que llegando hasta nosotros nos pone a nosotros en la
misma dinámica de dar un sí que provoque otros tanto sí y no se detenga la obra
de Dios en nosotros y entre nosotros.
Señor, que has impreso tu Sí en nosotros, en
mí, hazme decir ese sí que tiene su fuente en tu Sí y sea así yo digno siervo
tuyo y discípulo de tu Sí con mi pobre pero necesario sí. Dame la pureza de un
sí diario y definitivo que me atraviese por entero y llega a Ti inmaculado como
Tu lo haz puesto. Amén
P. Sergio- Pablo Beliera
No hay comentarios:
Publicar un comentario
"Solo lo que construye merece ser dicho y escrito"