domingo, 19 de febrero de 2012

HOMILÍA 7º DOMINGO TIEMPO ORDINARIO, CICLO B, 19 DE FEBRERO DE 2012


HOMILÍA 7º DOMINGO TIEMPO ORDINARIO, CICLO B, 19 DE FEBRERO DE 2012
Creo que cabría preguntarse de cara a nuestra realidad circundante: ¿Quién se ocupa del alma de la ciudad? La ciudad por estar habitada por hombres tiene el alma que los hombres de su época le dan. Es en la ciudad donde los hombres comparten su alma y ponen en un juego de intercambio el despliegue de su alma o el repliegue de la misma.
Por lo mismo, nos preguntamos: ¿Quién llega a los lugares profundos del hombre? El hombre tiene una hondura, una hondura habitable. Lo que habite esa hondura es proporcional a lo que el hombre le ofrezca a su propia existencia y a los demás.
Entonces, podemos decir que el bienestar del hombre no está meramente en la tranquilidad de su conciencia, sino en no tener obstáculos en su relación con Dios. O dicho de otro modo, en el despliegue de “las alas del alma” que vuela hacia Dios.
Y sin perdón no hay relación fructífera con Dios. Somos paralíticos por dentro en nuestra relación con Dios si no recibimos perdón. Somos penitentes sin quien nos perdone.
Cuando desciendo en mí, es para encontrar en lo profundo ya a Jesús en el centro de la casa haciendo el bien. No hay una profundidad humana que no habite el Dios de Jesús. Digamos que no hay profundidad humana plena si no encuentro a Jesús en ella.
Y, me es imposible descender a Jesús en lo profundo del alma sin ayuda, sin la ayuda de 4 amigos. Estos 4 amigos me llevan a Jesús, me cargan bajo la convicción de una fe que se dirige a Jesús, porque solo tiene que ver con Jesús. Fe es solo la que se dirige a Jesús aún sin saberlo.
Hay en nuestra existencia 4 amigos que nos llevan a Jesús:
-       la experiencia de que nada puedo por mí mismo, debo ser llevado, debo ser cargado, frente a mi postración, frente a mi parálisis.
-    la experiencia de no darse por vencido frente a los obstáculos objetivos que la vida me presenta y que desafían a mi orientación.
-    la experiencia de dejarse llevar por la creatividad de la inteligencia y de la voluntad para levantar los obstáculos y abrir camino hacia Jesús. Es el movimiento ascendente el que me lleva hacia la posibilidad de descender y salir a lo llano del camino.
-       la experiencia de dejarme hacer descender hacia el punto en el que se encuentra Jesús para quedar frente a Él totalmente expuesto en mi impotencia.
Pero nadie desciende a Jesús sin recibir de Jesús una rehabilitación completa que comienza desde el interior hacia el exterior. “Tus pecados son perdonados”, es la expresión de que somos profundamente comprendidos. Pero Jesús al perdonarnos de manera pública invita a los demás a dejarse perdonar y a perdonarme. Ya no estoy solo frente a mi pecado solo reconocible por Jesús, sino que no estoy solo tampoco frente al perdón recibido. Ahora sí, el penitente que hay en mí recibe el perdón que necesita y me saca de mi parálisis a mi siendo perdonado y los demás perdonándome.
Ahora Jesús, nos ayudará a enfrentar a las voces que cuestionan la presencia de Dios actuando en Jesús en mí vida. El perdón de Dios ya no está distante sino que se hace cercano en la humanidad de Jesús. Si no acepto la humanidad de Jesús en la que Dios está perdonando, no estoy aceptando que mi humanidad pueda ser perdonada.
Es entonces que Jesús nos brinda 4 nuevos amigos para el camino que emprendemos:
-       recibir con docilidad el mandato, la palabra de Jesús que me da una orientación, cambiando ya las voces de los demás sobre mí para dejarme llevar por la voz de Jesús.
-       levantarse y ya no mirar hacia el pasado, saliendo plenamente de nuestra postración frente a los hombres, cambiando la mirada de los demás sobre mí por la mirada de Jesús sobre mí.
-    tomar los instrumentos que me ayudaban en mi pasado como quien carga con dulzura y bondad los signos de nuestra carencia y no perder nuestra memoria de radicalmente necesitados de Dios.
-       irse hacia la forma de vida que hemos elegido y vivir allí plenamente nuestra nueva realidad interior y exterior, poniendo nuestra renovada capacidad de Dios al servicio de los demás.
“¡Nunca hemos visto nada igual!”

P. Sergio Pablo Beliera

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