HOMILÍA 5º DOMINGO DE PASCUA, CICLO B, 6
DE MAYO DE 2012
Podríamos partir desde la afirmación: en la
medida que la relación interpersonal se va haciendo más plena, la otra persona
se va internalizando en nosotros a tal punto que vive en nosotros y nosotros en
ella. Es la experiencia de amor más poderosa que podamos conocer mientras
transcurrimos en esta vida y que se parece a lo que no perecerá jamás.
Poco a poco el Jesús Resucitado se va haciendo
resurrección en nosotros. Y ya no hablamos del Resucitado sin hablar de
nosotros mismos y no podemos hablar de nosotros mismos sin el Resucitado.
Esto es posible gracia a la apertura mutua entre las personas. La apertura es un
reconocimiento de la identidad del otro, de su vocación y misión en nuestra
vida común. Jesús hoy manifiesta esa identidad -que el reconoce en sí mismo, en
el Padre y en nosotros- al decir: “Yo soy la
verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos…”. El viñador planta la vid para que sus
sarmientos den fruto. Hay una mutua apertura y un sentido mutuo que nos entrelaza
a los tres.
Esa apertura nos lleva a la mutua recepción. Ser receptivo de lo que
se es nos centra en nuestra vocación y misión, asumiéndolas como un todo que
nos enriquece. Recibo todo del viñador, recibo todo de la vid, recibo todo del
sarmiento. “Así como el
sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no
permanecen en mí…” Al recibirlo y ser recibido nace una
mutua receptividad que nos entrelaza. De nos recibir la totalidad del otro nada
sería posible.
Gracias a la mutua convivencia que hace que el intercambio produzca un
intercambio interno que es generador de vitalidad. “Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes.” La
mutua convivencia nos va haciendo más unos a los otros y vamos amoldándonos más
y más al ser y hacer del otro.
Gracias a la experiencia de despojo que nos hace experimentar que la
vida mutua que corre entre nosotros puede fortalecerse y desarrollarse una y
otra vez, no gracias a lo logrado sino gracias a la vitalidad del intercambio
mutuo. Uno poda y el otro es podado, mientras la vid permanece inalterable.
Como dice Jesús: “…al que da fruto, lo
poda para que dé más todavía…Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les
anuncié”.
Gracias al crecimiento
mutuo unos y otros despliegan su vocación y misión y generando más y mejor
vida no solo para sí sino para los otros. “Yo soy la
vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho
fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer…” El fruto depende si o si del crecimiento.
Es el desarrollo de todo lo que cada uno tiene para poner al servicio del
despliegue de lo que la unidad nos da como fortaleza.
Gracias a la permanencia sin alternancia. Ese el fruto del fruto, permanecer en
un crecimiento que nos vuelve únicos y unidos. La permanencia solo puede darse
si no hay alteración de la identidad y de la misión arraigada en cada uno. Si
la Vid permanece como vid, si el Viñador permanece como viñador y si el
sarmiento permanece como tal. De romperse esta permanencia la vida mutua se
alterará hasta romper el lazo establecido, es la dolorosa experiencia de la Vid
y el Viñador cuando deben reconocer: “el que no
permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge,
se arroja al fuego y arde”.
Pero la promesa está llamada a ser más fuerte y generar permanentemente la
pertenencia: “La gloria de mi
Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.” Esa gloria está inserta en la vida del Resucitado en nosotros.
Es en la oración
constante donde esa vida mutua nace. Así las palabras de Jesús: “Si
ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que
quieran y lo obtendrán.” Una oración que se centra en que las palabras
vivas de Jesús Resucitado vivan vigentes en nosotros. Oración de escucha, de
memoria viva y de petición suplicante cual mendigo de amor.
Es en la
vida fraterna donde esa permanencia se corrobora no como una ilusión sino
como una experiencia vital: “La Iglesia… Se iba consolidando, vivía en
el temor del Señor y crecía en número, asistida por el Espíritu Santo.” Y, “… podemos
acercarnos a Dios con plena confianza, y él nos concederá todo cuanto le
pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Su
mandamiento es éste: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos
amemos los unos a los otros como él nos ordenó.”
P. Sergio Pablo Beliera
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