Homilía 5º Domingo de Pascua, Ciclo C, 28 de
abril de 2013
Debo confesar que este “ámense” se instaló en mí
y me acompañó como trasfondo de todo. Hoy finalmente por fin puedo soltarlo y
compartirlo con ustedes.
Los invito a mirar a su alrededor, pareciera
ser la llamada de Jesús hoy. Y si miramos a nuestro alrededor podemos ver:
-
gestos
incontables de amor de los más diversos orígenes y formas de expresión;
-
Y a la
vez un gran desamor manifestado de manera activa en la violencia y en la
agresión; de manera pasiva en la indiferencia de unos para con otros, en la
apatía de frente a la situación del otro.
Aquel que es todo El un gesto contundente de
Amor por nosotros, en el que nos revela que vive una intensidad de Amor con el
Padre, ese mismo nos invita insistentemente: “… ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros”.
Revela así, que su interés supremo es que nos
amemos unos a otros, como Él nos ha amado. Ese amor es el amor que llamamos, “el
olvido de sí mismo”, por el interés continuo por el hermano. Así a sido y es el
Amor de Dios, un amor que no reclama nada para sí y lo da todo de sí.
En los rostros cansados, apesadumbrados,
tristes de los hombres encontramos el signo visible que, aún después de
semejante Amor de Dios en Jesús, y de un pedido tan explícito de amarnos como Él
nos amo, en ese tema aún estamos en camino.
Hace 8 años el Papa emérito Benedicto XVI nos
sorprendió con su primera encíclica “Deus
Caritas est”. Y hoy, el Papa Francisco nos sorprende con su necesidad de
dar y recibir amor como pan cotidiano.
La Iglesia que peregrina no tiene otra
ocupación, otra preocupación, otro interés, otro deseo, otro culto, otra
misión, otra urgencia, que la del amor mutuo vivido y anunciado a los hombres
como signo de nuestra identidad y convicción.
La Iglesia del cielo vive en el amor expresada
hoy en el texto del Apocalipsis: “Vi la Ciudad
santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida
como una novia preparada para recibir a su esposo.” Los
santos de todas las épocas y de todas las diversidad pensadas, son santos al unísono
y unánimemente por el solo hecho de haber amado en su tiempo a sus hermanos
como Jesús los había amado.
Si nuestro destino es el Amarnos en Dios y como
Dios, nuestro origen y desarrollo es el Amor de Jesús vivido entre nosotros,
entendiendo “nosotros” primeramente, como los no amados primero, y luego la
comunidad concreta de vida que tenemos sea familia, comunidad religiosa o
iglesia local.
El mundo de los hombres del siglo XXI, no nos
pide menos, ni se merece menos de los creyentes en Jesús, de sus discípulos que,
que transparenten el Amor con el que se saben amados. Y tal vez se pueda
deducir, de tantas torpezas en el amor de los cristianos, una ausencia de
experiencia auténtica del Amor de Jesús y, de la primacía de su mandamiento
nuevo por sobre nuestra concepciones personales o comunitarias, por sobre
nuestra psicología y condicionamientos culturales. Una fuerte llamada de
atención en el año de la fe a nuestra fe en el poner en acto hoy el Amor de
Jesús entre nosotros.
No deja de llamar la atención este estilo nuevo
y auténtico de Amar de Jesús, que en la hora más difícil y en plena despedida
de los suyos, no reclame amor para sí, no pida ser amado...
Él se ha sumergido a tal punto en el amor del
Padre y en el amor a los hombres que, ha incurrido en el olvido de sí mismo, es
libre del apego a sí mismo. Un mensaje de gran actualidad en un mundo donde lo
que caracteriza en el tropiezo en el amor, es el apego a sí mismo, porque eso
es lo que prepondera detrás de tantos reclamos afectivos que hacemos a diario
como un derecho.
Para esa realidad la medicina esta dada en el
poder entrar en la dinámica del Amor de Jesús: “Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros”.
Detenerse a amar al otro como hermano con el
Amor de Jesús es nuestra vocación y nuestra misión única. No hay otro modo de
reconocernos como discípulos amados de Jesús, por lo cual, no hay otro modo de
ser y de hacer como discípulos amados de Jesús. Es el propósito de vida de
Jesús y sus discípulos amados. Lo único que no puede faltarnos.
¿Cómo esta en mí ese
necesario olvido de sí en mi vida concreta? ¿Y entre nosotros?
¿Cómo esta en mí la
primacía del mandamiento de Jesús por sobre todos mis condicionamientos? ¿Y
entre nosotros?
¿Cómo esta mi
decisión de lanzarme por entero a este pedido explícito de Jesús para este
tiempo? ¿Y en mi comunidad?
¿Soy parte de la
hechura de una comunidad que se ama en la dimensión de Jesús y que está
dispuesta a estar en vigilia para amarse como Jesús?
El examen en las palabras de Jesús es necesario
para que, la Eucaristía Sacramento del Amor de Jesús y de sus discípulos, sea
aquí y ahora una realidad en la que Jesús vea vivo su mandamiento nuevo.
Pbro. Sergio-Pablo Beliera
No hay comentarios:
Publicar un comentario
"Solo lo que construye merece ser dicho y escrito"