Homilía 28º Domingo Tiempo
Ordinario, Ciclo C, 13 de octubre de 2013
“Uno de
ellos…”
Confieso que reiteradamente le he preguntado a Dios: ¿Porqué yo Señor?... ¿Porqué yo y no otro, o los otros?... ¿Porqué yo
Señor, recibí este sí que te dí, y no otro?
Experimentar en la propia carne el obrar de Dios, es una experiencia
única. Dios fijándose en uno. Es la experiencia del obrar de Dios en la propia
historia, en las propias circunstancias. ¡Qué maravilla!
Es la misteriosa experiencia que Dios da a todos, y a la vez no todos
responden de la misma manera. Dios mismo se pregunta por este misterio. Hoy
Jesús lo expresa vivamente en la siguiente pregunta: "¿Cómo,
no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno
volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?". Porque a
Jesús le resulta extraña la ingratitud, porque Él es todo gratitud.
Podríamos
decir que Dios experimenta una gran gratitud de poder dar a sus creaturas.
Jesús experimenta una gran gratitud de poder sanar a estos diez leprosos, y los
manda a dar testimonio a los sacerdotes del Templo de manera pública y oficial,
para que ellos mismos se conviertan en un acto vivo de gratitud para los demás.
La gratitud
es un gran acto de esperanza, que nos saca de la desesperación por un lado, y
por otro, nos vuelve testigos de la esperanza a través de gestos y palabras de
gratitud que sirvan de faros para otros desesperados.
No es que
Dios pretenda nuestra pobre gratitud como una devolución de favores o un
reconocimiento ególatra. ¡No…! Él ve en la gratitud de nuestra parte, un espejo
de su gratitud por sus creaturas y por la plenitud de las mismas. Y a la vez,
ve el gran bien que la gratitud nos hace como testimonio de esperanza para
todos los desesperados e incrédulos.
La compasión
de Jesús, despierte en el samaritano, -o el extranjero como lo llama Jesús-,
una experiencia de alabanza a Dios, una alabanza que se alza en alta voz para
que todos escuche su alegría por ser él mismo una obra de la compasión y
misericordia de Dios.
Lleno de
alegría y gratitud hace el camino de vuelta a Jesús, aparentemente
desobedeciendo a Jesús, pero en realidad despojándose de la seguridad que podía
brindarle el restablecimiento público y oficial de su sanidad, prefiere en su
intuitivo corazón creyente, volver a la fuente de su sanidad, experimentando
una gran libertad de los reconocimientos humanos, buscando él mismo reconocer y
cantar la misericordia y el amor de Dios manifestado en Jesús.
Así se da
una superación que hace que el Maestro Jesús pase a ser reconocido como Dios,
ante el que hay que postrarse rostro en tierra, y darle gracias por el
beneficio, no sólo ya de la salud sino de la fe recuperada. Y el que había
perdido la compasión de los hombres pasa a encontrarse con el Compasivo Jesús.
Extrañamente
se da una transformación de ser un “heterodoxo en la fe”, a ser un verdadero “ortodoxo
en la fe”, una fe que lo salva, una fe pura como su condición física ahora. He
aquí, el verdadero signo o milagro de Jesús, que el hombre pueda saltar de su
desgracia a la acción de gracias, de una fe legal a una fe viva y pura, de
estar en camino a llegar al encuentro con su Dios.
Es de hecho
una resurrección anticipada la que este extranjero vive. Por eso, surge
inmediatamente el eco de los discípulos de Emaús que en el camino se irán
transformando de decepcionados en creyentes, y podrán reconocer al Señor Jesús
resucitado al partir el pan, rememorando como en el camino Jesús les había
hecho arder el corazón. Y salen corriendo a dar testimonio de su experiencia a
sus hermanos.
Porque nos
encontramos con Jesús que está en camino hacia Jerusalén, hacia su Pascua,
nosotros somos sanados en el camino, para que encontremos nuestra Pascua en la
relación viva y operante de Jesús. Y podamos pasar del dolor que nos iguala
para abajo, a la sanación de la fe y de la persona entera, que nos iguala para
arriba, haciéndonos uno frente a Dios, únicos ante la acción transformadora de
Jesús.
Pasando de
una fe a medias a una fe entera capaz de llevarnos a los pies de Jesús, por más
que eso nos haga romper con todas las normas establecidas. Verdaderos “rebeldes
de la fe”, que en vez de seguir los criterios de las convenciones humanas, nos
lanzamos a la libertad de los hijos de Dios, reconociendo a Jesús como el único
Dios en la tierra, capaz de devolvernos nuestra dignidad de hijos de Dios y
hermano de todos los hombres. Pasando del lugar de separado de los hombres a testigo
de Dios entre los hombres.
Así la
frecuente pregunta: ¿Porqué yo Señor?
Encuentra su respuesta, para que reconociéndote como obra Mía, y habiendo dado
gracias a Dios con todo tu ser, puedas ser testigo de mi Resurrección entre tus
hermanos cada día, y brille para los hombres la luz de la fe que habían
perdido. “Levántate y vete, tu fe te ha salvado… Por eso soporto estas pruebas por
amor a los elegidos, a fin de que ellos también alcancen la salvación que está
en Cristo Jesús y participen de la gloria eterna.”
Pbro. Sergio-Pablo Beliera
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