HOMILIA 30º DOMINGO TIEMPO ORDINARIO CICLO C 27 DE OCTUBRE
DE 2013
“Y
refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás,
dijo...”
La
mirada de Jesús nos lleva a posarnos en una situación existencial del creyente
que podríamos llamar definitoria. Se refiere a una consideración interior con
enormes repercusiones en nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos.
“…se
tenían por justos…” Esta
situación es sin duda un problema real para que el hombre comprenda el misterio
de amor de Dios y para conocerse verdaderamente a sí mismo y a sus hermanos. ¿Qué esta experiencia conozco en mí? ¿Qué
formas puedo reconocer que esta experiencia se manifiesta en mí?
No
podemos pasar por alto este obstáculo sin perder con ello toda nuestra búsqueda
sincera de Dios.
Quien
conoce de verdad a Dios, no puede tenerse por justo, o sea por satisfecho, “porque
sólo Dios es justo” porque ama sin apego a sí mismo, en un permanente
pasearse por el jardín del mundo en busca del hombre al caer la brisa de la
tarde. Esconde es el hombre el que se esconde en sí mismo para nos verse tal
cual es frente a la preciosa mirada de Dios. ¿Me escondo de la mirada de Dios, encerrándome en mí mismo?
Y
quien se conozca de verdad a sí mismo, al mirarse en el espejo interior, en el
espejo de sus relaciones con sus pares y en la mirada de los demás, puede
tenerse en humildad, porque descubrirá en sí mismo su verdadera necesidad de su
Dios, de quien proviene con humildad y que lo lleva a humildad, ya que El
siendo Maestro y Señor se ha hecho siervo y nos ha lavado los pies. Porque
descubrirá la necesidad de sus hermanos en quienes encuentra el don de la
Comunión de la que es parte y no el todo, y no se sentirá satisfecho consigo
mismo. Porque descubrirá la multiplicidad de dones en sus hermanos y se
admirará de los espacios que ellos pueden completar en sí mismo. Porque
descubrirá su verdadera indigencia y no podrá sentirse satisfecho y acabado
sino en camino de ser completado. ¿Estoy
satisfecho conmigo mismo? ¿Reconozco las sutiles manifestaciones de esta
autosatisfacción?
El
segundo aspecto está manifestado en que “...despreciaba a los demás...”
Quien
desprecia a los demás se desprecia a sí mismo y no ha conocido el amor de Dios
que quiere la vida y conversión del pecador y no su muerte. ¿A quienes miro con desprecio? ¿Por quienes
me siento mirado con desprecio?
¿Reconozco los motivos?
Quien
desprecia a sus hermanos se coloca en el lugar que ni siquiera Dios se ha
colocado, ya que El ama a sus criaturas y se entrega por ellas, y lejos de
prescindir de ellas las ennoblece y llena de sentido para que tiendan a su
plenitud y no se queden relegadas en el camino que las conduce a El.
Despreciar
a los demás es tomar un poder que no tenemos y representar un papel que
desconocemos, porque no podemos ser Dios frente a nuestros hermanos y no
podemos vislumbrar la misión que Dios les ha encomendado.
Los
verdaderos justos resaltan la vocación y misión de sus hermanos, y cuando los
ven humillados sea abajan hacia ellos para consolarlos con su amor genuino y
sin comparaciones. ¿En que situaciones me
abajo a consolar a mi hermano y en que situaciones me resisto a ello?
El
mundo de las comparaciones que clasifican a la gente, es un mundo minado por el
orgullo y la ceguera, una sutil tiniebla que no permite vernos y nos hace
avanzar por el camino de pisarnos unos a otros.
Muchas
veces, en la oración, puede invadirnos la tentación de compararnos con los
demás poniéndonos por debajo o por encima, eso es una distracción de la
verdadera oración que se centra en Dios y en su amor, que dimana como una
fuente que nos anima a vernos de verdad y a ver a nuestros hermanos con su
mirada paternal y maternal. ¿Cuándo
vienen a mí esas comparaciones?
Quien
se cuida de la murmuración interior puede ponerse de modo adecuado al alcance
de Dios, de otra manera huimos de Dios, de nuestros hermanos y de nosotros
mismos, refugiándonos en el juicio o en la incomprensibilidad de mi ser, o en
la mirada altiva o en el desprecio de los otros… No hay verdadera oración, o
sea encuentro con Dios, en el mundo de las murmuraciones y de los juicios
interiores, de los que hay que cuidarse y pedir asiduamente perdón sin
justificación. Mientras permanezcamos allí no estaremos frente a Dios ni en la
soledad ni frente a mis hermanos. No por nada Jesús ha elegido una parábola
situada en la experiencia de la oración, de cómo nos ubicamos frente a Dios y a
nuestros hermanos. Una
vez más nuestra oración sirve para revelarnos nuestra vida y nuestra vida para
revelarnos nuestra oración. ¿Reconozco
esas murmuraciones interiores? ¿Resisto a ellas o anido en ellas?
No
nos fijamos en nuestros pecados para vernos a nosotros mismos sino para
contemplar al Misericordioso. Y si nuestra mirada se posa en nuestros hermanos
y ve sus pecados y no al Misericordioso, que me lo ofrece como ofrenda de
misericordia y como oportunidad de ver el pecado que se me oculta de mi a mis
propias ojos estoy errado. Basta colocar una letra o quitarla para pasar de
errado a cerrado o de cerrado a errado. ¿Dónde
me puedo reconocer errado o cerrado?
Digamos
con verdad, que el corazón propicio al juicio todavía no esta preparado para
orar, para el encuentro del Dios que busca al pecador sin juicio sino con
misericordia. Si no abandonamos nuestros juicios sobre nuestros hermanos
nuestra oración no podrá ser una experiencia de encuentro con el
Misericordioso, sino con la afirmación de nuestros propios juicios. Y nuestra
acción de gracias será nuestra trampa, la que nos dejará humillados en nuestra
exaltación de nosotros mismos. Porque quien encuentra motivos para no alegrarse
con la humildad, no ha llegado al corazón de la revelación de Dios manifestada
en Jesús el Señor, manso y humilde, que no se exalto a sí mismo sino que “tomando
la condición de Siervo se anonado a su mismo”.
Jesús
exalta la oración del publicano porque ella descubre su corazón, descubre en su
pecado al Misericordioso y no mira a otro sino a Dios mismo. Está todo el
concentrado en ese Misericordioso y sólo en él se sostiene y comprende a sí
mismo, porque comprende a Dios. ¿Es así
mi oración?
El
creyente es un “laboratorio de la fe” (expresión del beato Juan Pablo II en
JMJ del año 2000) en el Misericordioso, y deja realizar en sí mismo esa
experiencia para así entrar en la vida de sus hermanos como entra Dios, con
Compasión y Misericordia. Es la mirada de Jesús en la cruz, a un lado el que se
cierra en el duro juicio, del otro lado el que descubre al Misericordioso
Jesús, “Cordero Inocente que quita el pecado del mundo”, y por lo
tanto el propio. Desde su propia experiencia el creyente que ha entrado en este
“laboratorio
de la fe”, mira a Dios, a sus hermanos y a sí mismo para comprender o
no el misterio del Misericordioso. ¿Quiero
entrar en la mirada del Misericordioso? ¿Qué hago por que así sea?
Dios Misericordioso, aumenta nuestra fe, esperanza y
caridad, y para conseguir lo que nos prometes por tu misericordia, ayúdanos a
amar lo que nos mandas por misericordia.
P. Sergio-Pablo Beliera
No hay comentarios:
Publicar un comentario
"Solo lo que construye merece ser dicho y escrito"