Homilía 13º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo C, 30
de junio de 2013
“Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús
se encaminó decididamente hacia Jerusalén…”
Estas palabras de Lucas, describiendo un tiempo de Jesús, una etapa
de su historia entre nosotros, expresan la decisión de Jesús de profundizar el
camino iniciado.
Expresan la suprema libertad de Jesús de dejarse conducir por el
Espíritu hasta el final del camino que es la Cruz y Resurrección, que supone la
entrega total de su vida.
Frente a las distintas opciones, Jesús opta por encaminarse
decididamente por el sendero angosto de la cruz que lo llevará a “su
elevación al cielo”.
Jesús a optado por la libertad de darse enteramente sin evitar las
consecuencias de esa decisión y de los acontecimientos que se desencadenarán a
partir de su decisión.
No es una decisión tomada en la cabeza, no es una decisión
reflexionada en cálculos humanos, es una decisión orada, una decisión tomada en
la contemplación de la llamada que el Padre le ha hecho y de la donación de sí
mismo que él ha elegido consumar.
Jesús no es un hombre sin salida, que no le queda otra, presa de los
acontecimientos, es el hombre libre que nos dará la libertad desde esa libertad
hecha carne que el representa y vive en plenitud.
Es la libertad de la que nos habla san Pablo: “Ésta es la libertad que nos ha
dado Cristo. Manténganse firmes para no caer de nuevo bajo el yugo de la
esclavitud. Ustedes, hermanos, han sido llamados para vivir en libertad, pero
procuren que esta libertad no sea un pretexto para satisfacer los deseos
carnales: háganse más bien servidores los unos de los otros, por medio del
amor…”
Si Jesús expresa la plenitud de esta libertad, donada a nosotros por
nuestra identificación con Él a través de nuestra fe iniciada en el Bautismo y
alimentada en cada Eucaristía, nosotros estamos llamados a encarnar esa
libertad de seguirlo decididamente hasta nuestra elevación al cielo.
Este seguirlo decididamente es el mantenerse firme en la libertad de
hacer en nuestras vidas lo que Jesús hace en la suya, de hacer en nuestro
tiempo lo que Él hace en el tiempo, de vivir en nuestra etapa de la historia lo
que Él vive en todas las etapas de la historia.
Los “yugos de la esclavitud”, vienen a visitarnos continua e insistentemente,
pero nuestro llamado “para vivir en libertad” es más
fuerte que cualquier cadena de carne, de lazos afectivos, de formas de vida, de
logros humanos, de miedos, de placeres y comodidades.
Los hombres libres que siguen a Jesús Libre, se hace servidores de
todos, los unos de los otros, en una nueva forma de vida fraternal donde unos y
otros somos colocados frente a la posibilidad de amarnos unos a otros sin la
lógica de la rivalidad y la competencia.
Sólo los hombres libres de sí mismos pueden seguir a Jesús el hombre
libre que nos llama y consolida en la libertad de darnos a nosotros mismos a
los demás unos a otros y no de tomar unos de otros para nosotros mismos.
Sólo los hombres libres pueden ser servidores al estilo de Jesús.
Los esclavizados en sus mentes, en sus corazones, en sus relaciones humanas, en
sus apegos; no hacen otra cosa que esclavizar a los demás.
Seguir a Jesús es ser libre. Quien es libre sigue a Jesús.
Quien vive la libertad de seguir a Jesús, se hace servidor de la
libertad de sus hermanos. Quien sigue a Jesús libera a sus hermanos a través
del servicio humilde de dar la propia vida sin tomar la vida de los demás.
Señor Jesús, has que quienes
hemos puesto la mano en tu arado, miremos hacia adelante, libres para recibirte
a Ti y darnos como Tú a los demás, en la forma de servidores.
P. Sergio-Pablo Beliera
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