“Tú me has hecho conocer los caminos
de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia.”
A veces puede ser que
esperemos cambios significativos en nosotros o en otros. Esos cambios
significativos se dan, pero deben ser esperados y encarados en la esperanza que
lo que el Padre hizo en el Hijo, también lo realice en nosotros. Así lo expresa
la oración colecta que acabamos de elevar a Dios: “Dios nuestro, que tu pueblo se alegre siempre por la nueva vida recibida,
para que, con el gozo de los hijos, aguarde con firme esperanza el día de la
resurrección final.”
Muchas veces esos cambios no
llegan, no se dan, por el simple hecho que no los esperamos con esperanza sino
con escepticismo, miedo y desanimo, sin alegría sincera, sin aire y espacio.
Son cambios esperados pero condenados al fracaso. No podemos permitirnos este
estado, esta actitud interior.
Jesús, es un gran provocador
de esos cambios significativos. Basta escucha la predicación de Pedro en los
Hechos de los Apóstoles, y el cambio de actitud en los discípulos camino de
Emaús.
Todo cambio significativo, comienza
en un sencillo ponerse en camino, de Jesús, con nosotros: “…el mismo Jesús se acercó y
siguió caminando con ellos”. No es tanto y sin embargo es sustancial.
Sólo a partir de esta actitud de Jesús es posible comenzar a andar el sentido
hacia un cambio significativo.
Jesús en persona primero se
acerca y luego sigue caminando con nosotros. Siempre sin la experiencia de
reconocerlo desde el principio, eso vendrá más adelante.
Jesús se acerca… Este
acercamiento es esencial en la actitud de Jesús desde que se hizo uno de
nosotros. El acercamiento, no es una mera proximidad, sino que es un hacerse
uno de nosotros en eso que somos y vivimos. Nunca seremos lo suficientemente
consientes de lo que significa y de la dimensión de la cercanía de Jesús. Este
acercarse es distintivo de Jesús y no puede faltar a su presencia. En semejante
actitud de cercanía Jesús se hace profundamente íntimo a nuestras existencias y
sus avatares. No es una cercanía aséptica, sino que se contamina de todo lo que
somos y hacemos sin quedar Él contaminado de lo que para nosotros es
insuperable.
El que se Encarnó, “se
acercó”.
El que existió y vivió entre
nosotros, “se acercó”.
El que tocó con sus manos, con
su mirada, nuestras enfermedades y pecados, “se acercó”.
El que padeció y murió por
nosotros, “se acercó”.
El que resucitó del sepulcro, “se
acercó”.
Jesús sigue caminando con
nosotros…
Nuestro camino es el que
emprende Jesús, nos toma en el camino que hemos emprendido, aunque este sea “con
el semblante triste” de la decepción, de la frustración aparente, de
las expectativas rotas. Allí donde caminamos con nuestra existencia a cuestas
allí camina Jesús con nosotros. Allí donde caminamos mascullando nuestras
preguntas y nuestras dudas, camina Jesús con nosotros. Se pone en nuestro
camino, no intenta sacarnos del camino, sino del peso que llevamos en nuestras
vidas por el camino. Siempre con nosotros en el camino, nunca sin nosotros en
el camino, Jesús no piensa, no quiere y se entrega por entero a acompañarnos en
el camino, nunca nos dejará sólo en este caminar que a veces se nos vuelve
oscuro o difuso, pesado o triste.
Camina con nosotros el que es
El Camino.
Camina con nosotros en
nuestras vidas el que es La Vida.
Camina con nosotros en medio
de nuestras perplejidades el que es La Verdad.
Camina con nosotros así como
estamos, porque Jesús Resucitado sabe donde llevarnos y como llevarnos.
Camina con nosotros
hasta que anochezca y acepta humilde y sencillamente pero con deseo ardiente
nuestro: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”.
Y el que se acercó y
se puso en el camino con nosotros, casi al final del camino, “entró
y se quedó” con nosotros en la Eucaristía, Pan de Amor horneado en el
fuego ardiente del Corazón de Jesús.
“Tú me has hecho conocer los
caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia.”
P.
Sergio-Pablo Beliera
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