“Pedro
estaba bajo custodia en la prisión, la Iglesia no cesaba de orar a Dios por él”
Esta descripción de cómo la Iglesia, o sea la comunidad de discípulos de Jesús,
acompañaba a Pedro en su experiencia dolorosa de estar preso y con el riesgo
cierto de perder su vida, se nos hace muy próxima a la experiencia que hacemos
cada día que el Papa Francisco insistentemente nos pide: “Recen por mí”.
No
es el simple hecho de hacer una oración por el sucesor de Pedro, sino el de
acompañar con actitud vigilante y participativa en la experiencia dolorosa de
tener que dar testimonio del Evangelio de Jesucristo muerto y resucitado ante
el mundo de los poderes y de los grupos antagónicos que pujan por mantener sus
privilegios y maldades.
Un
sucesor de Pedro que no pone en riesgo su vida por el Evangelio y una Iglesia
que no se pone a su lado en ese riesgo, pierde su identidad de comunidad nacida
de la cruz y de la resurrección del Señor Jesús.
¿Cuáles son hoy los desafíos por los que el
sucesor de Pedro, el Papa Francisco, tiene que dar su vida y ser encarcelado y
nosotros la Iglesia tenemos que acompañarlo con nuestra oración ferviente y
comprometida para unirnos a él y sostenerlo con la intercesión ante el Padre?
¿Asumimos la ingente y riesgosa misión de
ser fieles a Jesús y su Evangelio, con la necesaria renovación que eso implica
para proponer a los hombres de hoy el camino que inició Jesucristo el
consumador de nuestra fe, y comenzamos en nosotros el camino de encuentro, de
austeridad, de simplicidad, de renovación para quedar libres de toda
“mundaneidad”? ¿O pensamos que eso es sólo para las estructuras de la Iglesia y
no tiene nada que ver con mi vida familiar y comunitaria?
No
cesar de orar es no cesar de ser fieles, de hacernos carne del compromiso y el
gozo de volver a vivir el Evangelio en toda su pureza aquí donde tengo los pies
y en el ahora que estoy viviendo como persona, como familia y como comunidad.
“El
Ángel sacudió a Pedro y lo hizo levantar, diciéndole: “¡Levántate rápido!”.
Entonces las cadenas se le cayeron de las manos. El Ángel le dijo: “Tienes que
ponerte el cinturón y las sandalias”, y Pedro lo hizo. Después le dijo:
“Cúbrete con el manto y sígueme”.
Estas
expresiones del Ángel a Pedro y esta experiencia de Pedro de ser visitado,
desencadenado, revestido con la ropa de misión y de ponerse en camino tras el “sígueme”.
Es la experiencia que la Iglesia toda desde su cabeza visible, el Papa
Francisco, debe vivir hoy. El Padre nunca va a permitir que el Evangelio de
Jesús sea encadenado siempre va a visitarnos para ponernos en el “sígueme”
que Jesús pronunció desde el primer momento con cada uno de sus discípulos y
especialmente con Pedro que tiene que alentar a todo el resto.
¿Tenemos esta convicción, esta experiencia?
Si la tenemos, ¿qué estamos haciendo con ella? Y si no la tenemos, ¿qué pasa que no estoy experimentando esta
llamada a la libertad de anunciar el Evangelio a pesar de todas las
contrariedades?
Cuando
el Papa Francisco pone en palabras el grito de los sufrimientos de toda la
humanidad humillada, vos y yo tenemos que gritar y ponernos en riesgo con él
para que seamos visitados por la fuerza de lo alto que desde el comienzo de
nuestra fe nos hizo la promesa: “Feliz de ti… porque esto no te lo ha
revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te
digo… el poder de la muerte no prevalecerá contra ella (la Iglesia).”
En
el día en que celebramos el martirio de Pedro y Pablo y rezamos por nuestro
Papa Francisco, estamos llamados cada uno de nosotros a renovar y asumir más
cabalmente nuestra vocación de discípulos de Jesús y decir con toda verdad y
realismo: “…he peleado hasta el fin el buen combate… El Señor estuvo a mi lado,
dándome fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi intermedio y
llegara a oídos de todos... Así fui librado de la boca del león. El Señor me
librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su Reino celestial. ¡A
él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén.”
No
podemos no hacernos preguntas frente a este implacable testimonio:
¿Estoy peleando hasta el fin el buen combate
de la fe?
¿Me he dado cuenta que el Señor ha estado a mi
lado dándome fuerzas?
¿Soy responsable en la misión que se me ha
confiado de gritar con toda mi persona el Evangelio y que llegue a todos los
que me rodean y más allá?
¿Creo firmemente que el Señor me librará de
todo mal para dar testimonio vivo de su Evangelio o confío sólo en mis fuerzas?
¿Cuándo me doy todo por el Evangelio sin
importarme nada de lo que suceda, experimento como el señor Jesús me preserva?
Padre, concede a tu
Iglesia que se mantenga siempre fiel a las enseñanzas de aquéllos por quienes
comenzó la propagación de la fe.
P. Sergio-Pablo Beliera
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