domingo, 15 de junio de 2014

Homilía Solemnidad Santísima Trinidad, Ciclo A, 15 de junio de 2014

Vivimos en una sociedad en la que los conflictos de los vínculos entre nosotros ocupan un gran espacio de nuestras principales preocupaciones, angustias y temores; así como la fuerza y vitalidad de los vínculos que nos enlazan son la fuente gratuita de mayores alegrías y esperanza que los hombres vivimos, más aún cuando tenemos fe.
Es difícil para el hombre salir indemne de esta fuente de conflictos que afecta nuestros vínculos, y encontrar el camino de salida de muchos de ellos, tanto en el micromundo de una pareja, de una familia, de una comunidad, de un barrio, de una sociedad, de las relaciones entre culturas y países.
Distintas ciencias dedican grandes estudios a desenredar estos conflictos de los vínculos.
Ahora, ¿de qué manera vemos los creyentes, los discípulos de Jesús, esos vínculos humanos que tantos nos interesan y preocupan?
O dicho de otra forma, ¿Tiene la fe un aporte propio de como vivir los vínculos sean del orden que sean?
La solemnidad que estamos celebrando, es justamente el gran aporte de la fe a la mirada y acción sobre los vínculos, tanto con Dios como entre humanos y creyentes.
La palabra de Dios que acabamos de escuchar es fuente de inspiración, de iluminación y de puesta en movimiento de una manera concreta de vincularnos según Dios. Siempre los creyentes, los discípulos de Jesús, corremos el peligro de mirar afuera para resolver los conflictos vinculares que nos ocupa y preocupa. Y es en realidad mirando adentro de lo que hemos recibido y aceptado de la fe, donde se encuentra el manantial de respuestas y propuestas de Dios para los hombres.
O sea, que la vida misma de Dios es la fuente de generación de vínculos, la fuente creadora y a la vez sanadora de los vínculos por hacer y de aquellos que ya hemos hecho y vivimos a diario.
La fuerza inspiradora que una verdad como la que celebramos de un Dios Único y que a la vez es tres Personas en un vínculo de amor y donación, de gozo y plenitud, es una fuente infinita e inabarcable -y por eso mismo- atrayente y necesaria de ser tenida en cuenta más y más cada día y en cada situación.
Es lo que ha emocionado al mundo dolido por el odio y la guerra en el abrazo del Papa Francisco, de un rabino y de un musulmán. Acontecimiento sólo posible desde la fe en ese Dios único que se manifiesta, que se revela, que se comunica y camina con los hombres porque los ama en un vínculo de amor y de paz más fuerte que cualquier diferencia.
En Dios es donde el hombre se comprende a sí mismo y desde lo que el hombre descubre de sí mismo en ese encuentro es como entra en Comunión con lo que Dios y él son. La Comunión es el modo de ser y de manifestarse de Dios, eso quiere decir Dios es Amor, que puesto en las palabras del Éxodo es: “Moisés invocó el nombre del Señor. El Señor pasó delante de él y exclamó: ‘El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad’”; o desde nosotros, sólo el Amor manifiesta verdaderamente a Dios, y que otra vez puesto en las palabras del Éxodo es: Moisés cayó de rodillas y se postró, diciendo: ‘Si realmente me has brindado tu amistad, dígnate, Señor, ir en medio de nosotros. Es verdad que éste es un pueblo obstinado, pero perdona nuestra culpa y nuestro pecado, y conviértenos en tu herencia’”. Es esto lo que debemos aprender de Dios, tomar de él para nuestra existencia común de matrimonios, de familias, de comunidad, de país, de humanidad, para ser y vivir como Dios Trinidad es y existe.
Si queremos estar acogidos por el misterio de Dios que hoy celebramos debemos acoger en nuestro plan de vida este estilo de ser y existir de Dios, y sólo en esa acogida, en esa disponibilidad y docilidad a ser y existir entre nosotros así es como podemos decir que hemos entrevisto algo de lo que la fe nos revela, que en palabras de san Pablo suena hoy así: Alégrense, trabajen para alcanzar la perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz. Y entonces, el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes.”
Todos los vínculos con Dios tienden a la plenitud, al vivir colmados, rebasados, desbordantes de esa vida que viene de Dios y permanece en nosotros.
Todos los vínculos pues entre nosotros los hombres busca la plenitud de la relación, el culmen, la maximidad de las posibilidades de relacionarnos desde adentro para estar unos en otros y así estar los unos en los otros.
Ese vivir en armonía y paz al modo de cómo Dios Trinidad es y se da se expresa en las palabras del evangelista Juan cuando nos revela: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna…”
Los vínculos de Dios son de amor al distinto y opuesto a sí mismo y de entrega en la donación de lo único y más amado que se posee. El Padre lo hace en la entrega y envío del Hijo como ofrenda, el Hijo lo vive en la aceptación del envío del Padre en el hacerse ofrenda en la donación de sí mismo, y el Espíritu lo hace en ese retorno de Amor del Padre y del Hijo que desborda en un vínculo de santidad en donde al hombre le resulta imposible.
Animémonos a buscar en las raíces de nuestra fe la fuente de unas relaciones creyentes que se vuelvan humanas en el modo de ser de Dios, y ayudémonos mutuamente a ser motivo de vínculos de paz de unos para con otros, especialmente con el que nos resulta más difícil de amar, de perdonar, de servir, y a la vez seamos receptivos y abiertos a recibir eso mismo de los otros pidiendo ayuda al otro con humildad y sencillez.
“Bendita sea la Santísima Trinidad: Dios Padre, el Hijo unigénito de Dios y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia con nosotros.” (Antífona de entrada).



P. Sergio-Pablo Beliera

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