Hablar de la Cruz no resulta
fácil, porque en seguida remite al dolor, al sufrimiento, al despojo y la
muerte, experiencias todas ellas que ponen al hombre en jaque frente a su
existencia. Y si a esto le agregamos la Exaltación de la Cruz, podría llegar a
pensarse rápidamente en que se exalta aquello que tanto nos quema la
existencia.
La cultura contemporánea llena
de tanto dolor, de tanta conciencia del dolor y de tantos medios para mitigar o
eludir el sufrimiento, nos focaliza en esa posibilidad de supresión y por lo
tanto en la fantasía que los humanos por nosotros mismos podemos suprimir el
dolor. Si a esto le agregamos la sobredosis de estímulos del placer, de la comodidad,
del confort, del spa, no nos encontramos bien parados frente a este juego
perverso de contrapuestos. No al dolor, si a lo placentero. No iremos por ahí
para no caer en la trampa y tener algo que decir en serio.
Ni Jesús, ni la Iglesia
quieren llevarnos ahí. A ese, o somos unos doloristas, o somos hedonistas.
A la Cruz se llega por un
camino. Es punto de llegada doloroso, que extrae de nosotros las fuerzas del
amor, del perdón, de la donación de nosotros mismos. Pero con sufrimiento de
nuestra humanidad.
Pero la Cruz es punto de
partida. El comienzo de un después. Que da el fruto de una liberación de todas
las ataduras, de todos nuestros miedos, de todas nuestras fantasías infundadas.
Es salvación que nos rescata de la muerte y del pecado, como una tabla que
subsiste a las tormentas de nuestra existencia.
Es después de pasar por la
Cruz cuando se entra en la Resurrección:
Primero como una espera
esperanzada.
Segundo como una preparación
de nuestra humanidad a la novedad de una vida para siempre.
Tercero como una experiencia
que irrumpe en nuestra existencia de una vez para siempre y que nos pone en un
estado definitivo del cual no hay vuelta atrás, ¡por fin hemos llegado!
Si el hombre contemporáneo
conciente del dolor y a la vez tan predispuesto a la comodidad, quiere pasar lo
primero y llegar de una manera verdadera y no ficticia a la segunda, es la
exaltación de la Cruz de Jesús donde encuentra una respuesta existencial
definitiva y segura.
Creo que los instintos del
hombre contemporáneo que le hacen rechazar el dolor y trabajar tanto para
suprimirlo (pensemos que la industria farmacéutica es una de las más grandes del
mundo), y por otro lado invertir e insistir tanto en el confort, en lo
placentero, en darse el gusto, en la comodidad; pueden ser una plataforma de
lanzamiento para abrazar una respuesta plena que le quite a ese instinto y a
esa respuesta todo carácter de ficticio o fachaza sin fondo.
Exaltemos esta puerta de
entrada, este inicio de la plenitud que ya es plenitud incoada para siempre en
nuestro ser. Y no lo decimos de nosotros que aún no lo hemos vivido más que
místicamente, espiritual o moralmente, sino porque Jesús el Cristo nuestra la
parte más eminente del único Cuerpo que formamos con Él ya lo ha experimentado
de una vez y para siempre.
La Vida Nueva que la Cruz ha
inaugurado no es una Promesa a cumplirse, sino una realidad ya existente en
Jesús Resucitado. Él vive sólo así porque: “Nadie ha subido al cielo,
sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.” Lo
que nosotros aún no podemos experimentar experiencialmente en nuestro cuerpo de
manera plena, ya vive y ha comenzado su obra en nosotros porque lo ha comenzado
en Jesús que vive Resucitado en nosotros.
La Cruz de Gloria obtiene en
mi vida lo que no obtiene ningún esfuerzo, iluminación o deseo, porque ella ya
ha dado su fruto bueno en mí y ha plantado su semilla de Vida que puede dar 30,
60 o 100 % de Luz, Vida y Amor. El verdadero esfuerzo a hacer es el de no
resistir a su fuerza en nosotros que desde el interior clama hacer su obra para
volverme a mí al cielo del cual ella ha salido.
¡Que no debemos a Aquel que: “…descendió
del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo…” y “se
anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a
los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por
obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el
nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda
rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para
gloria de Dios Padre: Jesucristo es el Señor.”!
Demos gracias al Padre por la
libertad, la plenitud, y la exaltación que nos ofrece en Jesús alzado en alto
en la Cruz que vence al odio, a la separación, al desamor, con su perdón a los
hombres, su unión al Padre y su amor a los corazones de los hombres.
Llevemos nuestra cruz,
contemplemos las cruces colgadas en nuestras casas y templos, no como un adorno
sino como una memoria viva de dónde hemos partido y adónde pretendemos dejarnos
llevar. “Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo
el que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna.”
P. Sergio-Pablo Beliera
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