domingo, 14 de septiembre de 2014

Homilía Fiesta de La Exaltación de la santa Cruz, Ciclo A, 14 de septiembre de 2014

Hablar de la Cruz no resulta fácil, porque en seguida remite al dolor, al sufrimiento, al despojo y la muerte, experiencias todas ellas que ponen al hombre en jaque frente a su existencia. Y si a esto le agregamos la Exaltación de la Cruz, podría llegar a pensarse rápidamente en que se exalta aquello que tanto nos quema la existencia.
La cultura contemporánea llena de tanto dolor, de tanta conciencia del dolor y de tantos medios para mitigar o eludir el sufrimiento, nos focaliza en esa posibilidad de supresión y por lo tanto en la fantasía que los humanos por nosotros mismos podemos suprimir el dolor. Si a esto le agregamos la sobredosis de estímulos del placer, de la comodidad, del confort, del spa, no nos encontramos bien parados frente a este juego perverso de contrapuestos. No al dolor, si a lo placentero. No iremos por ahí para no caer en la trampa y tener algo que decir en serio.
Ni Jesús, ni la Iglesia quieren llevarnos ahí. A ese, o somos unos doloristas, o somos hedonistas.
A la Cruz se llega por un camino. Es punto de llegada doloroso, que extrae de nosotros las fuerzas del amor, del perdón, de la donación de nosotros mismos. Pero con sufrimiento de nuestra humanidad.
Pero la Cruz es punto de partida. El comienzo de un después. Que da el fruto de una liberación de todas las ataduras, de todos nuestros miedos, de todas nuestras fantasías infundadas. Es salvación que nos rescata de la muerte y del pecado, como una tabla que subsiste a las tormentas de nuestra existencia.
Es después de pasar por la Cruz cuando se entra en la Resurrección:
Primero como una espera esperanzada.
Segundo como una preparación de nuestra humanidad a la novedad de una vida para siempre.
Tercero como una experiencia que irrumpe en nuestra existencia de una vez para siempre y que nos pone en un estado definitivo del cual no hay vuelta atrás, ¡por fin hemos llegado!
Si el hombre contemporáneo conciente del dolor y a la vez tan predispuesto a la comodidad, quiere pasar lo primero y llegar de una manera verdadera y no ficticia a la segunda, es la exaltación de la Cruz de Jesús donde encuentra una respuesta existencial definitiva y segura.
Creo que los instintos del hombre contemporáneo que le hacen rechazar el dolor y trabajar tanto para suprimirlo (pensemos que la industria farmacéutica es una de las más grandes del mundo), y por otro lado invertir e insistir tanto en el confort, en lo placentero, en darse el gusto, en la comodidad; pueden ser una plataforma de lanzamiento para abrazar una respuesta plena que le quite a ese instinto y a esa respuesta todo carácter de ficticio o fachaza sin fondo.
Exaltemos esta puerta de entrada, este inicio de la plenitud que ya es plenitud incoada para siempre en nuestro ser. Y no lo decimos de nosotros que aún no lo hemos vivido más que místicamente, espiritual o moralmente, sino porque Jesús el Cristo nuestra la parte más eminente del único Cuerpo que formamos con Él ya lo ha experimentado de una vez y para siempre.
La Vida Nueva que la Cruz ha inaugurado no es una Promesa a cumplirse, sino una realidad ya existente en Jesús Resucitado. Él vive sólo así porque: “Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.” Lo que nosotros aún no podemos experimentar experiencialmente en nuestro cuerpo de manera plena, ya vive y ha comenzado su obra en nosotros porque lo ha comenzado en Jesús que vive Resucitado en nosotros.
La Cruz de Gloria obtiene en mi vida lo que no obtiene ningún esfuerzo, iluminación o deseo, porque ella ya ha dado su fruto bueno en mí y ha plantado su semilla de Vida que puede dar 30, 60 o 100 % de Luz, Vida y Amor. El verdadero esfuerzo a hacer es el de no resistir a su fuerza en nosotros que desde el interior clama hacer su obra para volverme a mí al cielo del cual ella ha salido.
¡Que no debemos a Aquel que: “…descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo…” y “se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: Jesucristo es el Señor.”!
Demos gracias al Padre por la libertad, la plenitud, y la exaltación que nos ofrece en Jesús alzado en alto en la Cruz que vence al odio, a la separación, al desamor, con su perdón a los hombres, su unión al Padre y su amor a los corazones de los hombres.
Llevemos nuestra cruz, contemplemos las cruces colgadas en nuestras casas y templos, no como un adorno sino como una memoria viva de dónde hemos partido y adónde pretendemos dejarnos llevar. “Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna.”


P. Sergio-Pablo Beliera

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