domingo, 26 de octubre de 2014

Homilía 30° Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo A, 26 de octubre de 2014

“…ayúdanos a amar lo que nos mandas.” Acabamos de rezar en la oración colecta de este domingo.
Eso es sin duda una necesidad urgente que tenemos. Antes que nada necesitamos amar lo que Dios ama que amemos. Si lo que Dios ama que yo ame no es objeto de un amor decidido y decisivo para mí, nunca podré entender ni aproximarme a la grandeza del amor cristiano a que nos desafía Jesús.
Lo que nos manda Jesús es amar a Dios y al prójimos porque ambos con sujetos únicos y merecen toda nuestra atención. Y si no logramos amar este mandamiento de doble rostro en una misma persona, no nos es posible amar de verdad, amar como Dios nos ama a cada uno. Porque el gran privilegio del hombre es que se lo ha hecho capaz de mar como Dios ama y ese privilegio es una demanda interna que busca su satisfacción.
¡Que belleza¡ ¡Que grande es la bondad de Dios para con el hombre¡ ¡Que precioso e inigualable punto de partida y horizonte se nos ofrece¡
Ayúdanos a amar lo que nos mandas porque lo que nos mandas es Amar y no sólo Amor. No es un sentimiento sublime, sino una dinámica continua que lo abarca todo, por eso es “Amarás”. Una dinámica que nos pone en movimiento continuo de amar. No es una opción sino es sustrato mismo de todo el edificio de nuestra existencia. Es estar presente en el amar. Por el sólo hecho que así es Dios, él está en un continuo amar.
Este movimiento de amar lo abarca todo, lo incluye todo, lo penetra todo: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu.” Está presente en todo lo que somos y por lo tanto en todo lo que hacemos. Jesús va hasta el fondo de la cuestión fundamental de lo que une y religa a Dios y el hombre, no nos propone un mandamiento más o una simple síntesis de todos, sino aquello que está en la esencia de un mandamiento de Dios, no ser algo externo a nosotros sino íntimo y vinculante para siempre y siempre.
Así, “Amarás con todo…” se corresponde a todo lo existente, ya no es una cuestión de capacidad, de reciprocidad, sino un estar como Dios involucrado en Amar a todos con todo lo que soy, y no en la mera circunstancia, ocasión o elección. Dios y mi prójimo entran de lleno en este “Amarás” que no puedo eludir sin dejar de amarme a mi mismo.
Es muy importante para los tiempos que corren no acentuar sino la unidad de todo el dinamismo del amar. Sin recalcar demasiado a Dios por un lado, al prójimo por otros y a sí mismo por otro. Si remarcar en la línea de Jesús que el verdadero y más pleno amor a sí mismo está en amar a Dios y al prójimo con una total intensidad, sin menguar nada.
Por otro lado, es muy necesario resaltar que el “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu.”, comienza claramente en un haberse dejado amar por Dios con todo. Y se continua en una profunda admiración por semejante amor y bondad y por la felicidad que eso implica para nosotros. Y por lo tanto, se corona con el intenso y profundo deseo de asemejarnos a Dios que ama de tal manera, para ser uno con Él en el Amor.
El amor al prójimo siempre será un sano y nítido testeo o examen personal si estamos en este “Amarás” o nos hemos distraído en otras cosas. Por eso ponerlo aparte sería perder un punto objetivo de referencia que necesitamos para reconocernos y que los demás necesitan para reconocernos como amados de Dios que aman a Dios y todo lo que Él ama.


P. Sergio-Pablo Beliera

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