“¿Quién eres…? ¿Qué dices de
ti mismo?” ¡Qué preguntas! ¿Quién quisiera enfrentarlas? Son de esas
preguntas que uno quisiera no tener que mirar de frente, pero por otro lado ¡cómo
no responder esas preguntas esenciales que traen la paz!, porque que quien
tiene la respuesta está consolidado de cara a Dios y a los hombres.
¡Cuántos hombres y mujeres
encaran a diario la vida sin una respuesta firme a su identidad, a su esencia,
a su sustentabilidad, a su sustancia¡
¡Cuántos andan por ahí con un ‘que
poco se de mi mismo y que poco se de lo que significo para los demás’¡ Anónimos
a sí mismos y a los otros, profundamente heridos en la frente y en el pecho.
Inmóviles de parálisis existencial.
Juan Bautista rechaza los
títulos que representan una definición engañosa y, sólo se abraza a una
definición dada por la misma palabra de Dios, él es “una voz”, voz que
resuena en el desierto de la búsqueda de Dios y no de sí mismo. No hay mejor
definición de sí mismo que aquella que proviene de la resonancia de la Palabra
de Dios en nuestro ser. Es como si dijéramos, si quieren saber algo de mí, les
digo lo que Él mismo me ha dicho en su Palabra.
“El espíritu del Señor está
sobre mí, porque el Señor me ha ungido” con su Buena Noticia, con su
Evangelio de la Alegría, que nos dice quienes somos y que somos para los demás.
Expresiones como las siguientes, ponen de manifiesto un punto de vista que
viene de otra dimensión, a la que estamos invitados a abismarnos, recordémoslas:
“…llevar la buena noticia a
los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los
cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del
Señor…”,
“…él me vistió con las
vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia, como un
esposo que se ajusta la diadema y como una esposa que se adorna con sus joyas…”,
del profeta Isaías.
“Mi alma canta la grandeza del
Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró
con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me
llamarán feliz…” del cántico de María.
“Estén siempre alegres. Oren
sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de
todos ustedes, en Cristo Jesús. No extingan la acción del Espíritu…”, de
carta de san Pablo.
“Yo soy una voz que grita en
el desierto: Allanen el camino del Señor…”,
y, “… yo no soy digno de
desatar la correa de su sandalia.”, del Evangelio de hoy.
Cada una de ellas expresan ese
‘mundo patas para arriba’ que no nos animamos a asumir y vivir, que en realidad
es el mundo de Dios implantándose en este mundo vuelto de espaldas Al que
Viene, sordo a la Voz y su Palabra, y ciego al testigo de la Luz y a la Luz
misma.
Estamos llamados a alegrarnos
de ser lo que somos, de ser esos medios de comunicación de la Buena Noticia de
una hombre que ha dejado de estar sólo contra todo.
Somos esos enfermeros de
riesgo y sin fronteras, en un mundo herido depositado en el ‘hospital de
campaña’ de la Iglesia de hoy.
Somos esos portadores de la
llave que libera a los cautivos y prisioneros del alma y del cuerpo que
necesitan una verdadera salida y reincorporación a la vida.
Somos los que desde lo alto de
nuestra pequeñez -por nuestra insistencia y voz alzada- logramos la atención y
proclamamos la bondad y misericordia de Dios en un mundo sin piedad.
Somos aquellos que vestimos a
la moda de enamorados empedernidos, donde no hay amor ni amantes, y nos
lanzamos con las antorchas que encienden los fuegos apagados pero aún humeantes
de algunas existencias tan pequeñas.
Somos la pequeñez que se
agranda con la Bondad de Dios y sus sueños de ojos abiertos.
Somos los que desde esa
pequeñez e insignificancia, tienen el gozo de ser quienes a los pies del Señor
se sienten indignos de lo más insignificante, y a la vez son concientes que es
el Señor quien se ha puesto a lavarnos los pies y calzarnos, para que nos
sentemos a su mesa limpios y dichosos…
Uh… cuantas y tantas cosas que
nos definen de verdad y que estamos ahí de rechazar por medirlas y pesarlas con
la balanza de un mundo subvertido de valores y sentido.
Por eso, aquí estamos
aceptando ser dichosos en la insignificante misión de orar sin cesar dando
gracias por nuestro destino desatinado a los ojos de otros, pero no a los de
Dios, a los del alma, y al de los más necesitados en todas sus formas.
Nuestro lugar es gastar este
tiempo en Acción de Gracias, en esta Eucaristía perdida en la inmensidad del
Universo, porque “el Señor hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las
naciones…”.
Para que en medio de la infelicidad
y de lo pasajero de este mundo, con María, podamos decir en la esperanza: “En
adelante todas las generaciones me llamarán feliz…”, porque trabajamos
por la justicia de Dios y no la injusticia de los hombres, porque en medio de
las tinieblas brilla una Luz que nos hace testigos de la Luz de la alabanza en
la noche, cantores en la noche de la Luz que no tiene fin.
Hay tanto por hacer, no
perdamos el tiempo, alabemos a Dios intensamente y salgamos presurosos a las
obras de la Luz que es la Caridad sin condición.
Dios y Padre nuestro, que
acompañas bondadosamente a tu pueblo en la fiel espera del nacimiento de tu
Hijo, concédenos festejar con alegría su venida y alcanzar el gozo que nos da
su salvación.
P.
Sergio-Pablo Beliera
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