Desde
que el hombre es hombre, podríamos decir que le cuesta hacer historia con Dios,
mirando los acontecimientos desde Dios. Pero como el hombre es por esencia un
ser en relación, sustituye a Dios por los otros, y es así que hace historia con
otros, y muchas veces historia según los otros, mirándose en los otros, por lo
cual la historia deja de ser la suya.
Cuando
el hombre se abre a la luz de Dios, la historia que alumbra es diferente. A la
luz de Dios los acontecimientos tienen otra tonalidad, otra intensidad, otra
interioridad, otra irradiación; es que simplemente dejamos de estar solos, o
bajo la mirada de los otros y pasamos a estar bajo el influjo amoroso del que
nos creó, y aún más nos salvó para que seamos aquello para lo que fuimos creado
y no otra cosa.
Y
por más que el hombre renuncie a hacer su camino a la luz de Dios, Dios no
renuncia a dar su luz para que el hombre tome esa luz y se deje iluminar por
ella para reiniciar el camino sin dilación. No es lo mismo recibir esa luz que
rechazarla, tejer con esa luz que sin ella.
Es
importante que recordemos estos trazos esenciales que conforman el porque de
tantas y tantas cosas de nuestra vida.
Hay
quienes comienzan con Dios, recibiendo su Luz, y así continúan hasta el final.
Hay
quienes comienzan con Dios, recibiendo su Luz, y en un momento la rechazan.
Hay
quienes comienzan rechazando a Dios, rechazando su Luz, y continúan así hasta
el final.
Hay
quienes comienzan rechazando a Dios, rechazando su Luz, y luego se abren a
recibir su Luz y continúan así hasta el final.
Estas
cuatro posibilidades, son una simplificación para hacer una síntesis de las
actitudes fundamentales que el hombre puede tomar frente a Dios.
Ahora,
la actitud de Dios sin embargo es siempre la misma: “Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para
que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no
envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.”
Ese “Sí”
de Dios se ha vuelto la pieza clave y fundamental de la construcción de la
esperanza que no se ve defraudada, porque Dios se entrega de manera personal y
sacrificial, como un don de amor por transformar nuestra historia, dándonos la
oportunidad de una elección decisiva a favor de la Luz.
Podríamos
decir con el evangelista Juan que la historia se resume en tres actitudes:
1.- “Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo
el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a
su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.”
2.- “La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz,
porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a
ella, por temor de que sus obras sean descubiertas.”
3.- “…el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se
ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.”
La
actitud de los hombres que rechazan la Luz, están expresadas en la lectura del
libro de las Crónicas:
La actitud de los hombres:
“multiplicaron sus infidelidades”
“imitando todas las abominaciones”
“y contaminaron el Templo que el Señor se había consagrado…”
“ellos escarnecían a los mensajeros de Dios”
“despreciaban sus palabras”
“y ponían en ridículo a sus profetas”
La
respuesta de Dios que conocemos como una entrega de amor del Padre de Hijo
Único, se manifiesta en la actitud de Dios expresada así:
“El Señor, el Dios de sus padres, les llamó la atención constantemente
por medio de sus mensajeros”
“porque tenía compasión de su pueblo y de su Morada”
“la ira del Señor contra su pueblo subió a tal punto, que ya no hubo
más remedio”, entonces:
1.- “Los caldeos quemaron la Casa de Dios, demolieron las murallas de
Jerusalén, prendieron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus
objetos preciosos. Nabucodonosor deportó a Babilonia a los que habían escapado
de la espada, y estos se convirtieron en esclavos del rey y de sus hijos hasta
el advenimiento del reino persa.”
2.- “Así se cumplió la palabra del Señor, pronunciada por Jeremías: “La
tierra descansó durante todo el tiempo de la desolación, hasta pagar la deuda
de todos sus sábados, hasta que se cumplieron setenta años”.”
Y
finalmente la aceptación de la Luz de Dios por parte de los hombres se
manifiesta en que:
“el Señor despertó el espíritu de
Ciro, el rey de Persia, y este mandó proclamar de viva voz y por escrito en
todo su reino: “Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios del cielo, me
ha dado todos los reinos de la tierra y él me ha encargado que le edifique una
Casa en Jerusalén, de Judá. Si alguno de ustedes pertenece a ese pueblo, ¡que
el Señor, su Dios, lo acompañe y que suba!”.”
Esta es la paternidad y la pedagogía de Dios, que parte de nuestro
desvío y nos encamina al retorno por medio de su providencia de vida y no de
destrucción. Como bien dice Pablo hoy: “Dios, que es rico en misericordia, por el
gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de
nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo –¡ustedes han sido salvados
gratuitamente!– y con Cristo Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con él en el
cielo.”
Dios
es incapaz de volverse en nuestra contra, de dañarnos, de condenarnos, de
destruirnos, sino que usa todos los acontecimientos y medios para restaurarnos,
reconstruirnos, devolvernos a la luz. No hay historia en la que intervenga Dios
que acabe mal, así lo demuestra la historia del Pueblo de Dios, la de Jesús, la
de su Iglesia. Al contrario, justamente el mirar la historia nos hace dar
cuenta que las historias sin Dios acaban mal, las guerras mundiales del siglo
pasado, los genocidios, el hambre generalizado en grandes porciones de la
tierra, las vidas destruidas por las adicciones de todo tipo, la veneración constante
del dinero, la sumisión al consumo por el consumo mismo, etc… todas historias
que acaban mal, sin Dios.
Y
aún la misma Iglesia lucha hoy día por hacer su historia según Dios y con Dios
y desempolvarse todo lo mundano que ha entrado en ella. No es una cuestión
meramente ética, sino de fe, “es necesario que el Hijo del hombre sea
levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.”
Las dificultades que la Iglesia enfrenta hoy son parte de su purificación, de
su poner sus obras a la Luz de Jesús, de su decisión, de su estilo, de su
entrega.
La
esperanza está impresa en la historia con Dios que el hombre emprende en cada
etapa, la Luz de Dios que aceptamos o no está testimoniada en manifestaciones
muy concretas de su pedagogía de amor. Porque la ira de Dios es su decir basta
de obrar el mal, aprendan a obra el bien, y por lo tanto su entrega en dar
vuelta la historia desde dentro de la historia y no desde fuera de ella. Es con
nosotros y no solo a favor de nosotros. Esa es la gran Luz, todo se juega en
una aceptación o no de esa Luz.
P. Sergio-Pablo Beliera
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