A cada de nosotros, en uno u otro momento, nos ha venido esta
experiencia de la imposibilidad de aceptar las propuestas de Jesús.
Comprender la “desproporción”
entre lo que se nos invita a vivir y nuestra comprensión mental, nuestra
aceptación voluntaria y la acomodación de nuestra afectividad, es casi una
expresión de normalidad, de realismo, de humanidad consciente.
Ahora hacer de esa sensación de imposibilidad una imposibilidad,
es otra cosa.
Primero se ofusca nuestra mente, se oscurece, se enreda con esos
pensamiento de:
¿cómo?
¿porqué?
¿para qué?
¿es necesario?, etc.
Luego empieza a crecer nuestra fantasía que se imagina escenario
imposibles, situaciones imposibles, que crecen en nuestra cabeza. Y entonces,
estamos para el golpe mortal, poner en juego nuestra voluntad y empezar a
decirse a sí mismo:
“no puedo”,
“ es demasiado para mis
fuerzas”,
“no es lo que esperaba e
imaginaba”,
“no, no quiero eso”.
Y así tantas otras afirmaciones que condicionan nuestra voluntad
de liberar nuestra libertad.
Entonces, es cuando mente y voluntad murmuran contra Dios,
poniéndonos en la vereda de enfrente, o poniéndolo a Él en la vereda de
enfrente. ¡Un “Extraño” entre los
suyos!
Quedamos embarullados en la “carne”.
Esa expresión “carne”, es la que
Jesús usa para marcar los límites entre el hombre en oposición a Dios y el
Espíritu que da vida. “El Espíritu es el que da vida, la carne no
vale nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida”.
Jesús dejará una y otra vez esta “carne” detrás y se dejará llevar por el Espíritu. No es el cuerpo
esa “carne”, sino los límites que le
ponemos a Dios. Porque cuando la Carne de Jesús y su Sangre libremente
entregada y dada, es recibida por nosotros entonces hay vida en nosotros,
porque es una Carne Resucitada y resucitadora.
Jesús dejará la “carne”
de oposición y rebeldía a Dios definitivamente en la Cruz, cuando sea levantado
en alto, cuando suba desde la Cruz al Padre. Justamente, cuando quede atrás lo
que se pone en disputa con Dios y lo que venza sea la voluntad de amor del
Padre y del Hijo, consagrada por el Espíritu de vida.
El hombre contemporáneo vive fuertemente esta negación a ir hasta
el fondo de la aceptación de las Palabras de Vida de Jesús. La ciencia, la
libertad individual, el uso extendido de los recursos materiales, una
afectividad inmadura que se instala reclamando siempre atención y cuidado, la
necesidad imperiosa de la satisfacción inmediata, etc. Todas esa cosas, se
oponen a la libertad de seguir hasta el fondo, hasta el final, la Palabra de
vida de Jesús que es su Cuerpo y su Sangre entregada para la vida del mundo.
No queremos ir donde Jesús nos propone, algunos tomamos nuestro
camino, y otros se quedan sorprendidos pero expectantes y escuchamos de Jesús
la implacable pregunta:
“¿También ustedes quieren irse?”
Y entonces nos preguntamos:
¿también yo quiero irme?
¿también yo creeré que es
imposible lo que Dios me propone?
¿también yo pondré mis reglas
por sobre las de Dios?
Cada vez que vamos a la Eucaristía con verdadero hambre,
impotentes, atraídos por un no se qué que sólo tiene Jesús, Pan de Vida que
viene del Padre y, vive del Padre, entonces, podemos decir desde las
profundidades de nuestras indigentes existencias hartas de argumentos y caminos
alternativos:
“Señor, ¿a quién iremos?.
Sólo Tú tienes palabras de vida eterna.
Nosotros hemos creído y reconocemos que Tú eres el Santo de Dios”.
Hay como un “basta” de
Pedro en nombre de todos los hombres de todos los tiempos, como un dejar de dar
vueltas, como un bajar la guardia y dejarse llevar por el Padre a Jesús y,
dejarse tomar por Jesús de manera total y definitiva. Por que como dice Jesús: “…
nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede”. Por lo tanto
cuando el Padre lo concede hay que ir a Jesús, es el mayor regalo que se nos
puede hacer.
Basta de argumentos, que si que no… vayamos a Jesús allí dónde y
cómo Él se queda entre nosotros y une su Vida con la nuestras y, unidos a la
Suya unidos al Padre.
Nuestro venir a la Eucaristía tiene que ser motivo de gozo y
estremecimiento por el Don que se nos hace de haber encontrado la Persona, la
Palabra y el Alimento que nos da abundantemente hasta saciarnos.
¿A quién iremos? A Ti
Jesús
¿A quién iremos? A Tú
mirada Jesús.
¿A quién iremos? A Tu
calma Jesús.
¿A quien iremos? A Tu Pan
verdadero Jesús.
¿A quién iremos? A Tu Pan
de Vida Jesús.
¿A quién iremos? A Tu
Carne y tu Sangre entregada Jesús.
¿A quién iremos? A Tu
Palabra de Vida Jesús.
¿A quién iremos? A Ti
Santo de Dios.
P. Sergio-Pablo Beliera
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