Creo que todos ‘sabemos’ que Dios es capaz de hacer cosas impensadas por el
hombre para nuestro bien. Es más, Dios es capaz de cargar sobre sí todo el mal
del hombre, para que nada recaiga sobre nosotros.
Excepto algo que se llama descubrimiento, crecimiento, aprendizaje, otros
lo llaman proceso de madurez.
Dios mientras se hace cargo de todo, se ocupa de educarnos paso a paso, sin
nuestra prisa o pausa, pero son su paciencia y su progresividad.
La escena de la Transfiguración de Jesús, que ocupa el centro de este
segundo domingo de Cuaresma, contiene dentro un centro. Y ese centro tiene como
motivo esa experiencia que Jesús y el Padre, hacen hacer a sus discípulos para
que ellos a su tiempo, maduren y den testimonio educando a otros en esa misma
experiencia.
Jesús no se transfigura para sí mismo, sino para fortalecer la experiencia
de Pedro y sus compañeros. Para hacer de Pedro un hombre testigo de que Dios
hace todo por anticipado y luego también. Un Dios en el que nos podemos fiar,
confiar, y por eso mismo atestiguar frente al mundo con nuestra propia
experiencia que ‘sabemos’ lo que Dios hace y es capaz de hacer con nosotros y
por nosotros.
Así como formó a Moisés y a Elías a quienes sacó de situaciones no ideales
ciertamente y que tuvieron sus traspiés a lo largo de su camino de aprendizaje,
ahora con su Hijo Amado forma a los testigos elegidos de antemano para formar
testigos según su corazón, porque sólo él puede manifestar lo que está en el
Corazón de sí y lo que existe en el corazón del hombre. Así mismo hará con
Abraham a quien pondrá "a prueba” para extraer de él lo mejor de su
persona creyente.
Y así como Dios ha dialogado y educado a sus profetas, ahora acompaña el
desarrollo de la fe de Pedro, Santiago y Juan, para que ellos nos formen a
nosotros con el mismo modo de Dios. Y como Jesús transfigurado habla con Moisés
y Elías, hablará el Padre y el mismo con sus discípulos.
Pero debemos recordar que es un diálogo que hace experiencia de Dios, una
experiencia que se acompaña con un diálogo con Dios.
Los invito a mirar el centro literalmente del texto:
“Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas,
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.
Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: “Este
es mi Hijo muy querido, escúchenlo”.”
Miremos a este Pedro que habla en nombre de los tres y que no sabe que
decir porque se experimenta sobrepasado por la experiencia de Dios que acaba de
vivir y que está viviendo. Las palabras no pueden traducir su experiencia
común. Se queda mudo y por eso dice algo que pareciera desatinado, como fuera
de lugar y de tiempo. Sin embargo esas palabras traducen esa experiencia
sobrecogedora que une pasado, presente y futuro.
Pedro propone algo según lo conocido por el, no puede ir más allá, eso es
normal, y por eso mismo Jesús los ha llevado a esta experiencia, para que
después al final del camino puedan traducir lo vivido según esta experiencia
guardada en el corazón.
Lo que propone Pedro, le termina de dar forma el Padre. Pues es el Padre
con su intervención el que explícita lo que puedo balbucea. Lo que parecía
destinado cuando era movido por la sobrecogedora experiencia de la luminosidad
y blancura de Jesús en diálogo con los dos grandes profetas, ahora lo cumple el
Padre. El Padre aporta la carpa que a usado para acompañar al pueblo por la
experiencia formativa y madurativa del desierto en la liberación de Egipto. Y
aporta su voz clarificante que indica el nuevo y definitivo interlocutor del
hombre, Jesús, el Hijo muy Amado.
La sombra es indicativa de una presencia real, ya que no se encuentran a
ciegas dentro de una nube, sino debajo de una nube que los envuelve con su
presencia que no puede ser vista más que en Jesús. Bien dirá en otro Evangelio
Jesús, «quien me ve a mi ve al Padre».
El Padre hace todo por Pedro, pero le deja a Pedro manifestar su
aprendizaje paulatino y cumple su intuición de una manera que él no podía
imaginar.
Jesús ve crecer la experiencia para la que había llevado a sus discípulos
al subir el monte. Donde Luz, Presencia y Palabra, serán las manifestaciones
con las que Dios formará la visión, la audición y la compensación de sus
testigos.
Dios sigue al hombre en su experiencia, no lo apura, toma de lo que tiene y
desde allí lo hace crecer. Así debe entenderse también la experiencia de
Abraham y su hijo Isaac. Dónde este Padre hace las veces de los discípulos,
mientras el hijo hace las veces de Jesús.
Así la transfiguración deja de ser una experiencia extraordinaria de Jesús
únicamente, y pasa a ser la experiencia que El intuye tiene que hacer con sus
testigos-discípulos para hacerlos sólidos y consolidados a la hora de tener
ellos que continuar la experiencia de Jesús y formar a otros como ellos han
sido educados por Dios.
Pedro tiene razón y el Padre se la confirma, no se puede hacer una
experiencia así y quedarse a la intemperie y solos, nos debemos dejar hacer una
morada en su presencia y acompañados por la sola persona de Jesús, el Hijo
Amado que sustituye todos los sacrificios en su sacrificio en la Cruz y cuya
certificación es la resurrección.
Pedro estuvo dispuesto a quedarse con Jesús después de lo que había vivido
y lo dijo como pudo, es al Padre a quien le compete completar el gesto y la
palabra sin desechar la palabra y el gesto propuesto por el hombre.
Una vez creados y hecho hijos suyos, Dios no hace cosas con nosotros desde
la nada sino con lo que somos y tenemos para afirmar nuestro ser en su más
pleno sentido y plenificar nuestro deseo de entrega y permanencia.
Como Jesús y sus discípulos, no podremos detenernos aquí, sino ponernos una
vez más e marcha, pero desde aquí, no sin esta experiencia de El y de nosotros.
Sólo así somos testigos creíbles de una experiencia de interrelación amorosa
con Dios.
Sólo así nuestro pasado, como le pasa a Moisés y Elías, encuentra su
sentido y plenitud en el presente representado por Jesús sólo y nadie más.
Como lo resume muy bien San Juan de la Cruz, «Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que
no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra...
Porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado a Él
todo, dándonos el todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese
preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una
necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo,
sin querer otra cosa o novedad».
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