domingo, 20 de septiembre de 2015

Homilía 25º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo B, 20 de Septiembre de 2015

Partamos de la experiencia común que hoy vemos tan asiduamente entre nosotros. Podríamos llamarla: el rechazo a ser examinados.
Pongamos algunos ejemplos que nos ayuden:
El nivel de aceptación de exámenes que prueben nuestros conocimientos adquiridos, ha ido disminuyendo al punto de estigmatizar la prueba, todo examen. Desarmando casi por completo el andamiaje necesario para saber donde estamos frente a un conocimiento y la misma experiencia de aprendizaje. Separando aprendizaje de examinación, que como diría un gran profesor, es la última oportunidad de enseñar de un maestro y la última de aprender de un alumno de ese maestro.
Por otro lado, en el fondo de este entramado, ha crecido la importancia que le damos a la aprobación o desaprobación de los otros, a la mirada de los otros y las pretensiones de los otros. Así muchos viven cotidianamente ajustándose a esas pretensiones de los otros y ha hacer de eso la fuente de sus elecciones de vida. Por otro lado, llegando en algunos al rechazo absoluto de esa mirada aprobatoria o no, han decidido emanciparse por la vía de la ruptura o de la huida de la mirada de los otros, congregándose en tribus de pares donde nadie los cuestione.
Algo más sucede en torno a este tema, y es el hacer trampa para alcanzar pasar una prueba. Lo vemos recurrentemente en el deporte, que actúa como muestra de lo que se vive en otros niveles de la sociedad. La corrupción de la información, de la comunicación, de la enseñanza, y de lo vivido, lo ha contaminado todo. Queremos ser grandes con mínimos esfuerzos, o a costa de esfuerzos que implican la degradación de nuestra persona y de nuestra conciencia.
Hipócritamente vivimos en una sociedad que hace todo lo posible por quitar el esfuerzo, el dolor, o el sufrimiento de en medio, y a la vez vive mirando para otro lado frente al inmenso mar de esfuerzos, dolores y sufrimientos de la mayoría de la humanidad, que hoy no podemos decir que desconocemos.
Cada vez se repite la voz de los que dicen sin pudor: “Dicen los impíos: Tendamos trampas al justo, porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar…”
Ocultar la ejemplaridad es un recurso recurrente de quienes no quieren cambiar. Nuestros niños y jóvenes nos lo ponen de manifiesto ya que así lo han aprendido de nosotros, cada vez que justifican sus deseos socialmente aprendidos y de su propia experiencia del pecado en su persona, cuando nos dicen: “todos los hacen”, sacando a la luz la ejemplaridad de la masa que va en la vida sin ninguna visión crítica y, descartando la ejemplaridad de aquel uno que deberían ser ellos, de ir dónde y como es bueno y mejor vivir porque hace crecer y madurar.
Vamos por la vida tan apegados al precepto de ser felices, que hacemos casi todo tipo de opciones y acciones posibles que hacen imposible que lo seamos. Ser grandes y felices se ha vuelto tan complejo que se ha vuelto una experiencia de lo imposible. Es la paradoja que presentan las palabras de Santiago hoy: “Ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que desean, matan; envidian, y al no alcanzar lo que pretenden, combaten y se hacen la guerra.”
Jesús, nos ha dado el ejemplo como primer enseñanza. Antes que hablar de lo que debemos hacer nosotros nos muestra que es lo que Él vive y está eligiendo vivir de aquí para adelante. Muestra sus opciones que ya vive y está dispuesto a seguir viviendo: “Jesús… enseñaba y les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará”.” Jesús, se deja examinar, poner a prueba en su entrega, para que al final sólo queden el amor al Padre y los hombres necesitados de ese Padre.
Es lo que el espíritu del mal intenta con nosotros cada día, cuando las cosas se nos ponen difíciles: “Pongámoslo a prueba con ultrajes y tormentos, para conocer su temple y probar su paciencia. Condenémoslo a una muerte infame, ya que él asegura que Dios lo visitará.” Es lo que viven crudamente hoy miles de cristianos perseguidos en África, Medio Oriente o Asia. Pero que lo que también nosotros vivimos sutilmente cada día cuando rechazamos el camino de la prueba necesaria y casi diría imprescindible para ir para adelante desde lo que somos, desde lo que maduramos, desde lo que crece y necesita espacio y tiempo.
La calidad de vida común, de vida fraterna, habla de nuestras elecciones más profundas y de nuestra madurez. Pero no sólo una vida fraterna próxima, sino también la vida fraterna que se expanda hasta donde haya un humano, especialmente un humano no amado.
Jesús, se entrega a sí mismo por amor al Padre y por nuestra libertad, eso lo hace grande entre nosotros. La dimensión envolvente de su entrega es nuestra garantía de su genuinidad, gratuidad e incondicionalidad. Es nuestra hoja de ruta cada vez. Él no está dispuesto a dejar atrás la prueba que pone de manifiesto quien es, que eligió ser y que está dispuesto a darnos como vida y como ejemplo a seguir.
Por eso, una vez que ha dejado de manifiesto cual es su camino y su vida, nos interroga a nosotros para ayudarnos a sacar a la luz lo que no podemos o no queremos ver por nosotros mismos: “¿De qué hablaban en el camino?” Es la pregunta del examen que debemos afrontar para no perder el rumbo en medio del camino.
Conocemos la respuesta a esa pregunta: “…habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.” Así estamos muchas veces nosotros, desenfocados de lo importante, de lo urgente y necesario, que no es rivalizar o compararse con los otros sino darse y entregarse a los otros como Jesús.
“¿De dónde provienen las luchas y las querellas que hay entre ustedes?... Donde hay rivalidad y discordia, hay también desorden y toda clase de maldad. En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura; y además, pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien; es imparcial y sincera.’… “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”.”
Nuestra prueba de pasión, muerte y resurrección pasa por aquí cada día. Como Jesús y con Jesús, estamos invitados permanentemente a recibir, a acoger, a abrazar lo insignificante para el mundo y lo valioso para Dios. Libres de comparaciones y rivalidades, para darnos más y más a nuestro Dios y a los no amados de este mundo.
“¿De qué hablaban en el camino?”
De cómo vivir como tu Jesús, y “…ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará”
Pasando la prueba necesaria que deja de manifiesto nuestro amor al Padre.
Y hacernos como tu Jesús, “el último de todos y el servidor de todos”, para amar primero como tú nos amas, Maestro y Señor.


P. Sergio-Pablo Beliera

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