Digamos para comenzar, que ninguno de nosotros, por más esfuerzo que haga, sea espiritual o de voluntad, podrá quitar de su camino la experiencia de querer o pretender, ser y hacerse autónomo de Dios, o de poner a Dios al servicio de nuestras necesidades y objetivos.
En contraste con esto, vivimos llamativamente en un mundo más interelacional, interaccional, vincular, en red, sin embargo la búsqueda testaruda de autosuficiencia sigue vigente, sigue amenazando nuestra existencia que no puede prescindir del otro y mucho menos del Gran Otro, el Dios Creador y Salvador, que nos hace entrar en la maravilla de la existencia y de la historia.
De esto último, tiene clara conciencia Moisés, al indicar hoy al pueblo, que decir al presentar su ofrenda: “El vio nuestra miseria, nuestro cansancio y nuestra opresión, y nos hizo salir de Egipto con el poder de su mano y la fuerza de su brazo, en medio de un gran terror, de signos y prodigios. El nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra que mana leche y miel.” Dios ve. Dios extiende su mano y hace salir. Dios pone su fuerza en juego. Dios llama y atrae. Dios da en abundancia. Esa conciencia subyace presente a pesar de todo en lo más íntimo de cada mujer y varón. Esa conciencia interior del creyente le hace oír la voz de Dios que le dice claramente: «El se entregó a mí, por eso, yo lo libraré; lo protegeré, porque conoce mi Nombre; me invocará, y yo le responderé. Estaré con él en el peligro, lo defenderé y lo glorificaré.» del salmo 90.
Es también, fundamentalmente, la experiencia de Jesús. La escena del evangelio de hoy, es una experiencia espiritual inicial, que después se desplegará en el resto de sus días. A lo largo de su vida pública, va experimentando, a medida que va avanzando en el camino, por un lado el claro impulso de Dios a través del Espíritu, y a la vez la oferta de distracción de su vínculo amoroso con el Padre. Al comienzo de su ministerio, la llamada a ser un profeta del Reino de Dios viviendo solo de esa Palabra y por otro lado la tensión de dejar de proveerse a sí mismo el sustento saliendo del mundo conocido y habitual en el que vivía. A mitad de camino, frente a la popularidad que quería hacerlo rey temporal, la renuncia a un poder temporal para confiar enteramente en el Reino escondido del Padre, Reino de Amor y Misericordia. Y al final, el abandono total a la acción de Dios adorando su voluntad por encima de su propia voluntad de supervivencia y la de su entorno. Jesús todo lo vivirá en una experiencia de oración cotidiana bien definida y a la vez en una oración continuada a lo largo de todo su día y su vida. Sólo así ha llegado a sintonizar con la el amar, el querer y el hacer del Padre y del Espíritu.
También nosotros necesitamos volver a una oración bien definida en un espacio y tiempo cada día y a la vez continuar nuestro vínculo con Dios a lo largo de todo el día y toda la vida, para dejarnos conducir por la Voz Interior del Amor, que es el Espíritu –Memoria de Dios en nosotros-, para que nos conduzca en nuestra experiencia espiritual de creyentes orantes y caminantes. Es en la oración cotidiana y continuada –el desierto- donde Dios se nos revelará hablándonos al corazón despertando en nosotros la Memoria Original de que somos obra suya y que Él tiene una voluntad de amor para con nosotros. Como dice hoy san Pablo: “todos tienen el mismo Señor, que colma de bienes a quienes lo invocan. Ya que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.”
Esta Memoria Original de que “El hombre no vive solamente de pan”, “Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto” y “No tentarás al Señor, tu Dios” requiere que yo le de la libertad de vivir en mí. El creyente hace Memoria, pero que no es ninguno de los tipos de memoria que poseemos (memoria genética, intelectual, psíquica, emocional, sensorial, social o espiritual) sino que es Memoria Salvífica del amar, el querer y el hacer de Dios en mí y en los otros. Porque “pedimos auxilio al Señor, el Dios de nuestros padres, y él escuchó nuestra voz”, porque “La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón” ya que como“afirma la Escritura: El que cree en él, no quedará confundido”. Esa Memoria Original y Salvífica vive en las Escrituras, y que debemos hacer Palabra desde la que entablar nuestro diálogo con Dios y su natural consecuencia de opciones a hacer.
La Cuaresma es tiempo de volver sobre esa Memoria Original y Salvífica que nos devuelve a nuestro ser y hacer propios que encontramos privilegiadamente en la Oración y que sin ella es imposible que el hombre crezca en la Comunión de Amor para la que fuimos creador y salvados por la Pasión, Muerte y resurrección de Jesús, el Señor.
P. Sergio Pablo Beliera
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