domingo, 25 de diciembre de 2011

Homilías de Navidad, ciclo B, 24 y 25 de diciembre 2011


Homilías de Navidad, ciclo B, 24 y 25 de diciembre 2011

Misa vespertina de la Vigilia (Isaías 62,1-5, S.R. 88,4-5.16-17.27.29, Hechos 13,16-17.22-25, Mateo 1,1-25 o bien 1,18-25)

"Por amor de Sión no callare, por amor de Jerusalén no descansare, hasta que rompa la Aurora de su justicia y su salvación llamee como antorcha" 
El Amor de esta noche no calla.
El Amor de esta noche no descansa.
El Amor de esta noche durara hasta "que rompa la Aurora de su justicia y su salvación llamee como antorcha", porque de justicia y salvación tiene hambre y sed este pueblo congregado en su Nombre.
Esta es la noche en que queda atrás nuestra experiencia de abandono y desolación porque hoy somos los favoritos de Dios, sus amados.
En esta noche nuestra humanidad ha encontrado como novia un Esposo. Y es en este Esposo en quien reconocemos al que nos construyo.
Y más aun, en esta noche el Esposo Dios encuentra por fin alegría en nosotros, su esposa tantas veces infiel y rebelde.
Hoy, en esta noche de Nacimiento, en esta noche del Gran Parto, en esta noche de Navidad, el largo peregrinar de la humanidad que partió del Jardín de Edén (ēden, delicia) llega finalmente a su destino en la tierra de Belén (Bet leehem: casa del pan).
Hoy, en esta Navidad de los humildes, en el humilde y justo José, se cumple el sueño del retorno definitivo de Dios entre los hombres.
Hoy, es la noche en que se cumple el sueño de José. El, como nosotros, desconcertados frente a los acontecimientos que nos sorprenden y desconocemos, decidimos tantas veces "repudiar" nuestro presente ya que no se acomoda a nuestro plan, a nuestro ideal...
Pero desde las remotas profundidades de nuestro ser, en la impotencia de nuestro sueño, Dios nos revela el verdadero sentido de los acontecimientos: "Dios salva", somos padres y madres de un hijo que es motivo de sorpresa y de esperanza. No debemos ya temer sino que debemos llevar a nuestra casa esa salvación y permitir que el designio de Amor de Dios se de entre nosotros, “Dios con nosotros” es en esta noche, “nosotros con Dios”.
Como José queremos favorecer que el sueño se cumpla por la alegría de una Comunión con la voluntad de Luz, Justicia y Salvación para los “hombres amados por Dios”.
Todo en esta noche de Navidad debe ser el cumplimiento de la obra que el Espíritu Santo ha comenzado en nosotros.
Que el Niño Jesús, vuelva a encontrar en nosotros, aunque sea una humilde gruta en la que nacer y un acogedor pesebre en el ser recostado.
Que se abran nuestro brazos para darle calor.
Y nuestros labios quieran regalarle un verdadero beso de ternura.
Que nos podamos poner de rodillas para adorarlo ya que Él se ha abajado hasta nosotros para que nosotros podamos subir con Él hasta lo alto.

P. Sergio Pablo Beliera

Misa de Gallo (Isaías 9,1-6, S.R. 95,1-3.11-13, Tito 2,11-14, Lucas 2,1-14)
“El pueblo que caminaba en las tinieblas...” Es ese pueblo que en el mapa del dolor humano de hoy, esta representado por las tinieblas del hermano contra el hermano...
En esta Navidad caminamos en las tinieblas porque, las sociedades están conmovidas por tensiones financieras... Los pobres no pueden dejar de ser pobres, a causa de múltiples factores que podrían ser resueltos pero que no terminamos de resolver...
Y por primera vez en su historia, nuevas enfermedades causadas por nuestro propio estilo de vida del hombre, nos aquejan a diario... Ya no es la naturaleza que nos afecta sino nosotros que nos hacemos daño a nosotros mismos.
Fue en la noche cuando Jesús nació. Era de noche, la oscuridad envolvía el acontecimiento de su nacimiento, el más luminoso de todos.
Las tensiones sociales ocasionadas por la ausencia de un auténtica libertad se extienden por todo el mundo... En este momento no sería extraño que creyentes estén perdiendo la libertad por su fe.
Muerte, guerra, terrorismo, persecución, soledad, increencia, falta de esperanza, indiferencia de unos para con otros, decadencia ética y moral... Y sobre todo ausencia de Dios, envuelven el conjunto humano de cada día...
No es una larga lista de pesimismo... Es la cruda realidad del dolor humano al que aun no hemos dejado llegar la salvación de Dios que hoy nos llega.
Pero frente a esta realidad, existe una realidad subyacente, profunda y a la vez explícita por la que Dios nos hace hacer Memoria de su Presencia... “Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado...” El Padre da a su Hijo Amado a la humanidad como una “Luz que brilla en las tinieblas...”  Como una Alegre Memoria…
De manera insignificante para el hombre, Dios se hace presente... Esperaríamos una presencia mas contundente, mas significativa, pero no, solo se nos ha dado “un niño envuelto en pañales, recostado sobre un pesebre...” Exigimos a Dios una presencia que sin embargo nosotros a diario no estamos dispuestos a dar... Escondidos en nuestra propia desesperanza, en nuestros “peros” continuos, en nuestros idealismos de fuga, en nuestros pesimismos burócratas, en nuestras complejas políticas de no hacer nada, en nuestros rezos autómatas y en nuestros activismos dispersantes... Somos nosotros los que no le ponemos el cuerpo a la situación; no Dios, que clara y explícitamente está con todo su Cuerpo entre nosotros, con nosotros, en nosotros…
Hoy es Navidad, porque el Dios al que los hombres consideraban remoto y distante, se ha aparecido a los hombres en la forma humana mas frágil y a la vez mas humanizante: un niño envuelto en pañales... Absurdo de los absurdos para los que no creen, un Niño es quien nos conduce... Gloria de las glorias para los que creen. “El que no se haga como niño no puede entrar en el Reino de los cielos...”, está lejos de ser un slogan o un deseo o declaración de buena intención, es la propia experiencia de Dios con nosotros, de Dios entre nosotros, es la experiencia propia de Jesús… El niño quiere crecer, el niño quiere aprender, el niño quiere ser amado y amar, el niño quiere dejarse cuidar, el niño quiere reír con los que ríen...
¿Es esto lo que yo estoy queriendo y lo que estoy facilitando a los demás?
En esta Eucaristía de Navidad, todo Dios se da recostado en la forma de pan y de vino, todo El viene a nosotros en el pesebre de la patena y el cáliz, envuelto en esa frágil materia... “Todo Dios escondido en un Pan” para darse a comer hasta saciarnos. Esta Eucaristía es Navidad. Esta es la Mesa que Dios nos sirve para que celebremos el darse total por amor de El a nosotros, en la espera de nuestro darnos total por amor a El... Solo así abra una única humanidad redimida del dolor y del pecado del olvido.
¡Bendita Memoria de Navidad que nos congrega en torno al darse total de Dios en el Niño Jesús! 
¡Bendita Memoria del Niño entre los niños de toda la Historia!

P. Sergio Pablo Beliera

Misa del día (Isaías 52,7-10, S.R. 97,1-6, Hebreos 1,1-6, Juan 1,1-18)

"Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza…" "y la Palabra se hizo carne y habito entre nosotros…" "¡Que hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena noticia!... Tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve..." "... Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo... 'adórenlo todos los ángeles de Dios'…" "y hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad..."
Toda carne fue hecha por Dios desde el principio de la Creación. Y en esta Navidad celebramos que Dios al final de su obra, se ha hecho carne... Dios al principio hizo al hombre y hoy Dios al final se hace hombre... ¡Que gran misterio de Amor!
Y este hombre presente en esta Navidad, en el Niño Jesús es el que, no solo hace presente a Dios entre los hombres sino, que es Dios hecho hombre... La antigua separación se ha hecho unión plena y definitiva... La comunión impensada para el hombre al comienzo, se ha hecho comunión asombrosa al final...
Y así, Dios ha dado un nuevo comienzo a nuestra humanidad "porque lo antiguo ha pasado" y ahora vivimos de esta novedad.
"Tu eres mi Hijo, yo te engendrado hoy", resuena en el corazón del Niño Jesús y por lo tanto en el corazón de la nueva humanidad, a la que pertenecemos por pura gracia porque, "nadie ha visto a Dios jamás: el Hijo único, que esta en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer", a nosotros que hemos creído y por eso hoy lo adoramos y lo contemplamos porque, en Jesús escuchamos lo que la humanidad anhela desde sus entrañas "yo seré para el un padre y el será para mi un hijo…"
Esto es lo que nos hace próximos a toda esperanza y a todo amor y nos pone a distancia de toda oscuridad y engaño. Porque ahora podemos amar como somos amados en Jesús el Hijo amado.
¿Quien podrá apartarnos de semejante amor?
¡Ya nadie podrá apartarnos del amor de Dios en Jesús!
¡Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres amados por Dios!
Ya no hay problema en ir a Dios, porque Dios a venido en Jesús a los hombres, como hombre y como Dios.
Ya no hay dificultad en buscar a Dios, porque el hombre en Jesús a sido encontrado "envuelto en pañales", adorémoslo porque "a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre…" 
Porque en esta Navidad “no hemos nacido de la carne, ni de la sangre, ni de amor humano, sino de Dios…”
¡Feliz Navidad del Señor Jesús!

P. Sergio Pablo Beliera

lunes, 19 de diciembre de 2011

HOMILÍA 4º DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO B, 18 DE DICIEMBRE DE 2011


HOMILÍA 4º DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO B, 18 DE DICIEMBRE DE 2011
“Concebirás y darás a luz un hijo…” En estas palabras quisiera invitarlos a poner nuestra atención en esta cuarta semana de Adviento que estamos comenzando. Ellas reflejan un cambio irreversible en la historia y son palabras de una fecundidad desconocida hasta ahora.
María, vivió este tiempo de concepción de manera completa. No se salteó nada de lo que significa una concepción. Lo vivió intensamente de principio a fin. Esta semana de Adviento debe estar signada por el deseo de ser vivido enteramente como una concepción.
En primer lugar los invito a poner nuestra atención en este verbo “concebir”. No nos centraremos en el como el mero hecho de la concepción biológica, que no nos incluiría a todos. Estoy mas bien pensando en la concepción en sentido englobante y totalizante, como se lo hace el Padre a María, que abarca a todo lo humano y creyente que hay en nosotros. María es imagen del querer de Dios sobre cada uno de nosotros. Pero siempre como un acontecimiento humano-creyente. Hoy en el evangelio concebir aparece dos veces (en María e Isabel). Dios aparece como todo vitalidad, todo vida, todo fertilidad, todo fecundidad siempre.
Miremos pues los rasgos esenciales de este acontecimiento humano significativo.
Concebir es en este sentido el acto de comprender (se compromete mi inteligencia en algo), de encontrar el sentido que tienen nuestros actos y sentimientos. Encuentro el sentido de un encuentro, de un acontecimiento. Se concibe con la mente, con el corazón, con el alma. Se concibe en la mente, en el corazón, en el alma.
Se concibe en la fe y luego en la vida. De esta manera me hago una idea bien definida de lo que está sucediendo. Le doy lugar en mí a algo que antes no estaba. La fe me hace concebir del presente hacia el futuro, nunca hacia el pasado. Y con la fuerza de la fe Dios es que encuentra lugar en mí. Concebir es concebir un espacio en mí, generar un espacio. Encuentra un espacio de fecundidad en mí. Me adentro en lo que está dentro, en lo que está sucediendo dentro de mí.
¿Concibo una vida que permite la vida en mí? ¿Desde dónde me invita Dios a concebir la vida que vivo?
Al concebir algo comienza a tener vida en mí. Quedo lleno de vida. Algo comienza formarse en mí, algo va tomando forma en mí. Al concebir quedo comprometido con lo que concibo porque pongo algo de mí frente a lo que he recibido. Como la mujer al concebir un hijo, todo mi persona se acomoda a lo que comienza crecer en mí. Estoy lleno de una vida que crece por sí misma en mí. Que se adentra en mis entrañas y desde mis entrañas madura. No es un anexo de mí, sino que quedo comprometido por lo que he recibido y he puesto de mí.
Los creyentes estamos invitados todos a concebir en sentido profundo y verdadero: todos nosotros somos un lugar donde algo cobra vida, donde se forma algo. Todos tenemos que mirarnos en la concepción. Es algo que me toma por entero. Concebir es dar vida.
¿Se puede decir de mí que estoy disponible para concebir? ¿Hay algo disponible en mí para que se genere nueva vida, más vida? Sin espacio y sin disponibilidad no se puede concebir.
Ahora, en segundo lugar prestemos atención a la siguiente parte: “…darás a luz…” Dar a luz, es una maravillosa y bellísima expresión. Lo que está oculto sale a la luz. Lo desconocido sale a la luz. Lo no visible de la vida sale a la luz. Concebir implica dar a luz, la concepción se expresa plenamente en dar a luz.
El concepto “dar a luz” es dinámico… Por un lado es “dar”, es entregar, es ofrecer, es dejar que surja… que salga…
Luego este dar está acompañado de esta sugestiva expresión: “a luz”… Aparecer, asomarse, surgir a la luz… Se hace inevitablemente palpable, está frente a mí, ante mí…
“Dar a luz” es parir, es dar a luz con esfuerzo. Es un compromiso personal donde abro toda mi vida para surja una vida… Debemos alumbrar la vida que viene de Dios a mí.
¿Qué tenemos que concebir? ¿Qué tenemos que dar a luz?... Tenemos que concebir y dar a luz una vida humana que pueda ser llamada Jesús. ¿Se puede decir de mi que estoy comprometido en concebir y dar a luz a alguien a quien se le pueda poner el nombre de Jesús, de Dios salva, que sea Hijo de Dios, que sea heredero de una promesa? ¿Estoy yo verdaderamente comprometido como varón, como mujer en concebir y dar a luz, a alguien, a algo vivo, que genere vida entre nosotros, que se lo pueda distinguir y tenga que ver con el obrar de Dios Padre, con su obrar continuo? ¿Estoy en esto o estoy yo en mi plan? ¿Quiero estar en el proyecto d el Padre? Tenemos que dar a luz algo que se pueda llamar con el nombre de Jesús, como el heredero de Jesús, como la continuidad del obrar del Padre que comenzó en Jesús y quiere prolongarse en mí.
El Padre lo hará posible, yo solo tengo que querer y dejar ser en mí, entre nosotros. La sombra de Espíritu Santo nos cubrirá y surgirá esa maravillosa continuidad en mí y entre nosotros del querer y del obrar del Padre. A veces no queremos… Pero necesitamos querer concebir y dar a luz con todo lo que esto significa. Y esto será nuestra alegría. “Alégrate”…
La Palabra quiere hacerse carne en mí. Como se hace Cuerpo y Sangre desde el pan y el vino. ¡Cómo no lo hará posible el Padre por la fuerza de su Espíritu que Jesús se haga carne en mí, en nosotros! Seamos todo materia disponible como María, la que se alegró frente a este anuncio y la que se alegrará al ver este mismo anuncio hacerse realidad en cada uno de nosotros y en la Iglesia de su amado Hijo Jesús.

P. Sergio Pablo Beliera

domingo, 11 de diciembre de 2011

HOMILÍA 3º DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO B, 11 DE DICIEMBRE DE 2011


HOMILÍA 3º DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO B, 11 DE DICIEMBRE DE 2011
“…en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen…” proclama Juan el Bautista en el evangelio de hoy. Podría sonar un reproche, pero no lo es, es más bien un anuncio esperanzador. Juan Bautista es el que saltó de alegría en el seno de su madre ante la presencia oculta de Jesús en el vientre de María. El sí lo conoce porque lo ha experimentado, ha hecho la experiencia de su Presencia única y gozosa.
Este es un esperanzador anuncio para quienes caminamos en lo transitorio de la historia, sin poder ver la totalidad de lo que nos envuelve y de lo que nos habita, es un anuncio absolutamente imprescindible. Creemos en un Dios al que experimentamos pero al que aún no podemos ver. Experimentamos su presencia pero no podemos conocerlo como Él nos conoce a nosotros.
Esta experiencia sin visión plena, es irreductible a cualquiera de sus extremos (experiencia – visión). Porque la experiencia es la de una Presencia viva y eficaz de Dios, que se impone por sus signos inconfundibles en nosotros como lo fue en Jesús de Nazaret: “…llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor.” Cuando somos esos pobres, esos heridos, esos cautivos, esos beneficiados por la bondad del Señor, hacemos experiencia de Dios, sabemos que está… Cuando somos buena noticia para el pobre de cualquier tipo que nos rodee, cuando vendamos los corazones heridos, cuando proclamamos la liberación al cautivo y la libertad al prisioneros de cualquier clase y condición que nos rodee, sabemos que viene de una experiencia viva y eficaz de Dios en nosotros. Sabemos que no somos nosotros sino “Él” el que está actuando, el que está en medio de nosotros. Podemos decir, sin menoscabo de nuestra integridad y dignidad, "Yo no soy…”, es “Él”.
A la vez esta experiencia es en la pura fe “…en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen…” que nos hace asumir con claridad que todo conocimiento de la Presencia de Dios es limitada y solo puede ser completa al final del camino cuando Dios se nos muestre sin velo alguno. Hoy, debo vivir en medio de esa Presencia que me resulta desconocida e inabarcable por completo. Pero vivirla con asombro y aceptación. Vivirla con admiración y entera disponibilidad. La fe pura, la fe verdadera, la fe que viene de Dios y encuentra en nosotros una casa, es la que se vuelve toda atención a Aquel de quien proviene. Es la fe que me habita “para dar testimonio de la luz…”, para que todos crean y sea así un “testigo de la luz” que me alumbra a mí mismo.
Pero nada de esto es posible sin la experiencia fundante de: “El espíritu del Señor está sobre mí…” Sí, somos aquellos que como Jesús de Nazaret, hacen la experiencia de recibir sobre si, la penetrante experiencia del Espíritu que se asienta en las profundidades de nuestro ser. Esta es la experiencia inicial de Jesús de Nazaret en las aguas del bautismo en el Jordán, una experiencia trascendente que viene de lo alto y se posa sobre su persona, esto es la experiencia de una elección, de una llamada, “sobre mí”, por lo cual es una experiencia ineludible. La elección, la llamada que proviene de Dios es irrevocable y permanece en mí porque Él lo ha penetrado todo en mí. Y a la vez hasta que no lo penetre todo, todo estará por hacerse en mí.
“No extingan la acción del Espíritu…” que ha descendido tan claramente sobre nosotros. Y que nos hace permanecer en oración incesante. Quien hace experiencia de Dios, quien cree, quien ha recibido el Espíritu, quien es llamado a ser testigo, debe permanecer en oración, en un vínculo constante de gozo y de compasión que se vuelve alabanza y bendición. Solo esta conexión con la acción orante del Espíritu puede hacernos dar el fruto de una acción compasiva según el Espíritu. Como en la Eucaristía donde la invocación del Espíritu transforma por su acción el pan el Cuerpo y el vino en Sangre de Jesús. A través de la oración Dios se hace Presencia encarnada y viva según la Vida que desciende del Cielo para transformar la tierra y adelantar lo que ya está allí en nuestro aquí y ahora. Y que experimentamos vivamente sin verlo, y por lo cual vivimos más allá de conocerlo.
Dejémonos llevar por el Espíritu antes que por nuestra racionalidad o abstracciones que extinguen “la acción del Espíritu”. Solo así podremos conocer como somos conocidos por Aquel al que experimentamos en su Presencia viva.

P. Sergio Pablo Beliera

domingo, 4 de diciembre de 2011

HOMILÍA 2º DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO B, 4 DE DICIEMBRE DE 2011


HOMILÍA 2º DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO B, 4 DE DICIEMBRE DE 2011

Una voz grita en el desierto”¿Qué voz grita en mi desierto? ¿Cuál es su mensaje? Esta es la pregunta con la que los invito a comenzar esta segunda semana de Adviento.
Mi desierto está conformado por lo que me rodea y es infértil, donde no hay vida sin adversidad, esos lugares donde presiento el peligro, donde queda al desnudo mi soledad, la inmensidad de lo insuperable, los espacios que aíslan y se vuelven adversos, la inseguridad reinante, lo desafortunado de nuestras formas de vincularnos...
Mi desierto está conformado por mi propio vacío, mi propia infecundidad, mi palpable aislamiento, mi soledad insuperable, mi grito que experimento imposible de ser escuchado, mis fieras indómitas e indomables, mis estados de peligros constantes, mis inmensidades agotadoras y agobiantes, mis estados de intemperie, mi sed insatisfecha, mis distancias infranqueables…
Pero en mi desierto, Dios ha puesto una voz, una voz que grita, una voz que levanta el tono para hacerse escuchar, una voz solitaria pero nítida, distinguible, ineludible… Voz interior y voz exterior… Es su Voz, pero que se hace su Voz en mi voz… Es una Voz que contagia mi voz y le da plena vigencia y sentido.
La voz, podríamos decir que es la amplificación sonora de nuestro interior. Ella expresa de manera vibrante a través de sonidos los rumores que recorren nuestro interior. La expresión del profeta no puede ser más elocuente: Hablen al corazón…” Los rumores del interior tiene una Voz que habla a nuestras entrañas. Entrañas que necesitan ser despertadas. Entrañas que necesitan ser conducidas. Entrañas que necesitan entrar en diálogo. Los rumores del interior necesitan una posibilidad de expresarse con claridad para ser discernidos, puestos a la luz del Espíritu, entrar en sintonía con la Sabiduría de Dios…
En mi desierto la voz interior viene a cumplir su misión impartida por el mismo Dios: “anúncienle…” Este anuncio es la misión de darle noticia o aviso a mi persona de un Cambio; es hacer publico en mí una Novedad, proclamar en mí una Presencia, hacerme saber de un Camino, un Sentido…
En mi desierto una voz proclama” solemnemente. Es una Voz que publica en alta voz una Presencia y un Obrar para que se haga notorio a todo en mí y a todos a mi alrededor. Una Voz que declara solemnemente el principio o inauguración del reinado de Dios en mí y en mi alrededor. Es una Voz que proclama para que sea dicho claramente a mi multitud interior y a la multitud de mi exterior, para alabar y bendecir a Aquel que vino, viene y vendrá en mi, como Vida de mi vida, como Luz de mi luz, como Camino de mi camino, como Palabra de mi palabra, como Pan de mi hambre, como Hermano de mi hermano interior y exterior. Una Voz que proclama para conferir, por unanimidad, su lugar a Dios en mí y en mis hermanos. Una Voz que proclama para dar señales inequívocas de lo que es el amor de Dios por mi, por nosotros y de su pasión de Padre y de Hijo único.
Las consecuencias son claras: Preparen en el desierto el camino del Señor… Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán juntamente, porque ha hablado la boca del Señor.”
Habré de subirme a lo más alto de mi inteligencia, de mi corazón, de mis fuerzas, de mi vida; a lo más alto de los ámbitos que me rodean. Porque la Voz inconfundible de Dios en mí ordena: “levanta con fuerza tu voz, tú que llevas la buena noticia… Levántala sin temor, di a las ciudades: "¡Aquí está tu Dios!”
No puedo callar la Voz de Dios en mí que me convoca a ser voz, que me congrega entorno al que nos “bautiza con el Espíritu Santo”, Jesús el Señor. Y que me hace su mensajero privilegiado para que todos se reúnan en torno a Jesús que da Vida, que hace fecundo, que trae fertilidad, comunicación, comunión, alegría, reconciliación a nuestro entorno, que hace la paz posible. Que hace de mi desierto, de nuestro un lugar de Encuentro, de Comunión de Amor, de Esperanza en estado activo.

P. Sergio Pablo Beliera

sábado, 26 de noviembre de 2011

HOMILÍA 1º DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO B, 27 DE NOVIEMBRE DE 2011


HOMILÍA 1º DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO B, 27 DE NOVIEMBRE DE 2011
Comenzamos el Adviento. Cuatro semanas de intensa vida espiritual guiados por el Evangelio de san Marcos. Es un tiempo de una personalidad de mirada penetrante, aguda, sostenida. Tiempo de ojos abiertos. De una mirada posada en el horizonte en actitud de espera. Es tiempo de contemplación.
Entramos en espera de, “el momento”. Así lo denomina Jesús. Así lo espera nuestro espíritu. Se trata de vivir para “el momento”. Se trata de poner el interés en “el momento”. Se trata de no dejar pasar “el momento”. Se trata de una vida en movimiento hacia “el momento”. Lo interesante es que “el momento” no es algo que dependa de nosotros, claramente “el momento” llegará, el se aproximará hacia nosotros, sin que podamos saber el cuando de “el momento”. Solo sabemos que “el momento” llegará y nos tomará así tal cual estemos. Nuestra preocupación no debe estar entonces en saber “cuando” sino es estar involucrados en vivir una vida con “cuidado” y en estar “prevenidos”. O sea, en asumir el valor, la dignidad, el significado de una vida que nos ha sido confiada como una pieza única y de gran valor, frente a la que estamos llamados a vivir como servidores. Cuando me apodero de la vida, de mi vida, de la vida de los demás, dejo la actitud de cuidado, de prevención, pues la atención se dirige a mantener ese poder y no a la dinámica de la vida misma que es darse y dejar darse. Con “cuidado” y con “prevención” es pues, vivir desapoderado y desapegado de la propia vida y de la de los demás, es vivir su gratuidad permanente para que se de en ella todo lo que “el momento” nos traiga.
“El momento” es pues un encuentro, más aún un reencuentro, de un Señor y su servidor. Pero es el reencuentro de un Señor que se hace Siervo y que viene para hacer de su servidor un verdadero señor. Estamos en vigilia para volvernos a encontrar con Aquel con el que nos hemos encontrado y ha marcado tanto nuestra existencia que sin Él no podemos vivir. Vigilia en la Palabra. Vigilia en la Eucaristía. Vigilia en la vida fraterna (familia y comunidad). Vigilia en los pobres. Vigilia en la Contemplación. Vigilia en la Adoración. Vigilia en el Silencio del trabajo, del andar y de la convivencia de relaciones de hermanos.
Nos desvelamos en el ansia del encuentro. Perdemos el sueño en el gozo de una espera con el que hemos experimentado que nos Ama más allá de nuestra posibilidades de darnos cuenta, de saber el cuando… Quien ama -y eso es un servidor desde Jesús- se mantiene despierto y disponible a la persona que ama. ¿No merecerá nuestra relación de amor con el Señor este tratamiento? Nos desvelamos y perdemos el sueño por tantas cosas pasajeras, ¡como no permanecer con el corazón, la mente, los sentidos y el alma despierta para ser encontrados en “el momento” por el Señor que nos ama y a quien queremos amar más!
Y para eso, nuestro “portero” interior debe estar en funciones óptimas. El “portero”, es el Espíritu del discernimiento que deja solo entrar a aquellos que son del Señor, a aquello que es del Señor, a aquello que es para el Señor, aquello que lleva al Señor, aquello que me hace permanecer en el Señor. El Espíritu que conoce al Señor, es el que lo puede reconocer en su venida a nosotros en “el momento”. Él conoce su voz, de donde viene y a donde va. Es el Espíritu el que hace Memoria del Señor en nosotros, porque el encuentro ha quedado impreso en nosotros y nadie puede borrar su impronta. Así nuestro espíritu puede responder a la manera del Espíritu.
Estoy invitado a querer hacerme “portero” como el Espíritu, para reconocer la venida del Señor y abrir mis puertas de par en par. Hacerme “portero” por el Señor que es el dueño de casa, y a quien yo lo he dejado hacerse dueño de mi casa, de mi vida y de mi historia. Su impronta vive en mí y solo Él puede ocupar el lugar que le pertenece pero, que a la vez yo le he dado ese lugar al seguirlo como respuesta de amor al amor del llamado. Hemos comenzado una historia con Él y solo con Él podemos llevarla a su plenitud. ¡Es maravilloso! Nuestra única verdadera preocupación es estar al servicio del Evangelio que se nos ha confiado para vivirlo y brindarlo como Casa de Comunión para todos. El Señor de la Buena Noticia que nos enamora vendrá y lo llevará todo a su plenitud. “…lo digo a todos: ¡Estén prevenidos!”
Quiero Señor, no permitas que me duerma por mis cansancios innecesarios e inútiles. Pon mi atención en el Camino por el que partiste y por el que volverás. Que mi corazón se mantenga en vela de amor por el Amor recibido para darte esa misma respuesta de Amor cuando llegue “el momento”. Acepto no saber “cuando” para amarte y esperarte en la total apertura y gratitud. “…tú, Señor, eres nuestro padre; nosotros somos la arcilla, y tú, nuestro alfarero: ¡todos somos la obra de tus manos!”

P. Sergio Pablo Beliera

domingo, 20 de noviembre de 2011

Homilía Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, ciclo A, 20 de noviembre de 2011


Homilía Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, ciclo A, 20 de noviembre de 2011
La dispersión es una actitud que nos encuentra muchas veces a su disposición, generando en nosotros y en quienes nos rodean una sensación desagradable de pérdida y desorientación. La dispersión convive a diario con nosotros en la vida familiar, en la vida comunitaria, en la vida social, pero, también en la vida espiritual. Dispersos por dentro y por fuera la sensación de desanimo crece y gana terreno.
Tal vez, sea este, uno de los signos más evidentes que hemos dejado de poner nuestra atención en Dios. Salidos de Dios, vagamos por ahí, por allí… por todas partes sin rumbo cierto. Emigramos de su Presencia hacia las inciertas presencias que aparecen como ilusión de una tierra firme, de descanso y sosiego, y al final nos encontramos perdidos en nosotros mismos, entre los nuestros.
La Promesa viene en nuestro auxilio por boca de Ezequiel: ¡Aquí estoy Yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas.” El Padre afirma su Presencia, “¡Aquí estoy Yo!”, Él es el que no se ausenta, es el continuum de la Historia y de nuestra historia. Es el Padre el que preside la mesa de los que son convocados. El busca y el mismo se ocupa, “porque suyos somos y a Él pertenecemos”. El Padre sale a nuestro encuentro en la persona de su Hijo Amado Jesús, para traernos de nuestra dispersión. El Pastor está en medio de nosotros “como el que sirve”. Todo Él es “Dios con nosotros” por siempre y para siempre. Se ha hecho uno de nosotros y permanece como tal transformado en El Resucitado, en El que Vive y convoca a los vivientes, porque “Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos.”
“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia” Todos en la esperanza futura nos reuniremos en torno a Jesús Resucitado, el Dios hecho hombre Resucitado, “a fin de que Dios sea todo en todos”. Pero esa esperanza futura tiene un hoy, un ahora, un aquí que lo hace todo uno. "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo", habían preguntado los magos de Oriente, por todos nosotros. Ahora cada vez que poso mi mirada en Jesús, vuelvo de mi dispersión, ahora cada vez que escucho su Palabra Viva, vuelvo de mi dispersión, ahora cada vez que cierro mis ojos, pongo pausa en mi andar y me guardo en el silencio, el Espíritu de Jesús me hace volver de mi dispersión, ahora cada vez que Celebro su Presencia Crucificada y Resucitada en la Eucaristía, vuelvo de mi dispersión atraído por su Presencia, ahora cada vez que mi mano se extiende con un vaso de agua o un pedazo de pan, cada vez que salgo de mi comodidad en busca del que está preso o enfermo, cada vez que cubro al desnudo y dejo entrar en mi casa al que está afuera solo, vuelvo de mi dispersión al Dios que se ha Encarnado y hecho uno de nosotros hasta el extremo de la pobreza para que yo me de al que el realidad me ha dado todo de sí…
Entonces si podemos escuchar la gran bendición al final de cada día: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo…” Ese “vengan” es la más dulce y reconfortante llamada, ansiada desde el comienzo del Día que fundamenta cada día. Quien se despierta con ese anhelo vive de ese anhelo en la realización de un “vengan” a cada humano hecho hermano por la relación de vida nueva entablada con Jesús. Somos benditos ya en cada aproximación a toda manifestación de la Humanidad de Jesús, que ha hecho suyo a todo pequeño, “cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. Porque Jesús fue un forastero Desde Egipto llamé a mi hijo”. Jesús “sintió hambre”. Jesús estaba de paso y fue alojado “porque el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. Jesús es el que estuvo preso “se abalanzaron sobre él y lo detuvieron”. Jesús es el que tuvo sed y “le dieron de beber vino con hiel”. Jesús es el que estuvo desnudo porque “los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron”. Jesús es el enfermo “Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño”. Esta identificación, esta unión nos resulta inaudita en la medida que nosotros mismos no somos esos pequeños, como pequeño se hizo Jesús. En la medida que somos esos pequeños, esa identificación se vuelve motivo de alegría, de gozo y de vuelta de toda dispersión, porque nos reunimos en torno a la Presencia Viva de Dios en la Humanidad de Jesús, que se ha unido a todo hombre que pasando por la pasión y la muerte espera un gesto total que lo haga experimentar ser bienvenido a la existencia por el mismo Dios Presencia Vida, en un humano que se hace hermano rompiendo todas las distancias del pecado y de la muerte, porque “todos revivirán en Cristo.”

P. Sergio Pablo Beliera

domingo, 13 de noviembre de 2011

HOMILÍA 33º DOMINGO DURANTE EL AÑO, CICLO A, 13 DE NOVIEMBRE DE 2011

HOMILÍA 33º DOMINGO DURANTE EL AÑO, CICLO A, 13 DE NOVIEMBRE DE 2011

A veces, muchas veces nuestra preocupación por la eficacia, por la eficiencia, por los resultados, nos distrae de la verdadera posibilidad de la eficacia y de la eficiencia, esta reside en otro lugar fuera de la eficiencia, la eficacia y los resultados.
Hay un porcentaje que cree que la bondad no tiene nada que ver con un resultado satisfactorio. Y hay un porcentaje que cree que sin bondad ningún resultado será verdaderamente satisfactorio. Podríamos resumirlo en: Ser bueno no sirve para nada, y sin ser bueno nada sirve. ¿Dónde estoy yo?
Lo mismo pasa con la fidelidad. ¿Para que sirve ser fiel? La fidelidad ata y sujeta y no permite nuevas experiencias, esto piensan algunos. Por otro lado algunos piensan que sin fidelidad no puede haber resultados porque uno no se compromete plenamente, integramente. ¿Dónde estoy yo?
“…servidor bueno y fiel” dice Jesús. El, es el “servidor bueno y fiel” que ha invertido todo su talento en 33 años de existencia, para consumarlo todo en menos de 24 horas de vida, en la pasión y muerte de cruz. Recibió su vida para darse en ofrenda por todos nosotros y la dio hasta el extremo sin guardarse nada para sí. Y ha sido el Padre quien le ha dicho: “ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor”. Frente a “lo poco” de una existencia entre nosotros recibió el gozo eterno.

La bondad de Jesús, nos sigue haciendo el bien que ni nosotros somos capaces de darnos cuenta. Su bondad nos hace tanto bien que es incontable los resultados de bien que nos ha hecho. Basta contemplar el Evangelio y ver sus gestos y sus palabras, todo invertido en pasar “haciendo el bien”, y como respuesta el Padre le dice cada vez, “entra” a mi intimidad.

La fidelidad de Jesús, es un bien al que sería muy absurdo darle la espalda. La fidelidad de Jesús al Padre ha dado el más alto resultado que un hombre haya podido alcanzar: la Resurrección y estar a la derecha del Padre, “en el gozo”. Su fidelidad hecha de esa actitud expresada en esa palabra que nos espanta y nos hace retroceder “obediencia”, “Padre… que se haga tu voluntad y no la mía”.

¿Cómo hacer para que ser un servidor bueno y fiel no genere en nosotros el sentimiento de inutilidad y desvalorización? Si Jesús es mi servidor bueno y fiel que invierte todo en mí. Y entonces, Él es el que merece mi respuesta de identificación con su modo de ser y de hacer, porque “el discípulo no puede ser que el Maestro” debe hacer lo mismo. Sin esta convicción las cosas no cambiarán. Estoy invitado a querer ser un “servidor bueno y fiel” que se haya reconfortado por tal invitación, que eso “poco” de la existencia sea para nosotros posibilidad de mucho más. El que cree en esto puede ver como de mucho recibe mucho más.

Este mundo tiene malos resultados por no interesarse suficientemente en ser servidores en la bondad y en la fidelidad. La agresividad, la desconsideración, la desvalorización, el estrés, la confrontación, la infidelidad, la ausencia de compromiso, y muchos otros síntomas, son fruto de la ausencia de una actitud servicial, bondadosa y fiel, convincente y genuina. Es un verdadero problema espiritual que parte de no aceptar a Dios como Servidor Bueno y Fiel sino como “exigente: que cosecha donde no ha sembrado y recoge donde no ha esparcido” y eso genera miedo que paraliza nuestra relación con Dios. Pero ese dios es una ilusión espejo de mis miedos. El Dios real y palpable es el que se da a sí mismo. Porque Dios nos confía lo que es suyo, y eso si o si es Él mismo, nunca algo sino Él mismo. Ese es el “más” que promete, porque no puede haber más que “entrar al gozo” de nuestro Dios y Señor, que nos invita a la mesa, a su mesa.

Así en cada Eucaristía entramos al gozo de nuestro Señor. Él se adentra en nosotros dándose por entero para que nosotros nos hagamos uno con ese don de sí mismo.

P. Sergio Pablo Beliera

domingo, 6 de noviembre de 2011

HOMILÍA 32º DOMINGO DURANTE EL AÑO, CICLO A, 6 DE NOVIEMBRE DE 2011

HOMILÍA 32º DOMINGO DURANTE EL AÑO CICLO A 6 DE NOVIEMBRE DE 2011

Tal vez unas de las experiencias mas reconfortantes de la vida sea "salir al encuentro".

El hombre y la mujer que salen al encuentro, se sienten atraídos por alguien que les resulta insustituible y de gran valor e importancia. ¡Que bien nos sentimos cuando alguien adquiere ese lugar de relevancia que nos hace salir de lo nuestro para ir a su encuentro! ¡Dichoso el hombre que se anima a salir al encuentro!

Y cuando esa relevancia la ocupa Dios que nos ha invitado a la fiesta de la Comunión de Amor con El, cuanto mas. Es incomparable.

Los creyentes, las vírgenes del Evangelio, son los que han sido invitados y salen al encuentro del Dios Amor que los ha invitado.

Solo la imprudencia puede obstaculizar este encuentro. Es la imprudencia de nuestros encierros que nos hacen pensar que las cosas serán como nosotros las imaginamos, las soñamos, las deseamos. El encierro ahoga nuestras posibilidades de encuentro.

Es este encierro, motivo de nuestros desencuentros, de nuestros desentendimientos que nos dejan fuera de la sala nupcial donde se celebra la Unión de Amor entre Dios y nosotros.

Porque salir al encuentro no es un acto exterior sino un acto interior que se expresa hacia el exterior. Nos dormimos y cuando despertamos ya no tenemos las fuerzas de la de que nos habían traído hasta el encuentro con el Señor Amado.

Una vez mas Jesús nos quiere hacer concientes de nuestra dualidad, queremos pero no hacemos lo suficiente en cuanto a ser providentes y cuidar el aceite de la fe en el encuentro que necesita de la espera paciente, porque nada que sea importante puede darse de un día para el otro. Si el Señor nos hace esperar es para que estemos debidamente preparado para un encuentro que permita una unión plena y definitiva. Por eso no ataca nuestra dualidad, sino que nos avisa que no se puede caminar hacia el encuentro por cualquier camino y menos con cualquier actitud distraída. Porque como dice Jesús: "el espíritu esta dispuesto, pero la carne es débil"

La Eucaristía es escuela de salir al encuentro del Señor que viene. Ella es el grito claro y certero en medio de la noche que nos dice: "salgan al encuentro que el Esposo esta aquí" El viene y espera entrar dentro a partir de la escucha atenta y abierta de su Palabra. Es la primer gran entrada a la Comunión de Amor. Una escucha que busca la puesta en marcha, en acción de lo escuchado. La primera acción de lo escuchado es contemplarlo, mirarlo en la vida de Jesús y en la nuestra, contemplarlo dejando que surja un deseo nuevo de vida y amor en común. Luego viene la conversión o la reconversión a lo contemplado para que se haga carne en mi y venga yo a ser su palabra viva, una "humanidad supletoria" que grite "con mi vida el Evangelio". Así, el que escucho el grito de aviso de la llegada del esposo, se hace ahora grito para los demás de la presencia amorosa e ineludible del que nos ama.

Esta es la actitud de velar que espera el Señor, exprese lo que significa para nosotros encontrarnos con El. Velar con los ojos abiertos y velar con los ojos cerrados, velar de día y de noche, en las buenas y en las malas, en la alegría y en la tristeza. Hacernos vírgenes prudentes, previsoras y dispuestas en el encuentro con nuestro Dios, conscientes de nuestras dualidades, haciendo crecer el trigo que sabe morir a su voluntad y dar el fruto de la voluntad de Dios viviente en nuestro interior y dejando de lado la cizaña que es todo desenfoque y distracción puesto en nuestro corazón por la imaginación y el exterior, construyendo sobre la roca de un amor genuino y atento y no sobre la arena de los deseos y las promesas incumplibles.

Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora” es el maravilloso aviso que nos hace Jesús para que siempre y en toda circunstancia estemos abiertos a ser sorprendidos por el amor. Hoy estoy dispuesto a recibirte por entero mi Señor porque has salido a mi encuentro porque me amas, voy a tu encuentro para amarte.

P. Sergio Pablo Beliera