domingo, 20 de noviembre de 2011

Homilía Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, ciclo A, 20 de noviembre de 2011


Homilía Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, ciclo A, 20 de noviembre de 2011
La dispersión es una actitud que nos encuentra muchas veces a su disposición, generando en nosotros y en quienes nos rodean una sensación desagradable de pérdida y desorientación. La dispersión convive a diario con nosotros en la vida familiar, en la vida comunitaria, en la vida social, pero, también en la vida espiritual. Dispersos por dentro y por fuera la sensación de desanimo crece y gana terreno.
Tal vez, sea este, uno de los signos más evidentes que hemos dejado de poner nuestra atención en Dios. Salidos de Dios, vagamos por ahí, por allí… por todas partes sin rumbo cierto. Emigramos de su Presencia hacia las inciertas presencias que aparecen como ilusión de una tierra firme, de descanso y sosiego, y al final nos encontramos perdidos en nosotros mismos, entre los nuestros.
La Promesa viene en nuestro auxilio por boca de Ezequiel: ¡Aquí estoy Yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas.” El Padre afirma su Presencia, “¡Aquí estoy Yo!”, Él es el que no se ausenta, es el continuum de la Historia y de nuestra historia. Es el Padre el que preside la mesa de los que son convocados. El busca y el mismo se ocupa, “porque suyos somos y a Él pertenecemos”. El Padre sale a nuestro encuentro en la persona de su Hijo Amado Jesús, para traernos de nuestra dispersión. El Pastor está en medio de nosotros “como el que sirve”. Todo Él es “Dios con nosotros” por siempre y para siempre. Se ha hecho uno de nosotros y permanece como tal transformado en El Resucitado, en El que Vive y convoca a los vivientes, porque “Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos.”
“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia” Todos en la esperanza futura nos reuniremos en torno a Jesús Resucitado, el Dios hecho hombre Resucitado, “a fin de que Dios sea todo en todos”. Pero esa esperanza futura tiene un hoy, un ahora, un aquí que lo hace todo uno. "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo", habían preguntado los magos de Oriente, por todos nosotros. Ahora cada vez que poso mi mirada en Jesús, vuelvo de mi dispersión, ahora cada vez que escucho su Palabra Viva, vuelvo de mi dispersión, ahora cada vez que cierro mis ojos, pongo pausa en mi andar y me guardo en el silencio, el Espíritu de Jesús me hace volver de mi dispersión, ahora cada vez que Celebro su Presencia Crucificada y Resucitada en la Eucaristía, vuelvo de mi dispersión atraído por su Presencia, ahora cada vez que mi mano se extiende con un vaso de agua o un pedazo de pan, cada vez que salgo de mi comodidad en busca del que está preso o enfermo, cada vez que cubro al desnudo y dejo entrar en mi casa al que está afuera solo, vuelvo de mi dispersión al Dios que se ha Encarnado y hecho uno de nosotros hasta el extremo de la pobreza para que yo me de al que el realidad me ha dado todo de sí…
Entonces si podemos escuchar la gran bendición al final de cada día: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo…” Ese “vengan” es la más dulce y reconfortante llamada, ansiada desde el comienzo del Día que fundamenta cada día. Quien se despierta con ese anhelo vive de ese anhelo en la realización de un “vengan” a cada humano hecho hermano por la relación de vida nueva entablada con Jesús. Somos benditos ya en cada aproximación a toda manifestación de la Humanidad de Jesús, que ha hecho suyo a todo pequeño, “cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. Porque Jesús fue un forastero Desde Egipto llamé a mi hijo”. Jesús “sintió hambre”. Jesús estaba de paso y fue alojado “porque el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. Jesús es el que estuvo preso “se abalanzaron sobre él y lo detuvieron”. Jesús es el que tuvo sed y “le dieron de beber vino con hiel”. Jesús es el que estuvo desnudo porque “los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron”. Jesús es el enfermo “Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño”. Esta identificación, esta unión nos resulta inaudita en la medida que nosotros mismos no somos esos pequeños, como pequeño se hizo Jesús. En la medida que somos esos pequeños, esa identificación se vuelve motivo de alegría, de gozo y de vuelta de toda dispersión, porque nos reunimos en torno a la Presencia Viva de Dios en la Humanidad de Jesús, que se ha unido a todo hombre que pasando por la pasión y la muerte espera un gesto total que lo haga experimentar ser bienvenido a la existencia por el mismo Dios Presencia Vida, en un humano que se hace hermano rompiendo todas las distancias del pecado y de la muerte, porque “todos revivirán en Cristo.”

P. Sergio Pablo Beliera

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