HOMILÍA 23º DOMINGO DURANTE EL AÑO, CICLO A, 4 DE
SEPTIEMBRE DE 2011
Todos
nosotros escuchamos o utilizamos el concepto de, “debido proceso”, frente a la falta de un hombre y su debida
justicia. A la vez, sabemos que se está siempre muy lejos de un “debido proceso” por distintos motivos,
pero sobre todo por la impericia en el trato de unos con otros. ¡Que difícil es
a veces que un par comprenda a otro par! No por nada el perro, se habrá ganado
el apelativo del “mejor amigo del
hombre”.
¡Que
lejos estamos unos de otros! ¡Que distantes estamos hermanos de hermanos! ¿Hacemos nosotros el proceso debido a todo
trato humano de mutua comprensión?
¿Qué procedimientos seguimos en el seno del matrimonio, en el seno de
nuestras familias, entre nuestros amigos?
¿Cuáles son los procedimientos de nuestro trato entre pares en una
comunidad cristiana?
¿Y porque no preguntarnos por nuestra convivencia laboral y social?
Digamos que, el
hombre de ayer, de hoy y de siempre, tiene que saber de donde debe partir para
dirigirse a su hermano. ¿Y cómo saber de
dónde partir? Dios, es explícito en este punto: “…cuando oigas una palabra de mi boca, tú
les advertirás de mi parte” Partimos de la voz misma de Dios que nos
advierte. Quien pretenda hablar debe estar a la escucha de la palabra de Dios
sobre su hermano. El hombre nunca debe partir pues, desde sí mismo para hablar
al hombre que está en una situación que requiere advertencia. Y es segundo
lugar, el hombre debe ante todo “advertir”.
Esto es, fijar la atención en el hermano, con la intención de reparar el bien
infringido. Es pues, observar para llamar la atención de alguien sobre un bien
no hecho. Es entonces, para aconsejarlo, amonestarlo, enseñarle, prevenirlo
sobre lo bueno. Y en tercer lugar, debemos tener la conciencia que de esa
advertencia, depende la vida de mi hermano: “…a ti te pediré
cuenta de su sangre.”. Es pues, tener conciencia del valor de la vida
del otro y del sentido de la propia, en el bien de mi hermano. El objetivo,
carece de toda subjetividad, de toda interpretación parcial, de todo exceso de
pasión. Partimos de la escucha, permaneciendo en la escucha, para que la
escucha mutua sea la que quede de manifiesto, porque nos importa la vida y sus
circunstancias. Así, las palabras de Jesús habrán cobrado vida: "Si tu
hermano peca contra ti, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado
a tu hermano”.
Ahora si esto no ha bastado, las
cosas no están por terminadas aquí, el proceso continúa: “Si no te
escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la
declaración de dos o tres testigos.” La ayuda de
aquellos que tengan la capacidad de escucharnos y ayudarnos a un entendimiento.
Concediéndonos así a ambos un siguiente camino a recorrer.
Y si esto no bastase aún, como
dice Jesús: “Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad.” La
comunidad es el resguardo que todos tenemos, que nos contiene a ambos y por
ambos debe velar. En ella, reunida en nombre del Señor ponemos la esperanza de
la conversión mutua. “Y si tampoco quiere escuchar a la
comunidad, considéralo como pagano o publicano.” O sea, que la última
declaración es la de considerar que el otro no tiene la fe para convertirse y
cambiar. Que ha tomado su vida en sus manos y se ha aislado de la comunión de
la fe. Para lo cual, el Señor Jesús mismo nos advierte que debemos tener
extremo cuidado, porque lo que atamos lo atamos en el cielo y lo que desatamos
lo desatamos en el cielo. No podemos actuar a la ligera, ni obsecuentemente, ni
prepotentemente, porque como promete Jesús: “si dos de ustedes se unen en la
tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque
donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy presente en medio de
ellos”.
Entre nosotros, debe prevalecer
siempre, hasta el cansancio de la propia muerte, el “amor mutuo”, es lo que
nos debemos unos a otros. "Amarás a tu prójimo como a ti mismo?.
El amor no hace mal al prójimo. Por lo tanto, el amor es la plenitud de la
Ley.” El amor con que nos ama Dios en la persona de Jesús, es la
plenitud de toda norma y de todo proceso hacia la conversión, hacia el perdón
mutuo. Y esto es lo que debemos hacer prevalecer en todas nuestras relaciones
humanas, porque el amor es el principio y el objeto de la Voluntad de Dios.
P. Sergio Pablo
Beliera
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