HOMILÍA 4º DOMINGO TIEMPO ORDINARIO, CICLO B, 29
DE ENERO DE 2012
“Es a
él a quien escucharán”… Una Voz, una Profeta, un Mensajero, un Enviado,
Un Maestro, ese es Jesús de Nazaret en medio de nosotros. Él es el indicado
para escuchar, es a Él a quien debemos abrir nuestro oído. Es a Él a quien
debemos prestar atención. Es a Él a quien debemos acoger en nuestro
pensamiento. Es a Él a quien debemos hospedar en nuestro corazón. Es a Él a
quien estamos llamados a aceptar y acoger plenamente con su enseñanza.
¿Es verdaderamente a Jesús de Nazaret a
quien escucho en mi vida? ¿Es a Jesús de Nazaret a quien escucho hablar en mi
historia? ¿Qué escucho que me dice? ¿De que me está hablando Jesús hoy a mi?
Quien
escucha se deja enseñar. “Dame Señor oído de discípulo”.
Dejarse enseñar es aceptar al Maestro y su mensaje. Quien se quiere dejar
enseñar va al Maestro con actitud de escucha. Escucha atenta, escucha
reiterada, escucha en el silencio, escucha sin cuestionamientos, escucha con
admiración, escucha con asombro, escucha con novedad.
“Jesús fue… y comenzó a enseñar” Cuando escuchamos a Jesús con estas
actitudes entonces comenzamos a dejarnos enseñar. Deponiendo toda resistencia,
argumentación propia, razonamientos originados en mí. Y comienzan a haber pensamientos,
quereres, sentimientos, actitudes originados en esta escucha y en esta
enseñanza. ¿He depuesto todas estas
contra actitudes?
Hay
un tiempo pasivo en la escucha absolutamente necesario para que esta sea
verdadera escucha:
Esto aleja toda agitación, toda ansiedad, toda
pretensión.
Y cerca toda docilidad, toda disponibilidad,
toda sencillez, toda aceptación.
Me dejo enseñar deponiendo toda dureza del oído
rogando al Señor que ablande mi oído, lo vuelva sensible y atraído por sus
Palabras. ¿Me estoy involucrando en todas estas actitudes?
Hay
un tiempo activo de la escucha:
Es en primer lugar la alegría en la escucha, la
alegría de dejarme enseñar por el Señor Jesús. La alegría de querer aprender de
Jesús. La alegría de estar escuchando a Jesús, la alegría del asombro de tener
la oportunidad de escuchar a Jesús. ¡Es un privilegio escuchar a Jesús! ¡Es un
regalo impagable poder escuchar a Jesús! ¿Encuentro
esta alegría nacer en mí frente a las palabras de Jesús?
La escucha hace nacer en mí la actitud de
querer moverme tras esas palabras, irme con ellas a recorrer todos los ámbitos
que esa enseñanza de Jesús me abre. Nace en mí la posibilidad de la respuesta,
el deseo de la respuesta. La palabra escuchada de Jesús se mueve libremente en
mi interior y recorre todas mis dimensiones acompañada por mí, voy abriendo
todos las habitaciones y dejo que en cada una de ellas esa palabra escuchada
impregne su presencia, deje rastros de su resonancia.
La escucha de Jesús provoca en mí un movimiento
hacia una revisión de todo lo conocido y aprendido hasta el momento. No importa
que, todo se pone a la luz de su Palabra, todo. No conozco ya nada que no lo
conozca de mi Señor Jesús. Todo mi conocimiento se vuelve lo que el señor Jesús
me haces conocer, todo mi conocimiento se vuelve conocer al Señor Jesús. Así,
voy conociendo como soy conocido y conozco a mis hermanos como el Señor me
conoce a mi.
La escucha de Jesús se vuelve entonces Palabra
viva en mi. Experimento sus movimientos en mi y como todo se ordena y construye
en torno a esa Palabra. Es el Señor Jesús como Palabra de vida que me hace
vivir acontecimientos inesperados e inexplorados por mi. Me siento llevado y a
la vez me dejo libremente conducir a lugares nuevos porque su doctrina es
nueva, porque Dios es siempre nuevo, Dios es en Jesús una creación, un hacer de
la nada, porque todo es nada frente a la Palabra de vida de Dios en Jesús. Voy
decididamente tras esa novedad que me precede y acompaña.
Me lleno de asombro frente a la enseñanza de
Jesús. No para de asombrarme, aun cuando experimento mi aridez y hastío se que
es por la negación de mi parte a la novedad de Dios es Jesús y porque aún
pretendo saber algo fuera de Jesús crucificado, de Jesús resucitado. El asombro
vuelve cuando vuelvo una y otra vez sin prejuicios y sin pretensiones (porque
Dios no puede hablar a los jactanciosos, a los que se creen que son algo y más
aún a los que creen que lo que
proclaman sus labios basta para creer, esperar y amar en Dios).
Y aún más me vuelvo palabra de Dios para mis
hermanos y no quiero tener otra cosa que palabras de Dios para mis hermanos,
porque esas son para mi las verdaderas palabras, las palabras que valen la pena
que salgan de mis labios, las que he escuchado en el silencio, las que ha sido
engendradas por Dios y tienen en Él su comienzo y su final. Hablo así palabras
de Dios con arrojo y confianza, porque no son mías sino de Dios. Y es el Señor
quien nos invita a vivir “sin inquietudes…” porque la única preocupación son “las
cosas del Señor, buscando cómo agradar al Señor.” así nuestras vidas se
vuelven vidas que se asientan en “lo que es más conveniente” y se
entregan “totalmente al Señor.”
Entra en mi ciudad, te abro las puertas…
Has llegar mi día, mi sábado de descanso en Ti, contigo… Ven a mi casa, que es
casa de oración, tienda del encuentro contigo, casa de tu enseñanza y comienza
a enseñar y no te detengas, ven…
Has nacer en mí el asombro de tu enseñanza… Enséñame con tu autoridad,
porque solo tu tienes autoridad en mí, no como todas las voces que se alzan en
mí… Ven a lo que es impuro en mí. Te entrego todos mis pensamientos, te confío
todos mis deseos, pongo ante ti todos mis sentimientos… mi humanidad entera
ante ti, para que solo Tu la habites… Esta es tu casa Señor, santuario que
fundaron tus manos. Habla fuerte, Señor, que tomo en mí se calle y se postre
ante ti, mi Señor y Maestro. Quiero obedecerte: esto es, dejarme llevar solo
por ti y hacerme según lo que escucho de ti y lo que aprendo de ti. Que siendo
mi Señor tu fama se extienda a todos los que como yo necesitan de ti.
P. Sergio Pablo
Beliera
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