Homilía 6º Domingo de Pascua,
Ciclo B, 13 de mayo de 2012
Sin duda que todos estamos capacitados para
amar. Todos experimentamos la llamada del amor en nuestra existencia, a lo
largo de toda nuestra existencia, no hay momento de nuestra existencia que no
se vea urgida ser amado y a amar.
El amor es muy importante para nosotros. Todos
nos experimentados cercanos a la llamada interior ser amados y a amar.
Podemos preguntarnos entonces: ¿Cuán capacitado me encuentro para amar? O
dicho de otro modo, ¿Cuánto estoy
poniendo de mi para amar? ¿Me preparo conscientemente para esta misión
insustituible? Y también, ¿En qué
medida puedo decir que amar es realmente importante para mi? ¿Como respondo a
la llamada interior del amor?
Responder estas preguntas, sin duda es
importante, para no caer en un idealismo o en una afirmación facilita de lo que
significa el amor en nuestras existencias de humanos cristianos.
Pero, aun existe una pregunta que me interesa
que nos hagamos, ¿Se puede decir de mi,
que me importa ir hacia un amor que no provenga solo de mi, en la pura
dimensión de la afectividad? ¿Se puede decir que a mi persona le interesa esta
conectada, vinculada, con un amor que provenga de lo trascendente de la
existencia humana?
Creo con muchos, que nuestra des-vinculación de
la fuente del amor, que es el Padre, tiene una incidencia notable en la
fragmentación que vivimos y que sufrimos. Esta fragmentación, ha llegado a
tocar en nosotros un vinculo sagrado e insustituible, sin el cual quedamos
encerrados en un mundo mínimo y minimizante. Que nos sustrae de nuestro
verdadero y mas pleno mundo de grandeza.
Porque nuestra afectividad, esta hecha para
responde a la llamada trascendente, que proviene de Dios mismo para ser amado y
amar. Este, me parece, es un aspecto esencial tenido poco en cuenta, poco
reflexionado, poco dialogado, poco trasmitido entre nosotros.
Así, podríamos decir, que reconocemos que es
importante sabernos capaces de ser amados y llamados a amar, pero que esto no
lo consideramos ya especialmente vinculado a nuestra relación con el Padre
Dios, con su Hijo amado y con el Espíritu de amor.
Me pregunto con muchos, ¿Es que enseñamos a amar como Dios nos ama? Los adultos de esta
generación, ¿estamos verdaderamente
interesados y ocupados en transmitir un amor de Dios vivido, o es un amor
imaginado, soñado, deseado, pero nunca buscado y emprendido? ¿Se puede decir que somos adultos que hemos
emprendido con pasión a la iniciativa de amor del Padre en su Hijo amado,
Jesús?
Y, las jóvenes generaciones, ¿Están permeables a una llamada de amor que
provenga de una fuente mas allá de si mismos, de su consciente subjetividad?
¿Es que los jóvenes sueñan con un amor
tan grande como el que ha experimentado y nos ha legado Jesús ? ¿Tienen verdaderas ganas los jóvenes, de ir
tras un amor como el de Jesús, o este permanece en el mundo del ideal
inalcanzable por el cual ya no vale la pena esforzarse? ¿Cuán abiertos están los jóvenes de los
primeros decenios del siglo XXI, a aprender, y por lo tanto a dejarse inspirar
y enseñar por Dios, en una amor trascendente al estilo de Jesús, que ha tocado
todas las dimensiones de la persona humana para alcanzar la cumbre del amor en
el Padre que lo ama?
Estas y otras preguntas, requieren un mirarse
en estas maravillosas palabra que nos transmite Jesús hoy, y a las que es
imprescindible no esquivar, para ser humanos cristianos plenos y verdaderos, en
un mundo que se muere por falta de amor y no de recursos. Si, porque a nuestro
mundo, el único recurso escaso y no renovable que le esta faltando, es un amor
encarnado en nuestras existencias humanas cristianas, que nos haga vislumbrar
una existencia posible, que nos habrá a una existencia total mas allá de mi
mismo y de la muerte. Hoy, lamentablemente pareciera, que ya nadie quiere morir
por amor, de amor.
Un amor sin fuente, es un amor que no será
posible, condenado a durar lo que dure nuestra capacidad de entusiasmo o
testarudez. O sea, muy poco.
El amor es una misión, un fruto duradero, que
hay que vivir y legar, que hay que vivir y asegurar a las próximas
generaciones. ¿Estoy involucrándome en
este proyecto? ¿Como puedo involucrarme en esta misión, en este proyecto
duradero de Dios para el hombre?
Los amigos de Jesús, lo somos en la medida que
amamos como Él nos ama. Él, nos ha elegido por amor para amar. Consciente de
que no podemos vivirlo sin estar unidos a la fuente inagotable del amor, nos la
ofrece generosamente, sin poner otra condición que la de permanecer responsable
y activamente involucrado a ella y en ella. Quiero, haz en mi Jesús, como el
Padre hace en ti. Quiero, hazme ser así, Amigo fiel.
P. Sergio Pablo Beliera
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