Homilía 4º Domingo de Adviento, Ciclo C, 23 de
diciembre de 2012
La expresión “mantenerse de
pie”, pone de manifiesto una actitud deseable, aunque no siempre fácil de
sostener a largo plazo. Mantenerse de pie es, o una actitud creyente o una
actitud de orgullo, es una actitud de humilde decisión o de testaruda fuerza de
voluntad propia. Mantenerse de pie, es una actitud que nace de lo que llevamos
en la mente, en el corazón, en el alma, en la experiencia de vida.
Necesitamos ser hombres y mujeres creyentes, familias creyentes,
comunidades creyentes, sociedades creyentes que se mantengan de pie, erguidos
frente a los vientos desventurados del presente, de pie frente al cúmulo de
experiencias desesperantes del pasado, erguidos de cara al futuro que proviene
de las manos de Dios.
Nos mantenemos de pie como humilde decisión de espera porque Dios
vino, viene y vendrá. Nos mantenemos de pie, como creyentes que se mueven hacia
Dios a pesar de sí mismo y de su entorno.
Cuando todo se derrumba, nosotros nos mantenemos de pie por la
fuerza atractiva de Dios. Cuando todo se quiebra nos mantenemos de pie
susurrantes de la voluntad del Padre que se manifiesta en el obrar de su
Espíritu. Cuando todo se nos escapa de las manos, nos mantenemos de pie a la
escucha de una voz que asoma entre el bullicio de las voces de la derrota.
Cuando ya no damos más, nos mantenemos de pie con la mirada puesta en el
horizonte que genera Dios y no las expectativas humanas.
Nos mantenemos de pie como pequeños, como niños que confían en su
Padre. Como pequeños en los que la vida obra su crecimiento secreto y
silencioso, pero decidido y cierto. Tan pequeños entre tantos que se consideran
grandes y, que tal vez lo sean, pero por obra propia y no de Dios. ¿Qué pequeñez que obra vida me inspira el
Espíritu de Dios para estos tiempos? ¿Qué crecimiento puede obrar Dios?
“Tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti, me
nacerá el que debe gobernar a Israel…” Nuestra pequeñez proveniente de
ser los pequeños, los niños del Padre, que engendra en nosotros un nacimiento.
Una vida crece en nuestra pequeñez, en nuestra niñez en los brazos del Padre.
Esa pequeñez de la que nace la vida, es Jesucristo creciendo en
nosotros y dándonos el crecimiento a su medida. Crecemos con su mentalidad o
nos ideologizados. Crecemos con su corazón o nos hacemos pura epidermis y no
nervio conductor. Crecemos con su alma o nos inventamos una espiritualidad.
Crecemos con su experiencia o nos volvemos inmaduros haciendo múltiples
experimentos que no conducen a nada.
“Él se mantendrá de pie y los apacentará con la fuerza del Señor…”
Eso es, Jesucristo puesto de pie en nuestra existencia común de matrimonio,
familia, comunidad, sociedad… Él de pie en mí, Él de pie en mi hermano, Él de
pie en la historia. Él de pie a pesar de nosotros y de mí…
Es Jesucristo quien puede apacentarnos desde dentro de todos los
vínculos establecidos. Apacentándonos no con la fuerza de un poder humano
pasajero, sino con el poder de la fuerza del Señor de la historia y de la vida.
Esta es la experiencia de María y de Isabel. Dos mujeres… Una en la
fragilidad de su juventud, la otra en la fragilidad de su vejez… Ambas
portadoras de la vida que nace en su pequeñez.
"¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de
tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por
haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".
Mujeres creyentes de pie ante el obrar del Espíritu de vida. Felices
de que el Padre cumple su palabra, su designio, su obra… Ellas dejan decir en
su propio cuerpo, en su propia historia a Jesús: "Aquí estoy, yo vengo para
hacer tu voluntad" Es Jesús que en ellas hace la voluntad del
Padre, se hace voluntad del Padre. Es Jesús que pide nuestros cuerpos y nuestra
historia para decir hoy: "Aquí estoy, yo vengo para hacer tu
voluntad"…
Somos llamados a permanecer de pie, sostenidos
por su permanecer de pie en nosotros diciendo al Padre y al mundo con la esperanza
irrefutable: “"Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad"… Y en virtud
de esta voluntad quedamos santificados por la oblación del cuerpo de
Jesucristo, hecha de una vez para siempre.”
Con María e Isabel, no hacemos fuerza, nos
hacemos fuerza de Dios en nuestra pequeñez por la fuerza de Jesús en nosotros. “Y en
virtud de esta voluntad quedamos santificados por la oblación del cuerpo de
Jesucristo, hecha de una vez para siempre.” Creo y espero…
P. Sergio Pablo Beliera
No hay comentarios:
Publicar un comentario
"Solo lo que construye merece ser dicho y escrito"