Homilía
Solemnidad de la Santísima Trinidad, Ciclo C, 26 de mayo de 2013
Quisiera proponerles partir esta meditación de
la Palabra de Dios de hoy, en la Solemnidad de la Santísima Trinidad, desde la
perspectiva que trazan estas palabras de Jesús:
“Todo lo que es del Padre es mío.
Por eso les digo: Recibirá de lo mío y se lo
anunciará a ustedes.”
Se intuitivamente, por la fe que he recibido,
que hablar del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es hablar de una inmensa y
maravillosa Comunión de Amor. La fe más pura que pueda anidar en nosotros, me
lanza a los brazos del Amor y, desde allí, experimentar algo de lo que esta
forma de ser de Dios me dice y me permite balbucear. Sin duda que es mi
inteligencia de la fe la que es seducida por mi inteligencia del amor.
Jesús, que nos ha abierto este Misterio de
Amor, nos lo ha revelado hablando espontáneamente de relaciones vivas que Él
experimenta con el Padre y con el Espíritu. No ha intentado siquiera exponer
este misterio, sino sólo contarlo tal cual lo vive. Y no porque no considere
valiosa nuestra comprensión racional, sino porque su interés es contarnos unas
relaciones de Amor vivo que vive y que no puede callar. Porque conoce el que
ama y ama sólo el que contempla extasiado… Jesús habla como un Amado y como un
Enamorado.
Por eso, seguramente por eso, será que donde
más puede ser conocido el amor mutuo entre el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo, sea en la serena oración silenciosa en la que estamos reposados en la
intimidad con Dios Amor. Donde nuestro corazón apoyado sobre el suyo, puede
escuchar los latidos enamorados de uno por el otro… ¡Amor tan intenso¡
Escuchemos: “Todo lo que es del Padre es
mío…” Es deliciosamente bello, de una belleza indescriptible…
escucharlo suena a la más bella música, al más impactante de los cantos salidos
de la voz humana… ¡Qué no darían los ojos para asistir a la contemplación de
semejante derroche de amor!
“Todo lo que es del Padre es mío…” No
es la voz de un hijo arrogante, sino la de un Hijo Amado que Ama al Padre en esa
misma dimensión…
El todo
del Padre al que se refiere Jesús, es el Amor, no hay otro todo en el Padre…
Para el
Padre el todo de su Amor es el Hijo mismo…
El Padre
no conoce posesión que no sea el Amor por su Hijo…
Se para
la respiración de sólo mencionarlo y cuanto más al pensarlo… Ahora
cuando puedo adentrarme por invitación de Jesús a contemplar ese Amor, da
vértigo y pura gratitud…
¡Qué más
podría alegrarme que estar en la intimidad de semejante experiencia y ser parte
de ese Amor!
“Todo lo que es del Padre es mío…”
Implica el estado de reciprocidad del Hijo a ese todo Amor del Padre. El Hijo
se centra y se concentra todo en dar lo que recibe. El Hijo vive amando al
Padre con una libertad suprema de sí mismo…
¡Qué otro interés podría caber ante semejante
Amor!
¡Cómo no fijar la mirada y todo el ser en
semejante don de Amor!
¡Cómo no morir en manos de los hombres por dar
la cara como Hijo de Dios de semejante amor!
Lo definitivo para el Hijo Amado Jesús, es el
Amor al Padre… No es un Hijo ocioso por ser amado, sino un Hijo sacrificado por
la dignidad de ese amor… Un Hijo que trabaja, que se alimenta, que da
testimonio, que da la vida por ese Amor, para que todos los hombres se enamoren
de ese mismo Amor del Padre.
“Por eso les digo: Recibirá de lo mío y se
lo anunciará a ustedes.” El Hijo Amado Jesús, da de lo suyo al
Espíritu, para que este nos haga partícipes de semejante Amor, que nos es
inaccesible por nosotros mismos. El Espíritu es receptor del Amor del Padre y
del Hijo, de ese todo Amor del Padre por el Hijo y del Hijo por el Padre.
No hay nada en el Espíritu que no esté en el
Amor del Padre y del Hijo. El Hijo Amado Jesús, sede todo el espacio al
Espíritu en la relación de anunciarnos a nosotros lo que nos será solo
comprensible después de su Pasión, Muerte y Resurrección por Amor del Padre y
del Espíritu.
Hay un Amor del Padre y del Hijo que los
hombres debemos conocer y sólo lo podemos conocer por el Espíritu y por lo
tanto en el espíritu, esto es superando las barreras de nuestra comprensión
humana racional y afectiva, por una comprensión Espiritual, porque proviene del
Espíritu.
Así como Jesús, el Hijo Amado nos anunció el
Amor del Padre por el Hijo, del Hijo por el Padre. Así el Espíritu nos anuncia
continuamente en espíritu y en verdad el Amor de ambos por el hombre y su
disposición a dar la vida por Amor y recuperarla por Amor.
Los creyentes accedemos a este anuncio del
Misterio de Amor del Padre, del Hijo y del Espíritu, por la escucha, la
contemplación y el testimonio.
Por la escucha de la Palabra de Dios.
Esta escucha de la lectura de la Palabra que
hacemos guiados por el Espíritu Santo. Escuchamos lo que el Espíritu nos
anuncia a través de la Palabra que es recibida por el oído interior del
Espíritu unido a nuestro espíritu y que da el fruto de la docilidad y
disponibilidad a lo que esa Palabra significa e implica aquí y ahora. No es una
escucha a-temporal y a-espacial, sino una escucha en el tiempo y el espacio en
el que resuena y por lo cual debe ser vivida.
Por la contemplación de la Palabra de Dios.
Palabra que el Espíritu hace reposar en nuestro
corazón espiritual y que recorre todo nuestro ser y hacer. La contemplación de
la Palabra dada por el Espíritu, hace a esa Palabra sangre por nuestras venas
que irrigan toda nuestra existencia alimentando de amor nuestros pensamientos
silenciosos, nuestros sentidos espirituales, nuestra reciprocidad de fuego de
amor por el Amor contemplado.
Por la contemplación de la Palabra entramos en
el misterio de Amor del Padre, del Hijo y del Espíritu y el misterio de Amor al
que está llamado el hombre. La contemplación es nuestro ser hecho fuego del
Fuego de Amor del Padre, del Hijo y del Espíritu. La contemplación es Agua pura
que calma nuestra sed del Amor del Padre, del Hijo y del Espíritu.
Por el testimonio de la Palabra de Dios.
Porque quien se ha encendido en el Fuego de
esta Palabra de Amor, experimenta el fuego de dar ese mismo Amor en la propia
existencia, que aunque imperfecta, amada por Dios todo y renovada por el Espíritu
que nos hace nacer de nuevo. Porque quien bebe del Agua fresca de la Palabra de
Amor, experimenta el deseo de saciar la sed de tantos y tantos sedientos como
él mismo y se hace comunión fraterna para dar esa misma agua a sus hermanos.
Es el testimonio vivo de una vida traspasada
por la Palabra, que lo insufla todo del Espíritu de Amor del Padre, del Hijo y
del Espíritu, y que nos lanza a las calles y a los tejados a proclamar de viva
voz el Amor que ha sido encendido en nuestros corazones y el manantial que
brota del Amor del Padre, del Hijo y del Espíritu y que desborda por donde
corramos en nuestra existencia.
Padre, haznos decir con tu Hijo Amado, por la
fuerza del Espíritu: “yo estaba a su lado como un hijo querido y
lo deleitaba día tras día, recreándome delante de él en todo tiempo...”
P. Sergio-Pablo Beliera
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