¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme
por entero para establecerme en ti, inmóvil y tranquilo,
por entero para establecerme en ti, inmóvil y tranquilo,
como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda
turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, oh mi Inmutable, sino que
en cada momento me sumerja más íntimamente en la profundidad
de tu misterio.
Pacifica mi alma; haz de ella tu cielo, tu morada predilecta,
el lugar de tu descanso. Que nunca te deje allí solo, sino que
permanezca totalmente contigo, vigilante en mi fe, en completa
adoración y en entrega absoluta a tu acción creadora.
¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor! Siento mi
impotencia y te pido que me revistas de ti mismo, que
identifiques mi alma con todos lo movimientos de tu
alma; que me sustituyas, para que mi vida no sea más
que una irradiación de tu propia vida. Ven a mí como
Adorador, como Reparador y como Salvador.
¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor! Siento mi
impotencia y te pido que me revistas de ti mismo, que
identifiques mi alma con todos lo movimientos de tu
alma; que me sustituyas, para que mi vida no sea más
que una irradiación de tu propia vida. Ven a mí como
Adorador, como Reparador y como Salvador.
¡Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida
escuchándote; quiero ser un alma siempre atenta a tus enseñanzas
para aprenderlo todo de Ti, y luego, a través de todas las noches,
de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero mantener
mi mirada fija en Ti y permanecer bajo tu luz infinita.
¡Oh mi Astro querido! Fascíname de tal modo que ya no pueda
salir de tu irradiación divina.
¡Oh Fuego abrasador, Espíritu de amor! Ven a mí, para
que se haga en mi alma una como encarnación del Verbo;
que yo sea para él una humanidad supletoria en la que
él renueve todo su misterio.
Y tú, ¡oh Padre!, inclínate sobre tu pobre criatura; no veas
en ella más que a tu Amado en el que has puesto todas
tus complacencias.
¡Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita,
Inmensidad en que me pierdo! Me entrego a Ti como
una víctima; sumérgete en mi para que yo me sumerja en
Ti, en espera de ir a contemplar en Tu luz el
abismo de tus grandezas.
¡Oh Fuego abrasador, Espíritu de amor! Ven a mí, para
que se haga en mi alma una como encarnación del Verbo;
que yo sea para él una humanidad supletoria en la que
él renueve todo su misterio.
Y tú, ¡oh Padre!, inclínate sobre tu pobre criatura; no veas
en ella más que a tu Amado en el que has puesto todas
tus complacencias.
¡Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita,
Inmensidad en que me pierdo! Me entrego a Ti como
una víctima; sumérgete en mi para que yo me sumerja en
Ti, en espera de ir a contemplar en Tu luz el
abismo de tus grandezas.
Beata Sor Isabel de la Trinidad
21 de noviembre de 1904
No hay comentarios:
Publicar un comentario
"Solo lo que construye merece ser dicho y escrito"