Homilía 14º
Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo C, 7 de Julio de 2013
“…los envió de dos en dos para que lo
precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir…”
Quien ha misionado alguna vez en su vida, o ha
escuchado relatos de misión, o ha sido misionado, al escuchar estas palabras de
Jesús, no pueden resultarle más que familiares acompañadas de un sentimiento de
gratitud, por lo que esa experiencia significó o significa, y lo que a ella le
debemos en el presente.
Preceder al Señor Jesús, es una experiencia que
alumbra en quienes somos enviados, la experiencia de comunión con ese Jesús que
nos envía a prepararle el camino porque Él ya ve como “la cosecha es abundante”.
Somos enviados como trabajadores de una cosecha que ya está lista para ser recolectada,
y en eso consiste nuestro prepararle el camino. ¿Extraño, no? Pero es así.
Me maravilla esta supra-lógica de Jesús. Este
vuelo alto, agudo y certero que nos permite acceder a donde nuestra lógica,
vuelo o visión se vuelven rasante. Pero, con Él todo eso queda suplido,
superado y compensado.
Un comentarista, dice que lo importante es que
los discípulos salen y vuelven a Jesús. Y ese es el punto justo… Los discípulos
enviados son tales, en la medida que participan de la vida y misión de Jesús.
Para estar con Jesús hay que estar en su misma dinámica de permanecer anclado
al envío del Padre porque se permanece en la vida del Padre. Sólo así el: “¡Vayan!
Yo los envío como a ovejas en medio de lobos..” y “No lleven…”, cobran su
hondura y pleno significado. Desarmados ante la adversidad y desprovisto de
seguridades, son únicamente una provocación para los hombres de este mundo, y
un reflejo viviente de en Quién se ha puesto no solo la confianza, sino la
propia vida. Sólo así, como discípulos, podemos preparar el camino para Jesús
Crucificado y Resucitado. Es así como caen los ídolos falsos en los que pujamos
por sostenernos y queda diafanamente de manifiesto que es Dios quien está
obrando.
¿Qué
pensaría pues Jesús, de los que se quejan permanentemente del mundo? Pero, ¿no es que la “cosecha es abundante”? Desde el reproche constante estamos
manifestando más nuestra incapacidad para afrontar la adversidad cuando se la
encara sin permanecer unido a Jesús. Pero, aún más, nuestra mirada
“desencajada” del punto focal de Jesús, que no sólo ve los frutos, sino que ha
trabajado arduamente para ellos antes que nosotros nos demos cuenta.
Una comunidad de Jesús, Iglesia convocada
entorno a Él, que se vuelve quejosa y exitista, pierde el hilo de la Historia
de la Salvación que es reflejo del Corazón de Dios. La comunidad de discípulos
de Jesús no se puede volver lobo para conseguir ovejas. No se puede volver
poderosa para ser respetada y escuchada. No se puede volver rica para cumplir
su extensa misión, porque entonces los medios no provendrían de Dios sino de su
desvinculación de Dios. Gravemente divorciada de su origen y fuente. Esposa
infiel ante el Esposo fiel que da su vida y acepta toda adversidad y rechazo,
toda incomodidad y desvalimiento porque su sostén está en la Comunión de vida y
amor con el Padre y el Espíritu.
“No lleven…” Donde hay posesión no hay paz, porque
los hombres luchan unos contra otros; porque en nosotros la insatisfacción, la
ambición y la vanagloria pujan en una carrera sin otro fin que la muerte del
espíritu.
El Cordero de Dios, indefenso, sin otra
prevención que la voluntad de su Padre, abandonando todo poder y satisfacción,
abraza la cruz que rechazamos, para traernos la paz; dejando atrás la ambición
y el éxito humano pasajero, sumando hijos de paz que reciben la paz del
Mensajero de la Paz, que nos ha enviado con la paz que es la cercanía del Reino
de Dios que esta en medio de nosotros.
Si es verdad que hemos recibido este Reino en
la persona, la palabra y los gestos de Jesús, entonces no habrá despojo
suficiente para que ese Reino crezca y se expanda en nosotros y gobierne todas
nuestras acciones.
La sobriedad y claridad en la relaciones será
un medio apto para que no nos dominen otros intereses que los de Dios mismo:
preceder a Jesús que trae la paz completa.
Nuestros trayectos serán suficientemente breves
para volver al Señor y gozar de nuevo de su compañía. Porque el obrero del
Señor merece el salario de quedarse junto al Señor para recibir de Él la ración
del Pan de su Palabra y de su Carne y su Sangre, verdadero alimento del
enviado. Y no es que el pan de nuestros hermanos no valga, ya que nos es
ciertamente necesario, pero no suficiente.
El enviado que anuncia la paz de la amistad
restablecida entre Dios y los hombres, debe confiar en que el que provee lo más,
provee lo necesario, porque lo da todo sin medida, y si nos parece poco es
porque aún nuestro corazón no esta abierto totalmente a su providencia.
“No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan;
alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo.” Y
ni siquiera a los buenos frutos de la cosecha podemos aferrarnos, porque
menguaría la alegría de que el reconocimiento y la alegría nos vengan de que
nuestros nombres están escrito con la Sangre de Jesús en el Corazón de Dios que
es nuestro cielo.
“Rueguen al dueño de los sembrados que envíe
trabajadores para la cosecha…” Quien ruega permanece anclado en el
estilo de Jesús, porque no se siente dueño ni del campo, ni de la semilla, ni
de la siembra, ni de la germinación, ni de su maduración y fructificación. Sino
que se experimenta todo el tiempo participando en preceder el avance de Jesús,
porque todo el tiempo Él experimenta como el Padre y el Espíritu lo preceden
allí donde va, porque no está sólo. No es un emprendedor contemporáneo con una
gran idea que necesita inversionistas para ponerse en marcha.
Cuando el discípulo deja de rogar, deja de ser
discípulo y se esgrime en el rol de maestro y señor, autodidacta de no se sabe
que salvación. Y es así que no somos rechazados sino que somos generadores de
rechazo de Dios porque nos hemos puesto en su lugar y somos fuente de
confusión.
Libres para rogar, libres para preceder al
Señor Jesús, porque somos fruto de su oración y de anticipación en nuestras vidas.
Sólo así los discípulos de Jesús en la Iglesia pueden hacer la experiencia
anunciada: “¡Compartan su mismo gozo los que estaban de duelo por ella, para ser
amamantados y saciarse en sus pechos consoladores, para gustar las delicias de
sus senos gloriosos!”
P. Sergio-Pablo Beliera
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