“Ante él (el Creador), ejercí el
ministerio en la Morada santa, y así me he establecido en Sión; él me hizo
reposar asimismo en la Ciudad predilecta, y en Jerusalén se ejerce mi
autoridad. Yo eché raíces en un Pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su
herencia.”
Estas palabras develan
claramente el inmenso y riquísimo misterio de Dios que “amó tanto al mundo que entregó a
su Hijo Único” para que Él:
·
Ejerza su ministerio entre nosotros,
·
Se establezca entre nosotros,
·
Repose entre nosotros,
·
Ejerza su autoridad entre nosotros,
·
Eche raíces entre nosotros, su “Pueblo
glorioso”, “la porción del Señor”, “su herencia”.
¿Pueden
haber expresiones de mayor amor y ternura para con nosotros? ¿ Nos damos cuenta
del misterio de Amor y de Ternura que envuelve a Dios frente a su Hijo Único
ofrecido por nosotros sus creaturas?
Jesús, el Hijo Único del Padre,
y del que Juan el Bautista da un claro testimonio, que estamos llamados a hacer
nuestro: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha
precedido, porque existía antes que yo".
Ese Hijo Único, que es la
Palabra que pone su Morada entre nosotros, es Jesús nacido en Belén de María
virgen y de José su padre adoptivo. Su presedencia y a la vez su prexistencia
resalta la incondicionalidad de su Amor y Ternura por nosotros, no por
necesidad, sino por pura gratuidad.
El gran asombro del creyente,
es ese arraigo de lo eterno en lo temporal de nuestra existencia. Y ese mismo
arraigo gratuito y tan inmensamente generoso e inmerecido, nos habla de su
precedernos y su existencia anterior a la de cualquier hombre. ¿Vivo esta expresión inconfundible de su
Amor y Ternura por mi, por nosotros?
Ese gran don de eternidad en el
tiempo y del tiempo que acoge a la eternidad de Dios, es una palabra
profundamente sugestiva para el hombre contemporáneo, sumergido en su
temporalidad, deseoso de eternizarse en ella, y que a la vez pierde el
horizonte de la eternidad que el Padre nos regala en Jesús. Sólo Dios puede
adentrarse en la temporalidad y echar raíces de eternidad en ella, porque sólo
Él es el sustento de lo temporal y a la vez sólo Él puede morar en nuestra
temporalidad sin quedarse puramente temporal.
Un hombre, esposo y padre de
familia, profesional que alcanza un gran prestigio y posición en una empresa
multinacional, se pregunta necesariamente: ¿cómo
trascender? Es como si se preguntara por lo que le agregar valor a la
existencia de los suyos y a sí mismo a partir de su existir. No desea pasar por
el mundo y quedarse en nada.
Ningún logro humano, aún cuando
sea el de la familia, el del trabajo bien hecho, el de la buena amistad entre
los hombres, puede apagar la sed de trascendencia y acallar la voz de la
conciencia que nos orienta hacia Dios, verdadera trascendencia del hombre. El
mismo planteo puede hacerse cualquier hombre y mujer en cualquier condición.
Son las clarísimas palabras de
Pablo hoy: “…el Padre de nuestro Señor Jesucristo… nos ha elegido en él… para que
fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. El nos
predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al
beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que nos
dio en su Hijo muy querido.”
El hombre sólo se puede
trascender a sí mismo y a sus hermanos, agregarle verdadero valor a la
existencia de los suyos y de sí mismo:
·
Asumiendo y abrazando esa elección del Padre de
Jesús y nuestro Padre,
·
Haciéndose santo e irreprochable por morar en la
presencia de Dios en un amor como el suyo, plenamente expresado en Jesús y su
Evangelio,
·
Asemejándose con gozo renovado a su condición
esencial de hijo en el Hijo Jesús, con gozo y clara supremacía sobre todas las
cosas,
·
Siendo en todo alabanza de la gloria de su gracia,
que nos dio en su Hijo Amado, sin el cual nada puede ser asumido y concretado
en nuestra existencia.
No es un pensamiento más, no es
una meditación más, no es una contemplación más este obrar de Dios en el
tiempo, en nuestro tiempo y nuestra necesaria trascendencia desde la inmanencia,
que revela nuestra vocación más profunda. Porque sólo haciéndonos y haciendo a
los demás, hijos de Dios, es como esa sed alcanza su saciedad.
Vivir en la acogida de esta
llamada y en su realización concreta de encarnación y a la vez de
desprendimiento, es como concretamos ese, “valorar la esperanza a la que han sido
llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos.”
Desde Jesús no hay ninguna
contraposición entre el arraigo en lo temporal -al estilo de la Voluntad del
Padre y la concreción de Jesús- para recibir la Luz de Dios, Jesucristo y su
Evangelio, y la trascendencia de lo temporal por el desprendimiento de lo
temporal -al estilo de la Voluntad del Padre y la concreción de Jesús-, abrazando
nuestra vocación de santidad, verdadera trascendencia del hombre hacia Dios.
Santidad que es Morar en Dios
al estilo de Jesús que no tuvo morada propia porque la suya era la Morada del
Padre.
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