“¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de
nacer?”
Esta
pregunta de los Magos, vuelve a resonar entre nosotros. Es la pregunta de la
humanidad toda, generación tras generación, que reclama una respuesta por parte
del creyente.
Pero, los
creyentes para dar una respuesta cierta deben hacerse esa pregunta en sí
mismos, entre la comunidad de creyentes, y recoger los frutos de una respuesta
que pueda ser compartida, testimoniada y gozosamente comunicada a todos. La
comunión de preguntas genera una respuesta de comunión.
Hoy,
nosotros, debemos preguntarnos con honda sinceridad: ¿Dónde esta nuestro rey que acaba de nacer? ¿Qué hemos hecho de este
Niño Rey, los hemos encontrado, lo hemos acogido, lo hemos adorado, nos hemos
hecho sus gozosos súbditos? O como Herodes, nos hemos encontrado frente a Él
con una amenaza a nuestros reinados ilegítimos… Si así fuera, recibamos la
llamada del profeta: “¡Levántate,
resplandece, porque llega tu luz y la gloria del Señor brilla sobre ti!”.
Los Magos,
vivieron una experiencia muy concreta frente a los que querían torcer su
búsqueda: “La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se
detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron
de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y
postrándose, le rindieron homenaje.”
Dejar
torcer nuestra búsqueda de Jesús, sería traicionar esa Luz que se nos ha presentado
por el testimonio de otros y por el don de la fe que hemos recibido de una u
otra manera. Seguimos esa estrella de la fe, no es sólo una Luz interior, sino
una Luz que nos supera a nosotros mismos pero, que nuestro espíritu puede
reconocer como válida y necesaria para nuestra existencia.
Dios se nos
manifiesta de maneras claras y nítidas, de modo que podamos darle nuestro
reconocimiento y nuestro consentimiento. Dios se muestra y se deja encontrar.
Como los
Magos, nosotros encontramos al Niño Jesús, en un lugar determinado, una
locación específica, hacia la que hemos tendido que movernos. El síntoma
patente de que no hemos buscado en vano y que hemos llegado al lugar indicado
es la alegría y la sumisión a la forma en que se nos ha manifestado.
La estrella
de la fe que nos guía se detiene en una casa, en un hogar familiar. No es
cualquier lugar, es el lugar donde podemos encontrar un Niño Dios que ha venido
a habitar el mundo y los corazones de los hombres y no un palacio real humano.
Y no lo encuentra
sino con su madre, María. Es un Niño necesitado de cuidados maternales, que se
identifica con esos cuidados maternales. A fin de cuenta ha venido a darnos
esos cuidados maternales imprescindibles para vivir, para crecer, para madurar.
Al Niño Jesús
lo encontramos en el Hogar de la Iglesia, la Casa de la Comunión, el Lugar
habitado por Él junto con María la Madre, nuestra Madre.
La Iglesia
esta llamada a ser esta Casa, en la que los hombres guiados por la estrella,
encuentren la Luz plena y única, insustituible e imprescindible para la
existencia. La Iglesia esta llamada dejarse habitar de manera permanente por el
Niño Jesús y su Madre, para que los hombres al entrar en ella no la encuentre
vacía o habitada por sustitutos de Jesús y su Madre. Los hombres en búsqueda
necesitan a Jesús y Él quiere ser encontrado en su Casa, la Iglesia, para
recibir de ellos su adoración y muestras de amor y gratitud.
Esa Iglesia
vive en toda familia, en la que el Niño Jesús debe ser engendrado y cuidado
para que crezca sin límites en todos sus miembros. ¿Son así nuestras familias? ¿Promovemos este estilo de familia?
Esa Iglesia
vive en toda comunidad cristiana, en la que el Niño Jesús ha Nacido y ha
reunido a sus miembros en torno a Él u su Madre, y donde ese Niño crece en cada
uno y entre ellos hasta hacerlos a todos hijos del Padre Dios al estilo de
Jesús e hijos de María al estilo de Jesús. ¿Somos
una comunidad donde se puede encontrar al pequeño Jesús y en la que su Madre
María nos enseña a acoger, a recibir, a ser hospitalarios y fraternos? ¿Pueden
encontrar los que buscan a Jesús, en nuestra comunidad, una casa que se abre,
una familia que se abre, un hogar en el que crecer y madurar junto a Jesús y su
escuela de pequeñez?
Los que
buscan al Niño Jesús y lo encuentran, están llamados a adorarlo y rendirle el
homenaje que se merece. Y esa experiencia de adoración y regalo de sí mismos a
Jesús Niño, debe ser tan obvio como posible, tan espontáneo como aceptable.
Los hombres
de hoy necesitan encontrase con esos espacios-casa, esos hogares-comunidades,
que viven como Madre que recibe y ofrece al Niño Jesús para ser adorado por el
regalo del amor del hombre al Dios que se hace Niño, pequeño, accesible, Luz
frente a la que todas las luces se apagan.
Colaboremos
con este servicio de amor a Dios y a los hombres.
P.
Sergio-Pablo Beliera
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