“Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora
del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: “Dame de
beber”.
Jesús pide de
beber. Ese pequeño detalle, expresa una necesidad, y el deseo de saciar esa
necesidad. Sólo dos veces en el evangelio Jesús pedirá de beber, esta es la
primera, y la segunda y última será en la cruz, con la expresión: “tengo
sed”.
¿Qué me dice
esto primeramente? Me quedo en silencio un rato y percibo que si Jesús no
expresara su necesidad, a mí me sería más difícil expresar la mía. Su explícito
pedido: “dame de beber” me saca de toda situación en la que me cueste
pedir la ayuda necesaria. Jesús tiene sed y me lo dice, me pide del agua que yo
recojo cada día. Eso lo vuelve cercano, necesitado como yo y cada ser humano.
Pero esa
necesidad, me abre a darle de beber, pero a algo más: a pedirle yo de beber a
Él, a expresarle mi sed, mi necesidad.
El agua que la
samaritana recoge en el pozo es agua de las profundidades, no es agua de la
superficie como podría ser un río u arroyo, ni siquiera es un manantial que
brota a la superficie. Es agua de un pozo, agua de las profundidades. Es agua
fresca e incontaminada.
Es a su vez,
agua del pozo del último patriarca, de Jacob. Ese pozo de agua representa muy
bien el pozo de la fe de nuestros padres Abraham, Isaac y Jacob, una fe en el
Dios único y trascendente que se manifiesta al hombre y lo pone en camino hacia
la promesa de una tierra nueva y una descendencia nueva.
“Dame de
beber”. Jesús se ha
despojado de todo, por eso conoce la sed. A renunciado a saciarse a sí mismo
para conducirnos El mismo a la fuente de la saciedad oculta en su humanidad.
El hombre
tiene sed y es Dios quien la puede saciar.
Señor Jesús , vengo con mi cántaro vacío a
recoger agua y te encuentro a ti, ¿qué más podría pedir ya? Pero cómo aún no te
conozco y tu apariencia me oculta lo que mis ojos no pueden ver, tu abres el
pozo de tu boca y con tu pedido: “Dame de
beber”, comienzas a hacer manar un diálogo con el que me saciarás, aquí
estoy llena mi cántaro con el don de tu presencia, de tu persona y de tu
Palabra.
Jesús
sacia nuestra sed con el manantial de agua viva que lleva en las profundidades
de su humanidad. Allí en lo íntimo de su corazón está ese manantial de agua
viva, y para que ese manantial brote dejará que traspasen su corazón, primero
mi situación de pecado y fragilidad, luego la cruenta lanza. Allí donde reside
el agua viva de su amor, allí irá mi fragilidad y pecado y la lanza, para abrir
la fuente de un amor que no lo puede vencer ni el pecado, ni el odio, ni la
muerte.
Llena pues entonces mi cántaro vacío con esta
agua viva de tu amor. ¡Pero que digo!, si ya has llenado el cántaro de mi
existencia y lo has desbordado por las aguas del Bautismo que ahora llevo en
mi: "...a todos los que la recibieron, a los que creen en su
Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios."
Y si la
expresión de esa necesidad, establece un diálogo, la siguiente sorpresa que
Jesús nos depara es que el dialoga con entera libertad: “ ‘¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me
pides de beber a mí, que soy samaritana?’. Los judíos, en efecto, no se
trataban con los samaritanos.”
Jesús trata
con el hombre, entra en diálogo con él, sin prejuicios, sin condicionamientos,
con entera libertad y determinación.
¿Tenemos la misma libertad de hablar con Jesús como
Él la tiene de hablar con nosotros y de expresarnos su determinación a entrar
en diálogo con nosotros? Siempre es
sorprendente esta liberalidad de Dios respecto de la condición de la persona
que tiene enfrente.
Este diálogo
abierto por Jesús es conducente a un diálogo más profundo, más hondo: “Jesús
le respondió: ‘Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de
beber’ tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva’.”
Conocer el don
de Dios…
Conocer quien
es el que dice: “dame de beber”…
Conlleva a
pedir con libertad y determinación…
Y recibir libremente
el don de “agua viva”…
El don de Dios
es Jesús mismo: “Sí, Dios amó tanto al
mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera,
sino que tenga Vida eterna.”
El que pide es
el que da: “(La Palabra) estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de
ella, y el mundo no la conoció.”
Jesús indica
el camino y siembra el enigma para darnos la posibilidad de pedir más, ir por
más, de ahondar más, de conocerlo más.
¿Qué es esa
agua viva de la que habla? “Señor… no tienes nada para sacar
el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más
grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo
mismo que sus hijos y sus animales?”.
¿De dónde…? ¿Eres
acaso más grande que…? Siguen siendo las preguntas del hombre frente a la
presencia de Jesús que se muestra disponible a llevarnos, a darnos una agua
viva, una plenitud insospechada, aunque deseada como el anhelo más subterráneo
de la existencia humana.
El hombre
sigue preguntándose si verdaderamente necesita a Dios, si verdaderamente
necesita a Jesús, si verdaderamente necesita lo que Él es y tiene para darnos…
Lucha con
estas preguntas… ¿Jesús tienen una
plenitud para mí mayor que la que yo puedo alcanzar por mí mismo? ¿Porqué debo
necesitar de Él y no puedo bastarme a mí mismo? ¿Porqué debo ponerme en camino
donde Él me indica y conduce y no puedo elegir mi propio camino?
Es una
angustia existencial vigente en cada vez que tomamos una bocanada de aires sin
Dios, saciamos nuestra sed sin Dios… El hombre se angustia con esta relación,
con este diálogo propuesto, aún cuando reconoce que necesita ese diálogo, esa
relación… Es una lucha interna, profunda, profusa, subyacente a todo…
El motivo de
salida de la encerrona de semejante paradigma, de semejante enigma, de
semejante cuestionamiento proviene de la misma boca de Jesús: “El
que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo
le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en
él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”.
Eso el hombre
no puede hacerlo por sí mismo, para sí mismo, ni para los otros. Jesús lo da,
Jesús lo brinda, Jesús lo posee abierto para que brote y yo beba…
Así lo expresa
Pablo: “…la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. En
efecto, cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por
los pecadores. Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por un hombre
justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor. Pero la prueba de
que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos
pecadores.”
En su Cruz, a
través de la ofrenda de su vida, Jesús abre el manantial del que brota el agua
viva hasta la Vida eterna. De su amor al Padre brota para la humanidad el
manantial de un amor que se derrama en nuestros corazones a través de la fe en
Jesús. De ese manantial bebemos, de ese manantial bebemos la fe, de ese
manantial bebemos la verdadera adoración al Padre en “espíritu y verdad” y nos
hacemos adoradores de Dios y no de nosotros mismos u otros ídolos humanos.
Del manantial
de Jesús bebemos el agua viva de la verdad sobre nosotros mismos, desde esa
agua viva se nos revela nuestro propio corazón que erraba por aquí o por allá y
que ahora se encuentra con el don mayor e insustituible. Desde ese manantial de
agua viva dejamos de negar o soslayar lo que no alcanza nuestra razón o
sensibilidad, o lo que pude o no puede nuestra voluntad o libertad, porque nos
hacemos abiertamente receptores de este Don único.
Se nos revela
y es aceptado por nosotros el don: “Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe
venir. Cuando él venga, nos anunciará todo”. Jesús le respondió: “Soy yo, el
que habla contigo”.
Fuerte y única
la experiencia de encontrarnos frente a frente con quien debía venir y ahora
está frente a mí: “Soy yo, el que habla contigo”.
Lo que
conciente o inconcientemente buscaba mi corazón, de una u otra forma, ahora
está frente a mí: “Soy yo, el que habla contigo”.
“Soy yo, el
que habla contigo”, dice el Manantial
de Agua Viva.
¿Soy capaz de revelarme también yo frente a Jesús
que me buscaba pidiéndome “dame de beber” y decirle: “soy yo, el que habla
contigo”.?
Señor, “mira con agrado el reconocimiento de
nuestra pequeñez, para que seamos aliviados por tu misericordia quienes nos
humillamos interiormente” (oración colecta).
Entrar en ese
dialogo con Jesús desde su Misericordia, eso es la vida de la que brota el agua
viva. Saciar su sed, su sed de mi amor, que Él no ha olvidado ni despreciado. “Tengo
sed” de tu presencia y de tu voz, de tu mirada, de tu corazón, de tu
existencia, nos dice Jesús el “Agua Viva”. El “Agua Viva” tiene sed, la
sed que el hombre tiene, es absorbida por la sed de Jesús y saciada por su
mismo amor al Padre y a los hombres. En su persona queda resuelta la paradoja
de ser “Agua Viva” y a la vez “Tengo Sed”.
Las aguas
vivas del Bautismo brotan de un Dios sediento de amor gratuito, porque
gratuitas son sus aguas que nos sacian hasta la Vida eterna, porque brotarán de
la eterna Trinidad por el costado de Jesús en el Cuerpo de su Iglesia.
“...el que
beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le
daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”. No sólo nos has dado de beber y saciado nuestra sed, sino que nos
haces el don de convertirnos en manantiales de agua para saciar la sed de los
que te buscan como nosotros, porque nada que venga como un don puede no ser un
don para los otros. Si nos volviéramos indiferentes a dar el don que nos has
hecho nos desdeciríamos de ese don sagrado.
No seamos
cristianos insatisfechos cuando lo hemos recibido todo, y no dejemos a nuestros
hermanos insatisfechos con un don tan grande.
La Iglesia
así, se abre con Jesús a la sed del hombre y la sacia con el que vive en sus
venas de Esposa y Madre, Jesús fuente de vida.
Y nosotros
somos esa Iglesia que sale a los pozos a esperar el encuentro con los sedientos
de Dios.
El corazón rasgado de Jesús,
es el Cielo abierto de la Trinidad, es el corazón abierto de los hijos de la
Iglesia a los hombres sedientos.
Ahora que he
encontrado y he recibido el Don a través del Bautismo, de los Sacramentos, de
la Palabra de Vida, de la vida en la Iglesia, de la Caridad entre hermanos
pobres: ¿vivo con el Don? ¿Vivo del Don? Sólo lo podremos comprobar si otros
vienen y dicen: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y
sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.
Si vivo del
Don, doy el Don y otros lo reciben y proclaman agradecidos: “Ya
no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que
él es verdaderamente el Salvador del mundo”.
Recuerda
que has sido encontrado en el pozo del padre (Jacob, ahora el Padre Dios) del
hijo amado (José, ahora Jesús), entregado en ofrenda (vendido, ahora crucificado)
por la salvación de todos, que nos provee del agua viva y del alimento de la
voluntad del Padre.
Digamos con
Jesús cada día: “Mi comida es hacer la voluntad de Aquel que me envió y llevar a cabo
su obra…” Y escuchemos su respuesta: “Ve, porque yo estaré delante de
ti…”
P. Sergio-Pablo Beliera
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