domingo, 23 de marzo de 2014

Homilía Domingo III de Cuaresma, Ciclo A, 23 de marzo de 2014

Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: “Dame de beber”.
Jesús pide de beber. Ese pequeño detalle, expresa una necesidad, y el deseo de saciar esa necesidad. Sólo dos veces en el evangelio Jesús pedirá de beber, esta es la primera, y la segunda y última será en la cruz, con la expresión: “tengo sed”.
¿Qué me dice esto primeramente? Me quedo en silencio un rato y percibo que si Jesús no expresara su necesidad, a mí me sería más difícil expresar la mía. Su explícito pedido: “dame de beber” me saca de toda situación en la que me cueste pedir la ayuda necesaria. Jesús tiene sed y me lo dice, me pide del agua que yo recojo cada día. Eso lo vuelve cercano, necesitado como yo y cada ser humano.
Pero esa necesidad, me abre a darle de beber, pero a algo más: a pedirle yo de beber a Él, a expresarle mi sed, mi necesidad.
El agua que la samaritana recoge en el pozo es agua de las profundidades, no es agua de la superficie como podría ser un río u arroyo, ni siquiera es un manantial que brota a la superficie. Es agua de un pozo, agua de las profundidades. Es agua fresca e incontaminada.
Es a su vez, agua del pozo del último patriarca, de Jacob. Ese pozo de agua representa muy bien el pozo de la fe de nuestros padres Abraham, Isaac y Jacob, una fe en el Dios único y trascendente que se manifiesta al hombre y lo pone en camino hacia la promesa de una tierra nueva y una descendencia nueva.
“Dame de beber”. Jesús se ha despojado de todo, por eso conoce la sed. A renunciado a saciarse a sí mismo para conducirnos El mismo a la fuente de la saciedad oculta en su humanidad.
El hombre tiene sed y es Dios quien la puede saciar.
Señor Jesús , vengo con mi cántaro vacío a recoger agua y te encuentro a ti, ¿qué más podría pedir ya? Pero cómo aún no te conozco y tu apariencia me oculta lo que mis ojos no pueden ver, tu abres el pozo de tu boca y con tu pedido: “Dame de beber”, comienzas a hacer manar un diálogo con el que me saciarás, aquí estoy llena mi cántaro con el don de tu presencia, de tu persona y de tu Palabra.
Jesús sacia nuestra sed con el manantial de agua viva que lleva en las profundidades de su humanidad. Allí en lo íntimo de su corazón está ese manantial de agua viva, y para que ese manantial brote dejará que traspasen su corazón, primero mi situación de pecado y fragilidad, luego la cruenta lanza. Allí donde reside el agua viva de su amor, allí irá mi fragilidad y pecado y la lanza, para abrir la fuente de un amor que no lo puede vencer ni el pecado, ni el odio, ni la muerte.
Llena pues entonces mi cántaro vacío con esta agua viva de tu amor. ¡Pero que digo!, si ya has llenado el  cántaro de mi existencia y lo has desbordado por las aguas del Bautismo que ahora llevo en mi: "...a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios."
Y si la expresión de esa necesidad, establece un diálogo, la siguiente sorpresa que Jesús nos depara es que el dialoga con entera libertad: “ ‘¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?’. Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.”
Jesús trata con el hombre, entra en diálogo con él, sin prejuicios, sin condicionamientos, con entera libertad y determinación.
¿Tenemos la misma libertad de hablar con Jesús como Él la tiene de hablar con nosotros y de expresarnos su determinación a entrar en diálogo con nosotros? Siempre es sorprendente esta liberalidad de Dios respecto de la condición de la persona que tiene enfrente.
Este diálogo abierto por Jesús es conducente a un diálogo más profundo, más hondo: “Jesús le respondió: ‘Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’ tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva’.”
Conocer el don de Dios…
Conocer quien es el que dice: “dame de beber”…
Conlleva a pedir con libertad y determinación…
Y recibir libremente el don de “agua viva”…
El don de Dios es Jesús mismo: Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.”
El que pide es el que da: “(La Palabra) estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.”
Jesús indica el camino y siembra el enigma para darnos la posibilidad de pedir más, ir por más, de ahondar más, de conocerlo más.
¿Qué es esa agua viva de la que habla? “Señor… no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?”.
¿De dónde…? ¿Eres acaso más grande que…? Siguen siendo las preguntas del hombre frente a la presencia de Jesús que se muestra disponible a llevarnos, a darnos una agua viva, una plenitud insospechada, aunque deseada como el anhelo más subterráneo de la existencia humana.
El hombre sigue preguntándose si verdaderamente necesita a Dios, si verdaderamente necesita a Jesús, si verdaderamente necesita lo que Él es y tiene para darnos…
Lucha con estas preguntas… ¿Jesús tienen una plenitud para mí mayor que la que yo puedo alcanzar por mí mismo? ¿Porqué debo necesitar de Él y no puedo bastarme a mí mismo? ¿Porqué debo ponerme en camino donde Él me indica y conduce y no puedo elegir mi propio camino?
Es una angustia existencial vigente en cada vez que tomamos una bocanada de aires sin Dios, saciamos nuestra sed sin Dios… El hombre se angustia con esta relación, con este diálogo propuesto, aún cuando reconoce que necesita ese diálogo, esa relación… Es una lucha interna, profunda, profusa, subyacente a todo…
El motivo de salida de la encerrona de semejante paradigma, de semejante enigma, de semejante cuestionamiento proviene de la misma boca de Jesús: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”.
Eso el hombre no puede hacerlo por sí mismo, para sí mismo, ni para los otros. Jesús lo da, Jesús lo brinda, Jesús lo posee abierto para que brote y yo beba…
Así lo expresa Pablo: “…la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. En efecto, cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores. Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor. Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores.”
En su Cruz, a través de la ofrenda de su vida, Jesús abre el manantial del que brota el agua viva hasta la Vida eterna. De su amor al Padre brota para la humanidad el manantial de un amor que se derrama en nuestros corazones a través de la fe en Jesús. De ese manantial bebemos, de ese manantial bebemos la fe, de ese manantial bebemos la verdadera adoración al Padre en “espíritu y verdad” y nos hacemos adoradores de Dios y no de nosotros mismos u otros ídolos humanos.
Del manantial de Jesús bebemos el agua viva de la verdad sobre nosotros mismos, desde esa agua viva se nos revela nuestro propio corazón que erraba por aquí o por allá y que ahora se encuentra con el don mayor e insustituible. Desde ese manantial de agua viva dejamos de negar o soslayar lo que no alcanza nuestra razón o sensibilidad, o lo que pude o no puede nuestra voluntad o libertad, porque nos hacemos abiertamente receptores de este Don único.
Se nos revela y es aceptado por nosotros el don: “Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo”. Jesús le respondió: “Soy yo, el que habla contigo”.
Fuerte y única la experiencia de encontrarnos frente a frente con quien debía venir y ahora está frente a mí: “Soy yo, el que habla contigo”.
Lo que conciente o inconcientemente buscaba mi corazón, de una u otra forma, ahora está frente a mí: “Soy yo, el que habla contigo”.
“Soy yo, el que habla contigo”, dice el Manantial de Agua Viva.
¿Soy capaz de revelarme también yo frente a Jesús que me buscaba pidiéndome “dame de beber” y decirle: “soy yo, el que habla contigo”.?
Señor, mira con agrado el reconocimiento de nuestra pequeñez, para que seamos aliviados por tu misericordia quienes nos humillamos interiormente” (oración colecta).
Entrar en ese dialogo con Jesús desde su Misericordia, eso es la vida de la que brota el agua viva. Saciar su sed, su sed de mi amor, que Él no ha olvidado ni despreciado. “Tengo sed” de tu presencia y de tu voz, de tu mirada, de tu corazón, de tu existencia, nos dice Jesús el “Agua Viva”. El “Agua Viva” tiene sed, la sed que el hombre tiene, es absorbida por la sed de Jesús y saciada por su mismo amor al Padre y a los hombres. En su persona queda resuelta la paradoja de ser “Agua Viva” y a la vez “Tengo Sed”.
Las aguas vivas del Bautismo brotan de un Dios sediento de amor gratuito, porque gratuitas son sus aguas que nos sacian hasta la Vida eterna, porque brotarán de la eterna Trinidad por el costado de Jesús en el Cuerpo de su Iglesia.
“...el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”. No sólo nos has dado de beber y saciado nuestra sed, sino que nos haces el don de convertirnos en manantiales de agua para saciar la sed de los que te buscan como nosotros, porque nada que venga como un don puede no ser un don para los otros. Si nos volviéramos indiferentes a dar el don que nos has hecho nos desdeciríamos de ese don sagrado.
No seamos cristianos insatisfechos cuando lo hemos recibido todo, y no dejemos a nuestros hermanos insatisfechos con un don tan grande.
La Iglesia así, se abre con Jesús a la sed del hombre y la sacia con el que vive en sus venas de Esposa y Madre, Jesús fuente de vida.
Y nosotros somos esa Iglesia que sale a los pozos a esperar el encuentro con los sedientos de Dios.
El corazón rasgado de Jesús, es el Cielo abierto de la Trinidad, es el corazón abierto de los hijos de la Iglesia a los hombres sedientos.
Ahora que he encontrado y he recibido el Don a través del Bautismo, de los Sacramentos, de la Palabra de Vida, de la vida en la Iglesia, de la Caridad entre hermanos pobres: ¿vivo con el Don? ¿Vivo del Don? Sólo lo podremos comprobar si otros vienen y dicen: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.
Si vivo del Don, doy el Don y otros lo reciben y proclaman agradecidos: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.
Recuerda que has sido encontrado en el pozo del padre (Jacob, ahora el Padre Dios) del hijo amado (José, ahora Jesús), entregado en ofrenda (vendido, ahora crucificado) por la salvación de todos, que nos provee del agua viva y del alimento de la voluntad del Padre.
Digamos con Jesús cada día: “Mi comida es hacer la voluntad de Aquel que me envió y llevar a cabo su obra…” Y escuchemos su respuesta: “Ve, porque yo estaré delante de ti…”


P. Sergio-Pablo Beliera

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