A veces me
pregunto: ¿cómo funciona este mundo?
Esa breve
pregunta contiene las relaciones en la vida cotidiana entre los humanos, entre
la sociedad que formamos y entre todos con Dios y esa realidad trascendente que
lo envuelve.
Hoy el Evangelio
nos ayuda y porque no, nos lanza de lleno a ahondar este funcionamiento que
teje nuestras interrelaciones de todo tipo.
En primer
lugar hay un hombre que es propietario. En segundo lugar hay servidores varios
que se distinguen por sus diversas capacidades. En tercer lugar hay bienes
diversos que se corresponden con esas capacidades. Y finalmente viene dos
componentes esenciales que a veces pasamos por alto, y que conforman el cuarto
y quinto elemento de estas interrelaciones: la actitud de confiar talentos
gracias a un conocimiento que se tiene de los servidores, y el gozo al que se
hace entrar como consecuencia de lo que se ha hecho con el talento confiado.
Nada sugiere
en la parábola que haya entre el señor y sus servidores una relaciones de
suspicacia, de desconfianza, de mezquindad. Esa capacidad de conocimiento mutuo
y correspondencia mutua en un clima de confianza, es lo que hace que esta
relaciones funciones y que de frutos.
Sí, Dios, a
quien este hombre de la parábola representa, tiene ese conocimiento de cada uno
y esa confianza en cada uno; y los servidores que nos representan a nosotros
reflejan esa aceptación de ser conocidos y de confiar en quien confía en nosotros.
Dios confía en nosotros y nosotros podemos confiar en Dios. Gracias a que nos
conoce y confía en nosotros y desde allí pone en funcionamiento nuestras
relaciones es que el mundo de Dios y el mundo en que los hombres pretenden
desarrollarse y llegar a Dios, funciona dando frutos.
Pero claro,
siempre puede aparecer un conocimiento presuntuoso de Dios, y como consecuencia
un miedo que todo lo paraliza y nos hunde en la oscuridad de la inacción y el
reproche. No ahondaremos este rasgo frustrante de la relaciones esta vez, pero
son el meollo de la antigua y actual frustración de las relaciones de confianza
y felicidad entre los hombres con Dios.
Lo
absolutamente interesante es que a consecuencia de dejar circular la confianza
que nos da que lo que se nos ha dado se corresponde con nosotros y nuestras
capacidades y que nos concentramos en hacerlo fructificar, es que se nos confía
mucho más, pero sobre todo se nos da algo inusitado e inesperado, más abundante
y plenificante aún: “entra a participar
del gozo de tu señor”. El plus es
increíblemente superior a todo, porque es participar de la intimidad de gozo de
ese señor, en este caso de Dios. Y es ahí donde se da el summun del
funcionamiento de este mundo donde actúa el Reino de los Cielos, por cierto muy
distinto al reino de la desconfianza de este mundo, de las relaciones de poder
que esclavizan, que amargan la existencia de millones de hombres y mujeres,
sobre todo de niños y ancianos.
Lo que
verdaderamente hace funcionar este mundo es la posibilidad que lo que aquí
vivimos nos abre el gozo de nuestro Señor, que en lugar de aprovecharse de
nosotros nos hace entrar al descanso de una felicidad plena donde la confianza
reina en el aire y en las venas.
Dios
pretende que su “ausencia” sea ocasión de que desarrollemos su confianza en
nosotros y lo que nos ha confiado para el bien de unos con otros. Y así lo que
Él ha iniciado se vuelve un bien de todos que nos permite abrirnos a su gozo,
que no es hacernos sentir su autoridad y poder y servirse de nosotros, sino de
confiar en nosotros y hacernos participar de ese gozo pleno y definitivo.
No por nada
califica a sus servidores después de escucharlos, “servidor bueno y fiel”,
es eso lo que Él es y espera de nosotros para identificarnos plenamente con Él.
No por nada le hemos rezado en la oración colecta de hoy: “concédenos vivir siempre con
alegría bajo tu mirada, ya que la felicidad plena y duradera consiste en
servirte a ti, fuente y origen de todo bien.”
P. Sergio-Pablo Beliera
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