domingo, 2 de noviembre de 2014

Homilía Conmemoración de todos los Fieles Difuntos, Ciclo A, 2 de noviembre de 2014

Al comenzar esta meditación, quisiera invitarlos a volver a considerar la Oración Colecta que hoy hemos elevado a Dios, ya que ella expresa de manera nítida el misterio que hoy celebramos en esta Eucaristía en Conmemoración de todos los Fieles Difuntos y los desafíos que ella nos plantea.
Dice la oración: “Dios nuestro, escucha con bondad nuestros ruegos, para que, al crecer nuestra fe en tu Hijo resucitado de entre los muertos, se afiance también nuestra esperanza en la resurrección de tus hijos difuntos.”
En primer lugar, nos recordamos creyentemente a nosotros mismos que Dios escucha, que Dios presta atención, se interesa por lo que le presentamos porque es un Dios viviente y es Padre y, sólo como tal puede ser el receptor de nuestra oración y ayudarnos. Y viceversa, porque es un Padre que vive escucha atentamente lo que surge de nuestro corazón creyente. Porque es un Padre que Vive es Bueno, y en su bondad quiere para nosotros lo que Él mismo experimenta como Bien: Vivir abierto a sus creaturas. Porque somos hijos de un Dios Viviente somos vivientes abiertos.
En segundo lugar, le confesamos a Dios que sólo al “crecer nuestra fe en tu Hijo resucitado de entre los muertos”, podemos pensarnos a nosotros mismos en esa misma situación: resucitados con Él de entre los muertos. Porque nuestra muerte alcanza su mayor dramatismo (como realismo definitivo) en la muerte de Jesús el Hijo Amado y, nuestra resurrección nace de la resurrección de Jesús el Hijo Amado y, no de nuestras aspiraciones de eternidad ni de nuestra necesidad de consuelo. Es la adhesión al acontecimiento del “…Hijo resucitado de entre los muertos” la causa y no nosotros. Como dice Pablo: “Cristo, el primero de todos, luego, aquellos que estén unidos a él en el momento de su venida.” La muerte y resurrección de Jesús es la experiencia en la que crece y puede progresar nuestra muerte como acontecimiento que se abre a la resurrección.
En tercer lugar, nos hacemos consientes que sólo a partir de este acontecimiento podemos afianzarnos en la esperanza de la resurrección de quienes nos anteceden en la fe. Lo que celebramos en la fe por nuestros hermanos difuntos, tiene una repercusión directa en nuestra esperanza. La esperanza nos devuelve a la resurrección no como un acontecimiento lejano o de Otro, sino como la experiencia que nos lleva de la fe a la caridad, como realización plena de la esperanza y de la fe en la resurrección. Y por eso pedimos fervientemente afianzarnos, hacernos firmes en nuestras blanduras oscilantes frente a la resurrección personal y consolidar esa esperanza surgente que nos orienta hacia el acontecimiento fundante de la resurrección personal de cada uno de nosotros.
Ahora, frente al acontecimiento de la muerte de nuestros fieles difuntos, recibimos desde el cielo la pregunta: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado…”
¿Quién no tiene un difunto al que recordar que lo ayude a hacerse esta pregunta?
¿Quién no está tocado por su ausencia que lo conecte con la pregunta de la resurrección?
¿Quién no se pregunta donde ha ido a parar lo que hemos vivido juntos, el amor que experimentamos en tantos y tantos acontecimientos?
Estas preguntas existenciales son comunes a todos los hombres y no son puro sentimentalismo de algunos. Son un punto de apoyo para mirar a la existencia de Jesús y descubrir en ella la respuesta. Son un punto de apoyo para mirar nuestras existencias y ponerlas en conexión con ese acontecimiento de Muerte y Resurrección.
Por eso, la respuesta a estas preguntas encuentra su respuesta en la experiencia de Jesús Resucitado que nos abre este panorama: “Él habitará con ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó”.
Por más que intentemos mirar al costado, o hacia delante para olvidar que algo de nosotros ya no está con nosotros y que alguna vez esos seremos nosotros. No nos hace bien vivir como si nada pasara, como si no necesitáramos mirar hacia abajo donde se posan nuestros pies ante la tumba de nuestros difuntos y, hacia arriba donde Dios ha comenzado algo nuevo. Lo necesitamos porque hacia vamos y estamos llamados a hacer el camino apoyándonos mutuamente en la esperanza que la fe nos infunde.
No podemos olvidar, necesitamos hacer memoria, y esa Memoria es la Eucaristía misma que encuentra su sustento en la experiencia de Jesús: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado…” y como Resucitado está entre nosotros en esta Eucaristía.
Por eso la Iglesia nos invita en cada Eucaristía a recordar a los difuntos antes de hacer memoria de los santos. Desde este pequeño espacio la Iglesia que la celebra, sostiene la esperanza de nuestra resurrección al igual que Jesús el Señor. No es un hecho menor no olvidarnos unos a otros, porque Dios mismo hace Memoria de nuestros difuntos al contemplarlos cara a cara.


P. Sergio-Pablo Beliera

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