Al comenzar esta meditación,
quisiera invitarlos a volver a considerar la Oración Colecta que hoy hemos
elevado a Dios, ya que ella expresa de manera nítida el misterio que hoy
celebramos en esta Eucaristía en Conmemoración de todos los Fieles Difuntos y
los desafíos que ella nos plantea.
Dice la oración: “Dios
nuestro, escucha con bondad nuestros ruegos, para que, al crecer nuestra fe en
tu Hijo resucitado de entre los muertos, se afiance también nuestra esperanza
en la resurrección de tus hijos difuntos.”
En primer lugar, nos
recordamos creyentemente a nosotros mismos que Dios escucha, que Dios presta
atención, se interesa por lo que le presentamos porque es un Dios viviente y es
Padre y, sólo como tal puede ser el receptor de nuestra oración y ayudarnos. Y
viceversa, porque es un Padre que vive escucha atentamente lo que surge de
nuestro corazón creyente. Porque es un Padre que Vive es Bueno, y en su bondad
quiere para nosotros lo que Él mismo experimenta como Bien: Vivir abierto a sus
creaturas. Porque somos hijos de un Dios Viviente somos vivientes abiertos.
En segundo lugar, le
confesamos a Dios que sólo al “crecer nuestra fe en tu Hijo resucitado de
entre los muertos”, podemos pensarnos a nosotros mismos en esa misma
situación: resucitados con Él de entre los muertos. Porque nuestra muerte
alcanza su mayor dramatismo (como realismo definitivo) en la muerte de Jesús el
Hijo Amado y, nuestra resurrección nace de la resurrección de Jesús el Hijo
Amado y, no de nuestras aspiraciones de eternidad ni de nuestra necesidad de
consuelo. Es la adhesión al acontecimiento del “…Hijo resucitado de entre los
muertos” la causa y no nosotros. Como dice Pablo: “Cristo, el primero de todos,
luego, aquellos que estén unidos a él en el momento de su venida.” La
muerte y resurrección de Jesús es la experiencia en la que crece y puede
progresar nuestra muerte como acontecimiento que se abre a la resurrección.
En tercer lugar, nos hacemos
consientes que sólo a partir de este acontecimiento podemos afianzarnos en la
esperanza de la resurrección de quienes nos anteceden en la fe. Lo que
celebramos en la fe por nuestros hermanos difuntos, tiene una repercusión
directa en nuestra esperanza. La esperanza nos devuelve a la resurrección no
como un acontecimiento lejano o de Otro, sino como la experiencia que nos lleva
de la fe a la caridad, como realización plena de la esperanza y de la fe en la
resurrección. Y por eso pedimos fervientemente afianzarnos, hacernos firmes en
nuestras blanduras oscilantes frente a la resurrección personal y consolidar
esa esperanza surgente que nos orienta hacia el acontecimiento fundante de la
resurrección personal de cada uno de nosotros.
Ahora, frente al
acontecimiento de la muerte de nuestros fieles difuntos, recibimos desde el
cielo la pregunta: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha
resucitado…”
¿Quién no tiene un difunto al que recordar que lo ayude a
hacerse esta pregunta?
¿Quién no está tocado por su ausencia que lo conecte con la
pregunta de la resurrección?
¿Quién no se pregunta donde ha ido a parar lo que hemos vivido
juntos, el amor que experimentamos en tantos y tantos acontecimientos?
Estas preguntas existenciales
son comunes a todos los hombres y no son puro sentimentalismo de algunos. Son
un punto de apoyo para mirar a la existencia de Jesús y descubrir en ella la
respuesta. Son un punto de apoyo para mirar nuestras existencias y ponerlas en
conexión con ese acontecimiento de Muerte y Resurrección.
Por eso, la respuesta a estas
preguntas encuentra su respuesta en la experiencia de Jesús Resucitado que nos
abre este panorama: “Él habitará con ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con
ellos y será su Dios. Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni
pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó”.
Por más que intentemos mirar
al costado, o hacia delante para olvidar que algo de nosotros ya no está con
nosotros y que alguna vez esos seremos nosotros. No nos hace bien vivir como si
nada pasara, como si no necesitáramos mirar hacia abajo donde se posan nuestros
pies ante la tumba de nuestros difuntos y, hacia arriba donde Dios ha comenzado
algo nuevo. Lo necesitamos porque hacia vamos y estamos llamados a hacer el
camino apoyándonos mutuamente en la esperanza que la fe nos infunde.
No podemos olvidar,
necesitamos hacer memoria, y esa Memoria es la Eucaristía misma que encuentra
su sustento en la experiencia de Jesús: “¿Por qué buscan entre los muertos al que
está vivo? No está aquí, ha resucitado…” y como Resucitado está entre
nosotros en esta Eucaristía.
Por eso la Iglesia nos invita
en cada Eucaristía a recordar a los difuntos antes de hacer memoria de los
santos. Desde este pequeño espacio la Iglesia que la celebra, sostiene la
esperanza de nuestra resurrección al igual que Jesús el Señor. No es un hecho
menor no olvidarnos unos a otros, porque Dios mismo hace Memoria de nuestros
difuntos al contemplarlos cara a cara.
P.
Sergio-Pablo Beliera
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