domingo, 30 de noviembre de 2014

Homilía Domingo 1° de Adviento, Ciclo B, 30 de noviembre de 2014

¿Cuál es el valor de un suspiro, de un anhelo?
“¡Vuelve, por amor a tus servidores…!” “¡Si rasgaras el cielo y descendieras…!”
¿Cuál es el valor de una advertencia?
“Tengan cuidado y estén prevenidos…
¿Cuál es el valor de una toma de conciencia?
“Nos hemos convertido en una cosa impura, toda nuestra justicia es como un trapo sucio. Nos hemos marchitado como el follaje y nuestras culpas nos arrastran como el viento.”
¿Cuál es el valor de una presencia, de una ausencia, de una venida definitiva esperada?
“Tú, Señor, eres nuestro padre; nosotros somos la arcilla, y Tú, nuestro alfarero: ¡todos somos la obra de tus manos!”
¿Cuál es el valor de lo que reconocemos con valor para nuestras existencias?
“¿Por qué, Señor, nos desvías de tus caminos y endureces nuestros corazones para que dejen de temerte?”
Ahora, volvamos sobre nuestras preguntas. Recordemos que una buena pregunta es ya una buena respuesta. A veces queremos respuestas pero no tenemos preguntas, o no tenemos la pregunta adecuada y vital que debemos hacernos. Parte de las grandes preocupaciones que nos habitan están sustentadas en la depreciación de la pregunta, de la buena y honda pregunta que abra una brecha en nuestra existencia por la que valga la pena adentrarse.
La apreciación o depreciación (darle valor o no a alguien o algo), es un acto humano al que tenemos que asignarle (libremente) un espacio en el punto de partida, en el recorrido y en el final de nuestra existencia. Imposible eludirlo. El fervor es la manifestación de la apreciación y la indiferencia la manifestación de la depreciación.
Vivimos tiempos de indiferencia que manifiestan una depreciación de lo que es humano y por lo tanto de lo que es divino. Quines demolieron las religiones bien habidas y proclamaron la era de la indiferencia a Dios hicieron un mundo deshumanizado, frío, injusto, opresor de las libertades. Signo claro de que Dios humaniza y el hombre humanizado vive con Dios.
El experimento de borrar a Dios de la existencia humana ya falló en el siglo pasado, pero ahora vuelve con otras formas, porque la humanidad está en tránsito y cuando cree que ya ha llegado, paff… sobreviene la desgracia. Ahora, el experimento fallido, vuelve en formas de apatía, insensibilidad, superposición y abundancia innecesaria de supuestos bienes, -y hasta de noticias que ponen lo escabroso individual y que esconde la trama del mal que se lleva a miles y miles al olvido-, consumismo de bienes materiales para satisfacer la insatisfacción existencial de ser amados, considerados y de ser capaces de asumir desafíos y oportunidades de bondad, de belleza, de ternura, de justicia, de alegría expansiva, de contacto directo unos con otros, de reconocimiento de rostros y rasgos personales. Es verdad que hay una agenda de solidaridad, pero si esa agenda no se pasa a la propia piel, al sistema nervioso propio, al torrente sanguíneo, al corazón, a la mente, al alma… es una agenda y no la vida misma, es un acto y no una actitud permanente.
Comenzamos el Adviento, y debemos ser concientes que para una gran número de católicos la mirada está puesta en la Navidad, y desconocen cómo vivir este tiempo de cuatro semanas, y por lo tanto llegan a la Navidad abruptamente, sin una adecuada preparación. Llegan al acontecimiento pero no han hecho el camino que el acontecimiento implica. Sobre todo no habrán podido purificar sus deseos y aspiraciones a la hora de recibir al Señor y reconocerlo, adorarlo y amarlo cuando se presente será difícil estar en sintonía con Él. La invitación del Señor está hecha: “Tengan cuidado y estén prevenidos…Y,mientras esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, no les falta ningún don de la gracia”.
A quienes somos concientes de este tiempo de Adviento, se nos pide ser testigos del mismo y gritar claro y hacer gestos fuertes y contundentes para llamar la atención de los que no lo son.
Es un tiempo de Misión por excelencia. Claro que en la agenda social ya no cabe nada, -demostración cabal que no vivimos al ritmo de una espiritualidad cristiana que propone, que anuncia y guía nuestros pasos, sino que vamos detrás de una agenda que no nos pertenece-. Pero frente al hecho consumado, es una agenda en la que debemos meternos con lo que somos y provocarla para que se despabile y recobre su sentido. Vendrán los “realistas” de hoy a decirnos “no se puede ir en contra” “las cosas son así” o “que cada uno haga la suya”. Frente a lo cual deberíamos recordar como verdadero realismo las palabras de Jesús: Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela. Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa”. Estas palabras son la verdadera lectura del día a día, porque estamos aquí de paso y para servir, no para adueñarnos de este tiempo ni de este espacio, y consumirlo habidamente como insaciables.
Argentina necesita Adviento, pausa, reflexión, mirar con atención, escuchar, entrar en diálogo y encuentro. No son las vacaciones, -de una porción de la sociedad-, las que nos darán el descanso necesario. Sino este conectarnos con los anhelos más profundos de Dios y del hombre, con lo que hizo y aún esperamos que haga (en muchos cristianos lo que falta hacer a Dios tiene que ver sólo con un encuentro personal en el que seremos juzgados frente al espejo en el que nos hemos mirado, y no un acontecimiento de toda la Humanidad de cara a Dios y de toda la Creación de cara a su Voluntad. Tal es la invasión y el desembarco del individualismo y del subjetivismo).
Si no nos adentramos en las preguntas iniciales, en los anhelos más profundos, en la llamada de Dios, en sus invitación, que sentido podrían tener estas palabras del Espíritu: ustedes han sido colmados en él con toda clase de riquezas, las de la palabra y las del conocimiento, en la medida que el testimonio de Cristo se arraigó en ustedes. Por eso, mientras esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, no les falta ningún don de la gracia”. Claro, hay que estar esperando al Señor y no otra cosa, aunque sea a nosotros mismos. Confieso que esa pregunta me golpea fuerte al sólo plantearla. Porque temo que estemos esperando sólo un mundo mejor, pero no esperando al Señor del mundo. Hacemos este mundo mejor, sólo porque Él es el Señor del mundo y, fuimos “colmados con toda clase de riqueza” para devolvérselo a su llegada produciendo el fruto de justicia, de misericordia, y paz, por el que Él vino en la humildad de un Niño, se entregó en la Cruz y Resucitó y, por el viene en cada Eucaristía (Mesa de la Palabra y Mesa del Pan) para que no nos olvidemos que “no nos falta ningún don de la gracia” para hacer por Él, con Él, para Él y como Él.
Hay una sola Historia, la otra no lo es aunque lo parezca.
Hay una sola Realidad, la otra es el plano inferior que apenas si se le parece.
Hay una Respuesta a nuestra pregunta y se llama Señor Jesús, las demás no están a su altura.
Los que son de Él, son como Él y viven como Él y lo esperan ansiosamente, “porque Dios es fiel, y él los llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.”
¿Porqué cómo nos reconoceríamos y se nos reconocería sino por las obras que Él hizo, hace y hará con los que son suyos?
Por eso, Padre, te rogamos que la práctica de las buenas obras nos permita salir al encuentro de tu Hijo que viene hacia nosotros, para que merezcamos estar en el Reino de los cielos junto a él.


P. Sergio-Pablo Beliera

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