¿Cuál es el valor de un suspiro, de un anhelo?
“¡Vuelve, por amor a tus
servidores…!” “¡Si rasgaras el cielo y descendieras…!”
¿Cuál es el valor de una advertencia?
“Tengan cuidado y estén
prevenidos…”
¿Cuál es el valor de una toma de conciencia?
“Nos hemos convertido en una
cosa impura, toda nuestra justicia es como un trapo sucio. Nos hemos marchitado
como el follaje y nuestras culpas nos arrastran como el viento.”
¿Cuál es el valor de una presencia, de una ausencia, de una
venida definitiva esperada?
“Tú, Señor, eres nuestro
padre; nosotros somos la arcilla, y Tú, nuestro alfarero: ¡todos somos la obra
de tus manos!”
¿Cuál es el valor de lo que reconocemos con valor para nuestras
existencias?
“¿Por qué, Señor, nos desvías
de tus caminos y endureces nuestros corazones para que dejen de temerte?”
Ahora, volvamos sobre nuestras
preguntas. Recordemos que una buena pregunta es ya una buena respuesta. A veces
queremos respuestas pero no tenemos preguntas, o no tenemos la pregunta
adecuada y vital que debemos hacernos. Parte de las grandes preocupaciones que
nos habitan están sustentadas en la depreciación de la pregunta, de la buena y
honda pregunta que abra una brecha en nuestra existencia por la que valga la
pena adentrarse.
La apreciación o depreciación
(darle valor o no a alguien o algo), es un acto humano al que tenemos que
asignarle (libremente) un espacio en el punto de partida, en el recorrido y en
el final de nuestra existencia. Imposible eludirlo. El fervor es la
manifestación de la apreciación y la indiferencia la manifestación de la
depreciación.
Vivimos tiempos de
indiferencia que manifiestan una depreciación de lo que es humano y por lo
tanto de lo que es divino. Quines demolieron las religiones bien habidas y
proclamaron la era de la indiferencia a Dios hicieron un mundo deshumanizado,
frío, injusto, opresor de las libertades. Signo claro de que Dios humaniza y el
hombre humanizado vive con Dios.
El experimento de borrar a
Dios de la existencia humana ya falló en el siglo pasado, pero ahora vuelve con
otras formas, porque la humanidad está en tránsito y cuando cree que ya ha
llegado, paff… sobreviene la desgracia. Ahora, el experimento fallido, vuelve en
formas de apatía, insensibilidad, superposición y abundancia innecesaria de
supuestos bienes, -y hasta de noticias que ponen lo escabroso individual y que
esconde la trama del mal que se lleva a miles y miles al olvido-, consumismo de
bienes materiales para satisfacer la insatisfacción existencial de ser amados,
considerados y de ser capaces de asumir desafíos y oportunidades de bondad, de
belleza, de ternura, de justicia, de alegría expansiva, de contacto directo
unos con otros, de reconocimiento de rostros y rasgos personales. Es verdad que
hay una agenda de solidaridad, pero si esa agenda no se pasa a la propia piel,
al sistema nervioso propio, al torrente sanguíneo, al corazón, a la mente, al
alma… es una agenda y no la vida misma, es un acto y no una actitud permanente.
Comenzamos el Adviento, y
debemos ser concientes que para una gran número de católicos la mirada está
puesta en la Navidad, y desconocen cómo vivir este tiempo de cuatro semanas, y
por lo tanto llegan a la Navidad abruptamente, sin una adecuada preparación.
Llegan al acontecimiento pero no han hecho el camino que el acontecimiento
implica. Sobre todo no habrán podido purificar sus deseos y aspiraciones a la
hora de recibir al Señor y reconocerlo, adorarlo y amarlo cuando se presente
será difícil estar en sintonía con Él. La invitación del Señor está hecha: “Tengan
cuidado y estén prevenidos…” Y, “mientras
esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, no les falta ningún don de
la gracia”.
A quienes somos concientes de
este tiempo de Adviento, se nos pide ser testigos del mismo y gritar claro y
hacer gestos fuertes y contundentes para llamar la atención de los que no lo
son.
Es un tiempo de Misión por
excelencia. Claro que en la agenda social ya no cabe nada, -demostración cabal
que no vivimos al ritmo de una espiritualidad cristiana que propone, que
anuncia y guía nuestros pasos, sino que vamos detrás de una agenda que no nos
pertenece-. Pero frente al hecho consumado, es una agenda en la que debemos
meternos con lo que somos y provocarla para que se despabile y recobre su
sentido. Vendrán los “realistas” de hoy a decirnos “no se puede ir en contra”
“las cosas son así” o “que cada uno haga la suya”. Frente a lo cual deberíamos
recordar como verdadero realismo las palabras de Jesús: “Será
como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores,
asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela.
Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa”.
Estas palabras son la verdadera lectura del día a día, porque estamos aquí de
paso y para servir, no para adueñarnos de este tiempo ni de este espacio, y
consumirlo habidamente como insaciables.
Argentina necesita Adviento,
pausa, reflexión, mirar con atención, escuchar, entrar en diálogo y encuentro.
No son las vacaciones, -de una porción de la sociedad-, las que nos darán el
descanso necesario. Sino este conectarnos con los anhelos más profundos de Dios
y del hombre, con lo que hizo y aún esperamos que haga (en muchos cristianos lo
que falta hacer a Dios tiene que ver sólo con un encuentro personal en el que
seremos juzgados frente al espejo en el que nos hemos mirado, y no un
acontecimiento de toda la Humanidad de cara a Dios y de toda la Creación de
cara a su Voluntad. Tal es la invasión y el desembarco del individualismo y del
subjetivismo).
Si no nos adentramos en las
preguntas iniciales, en los anhelos más profundos, en la llamada de Dios, en
sus invitación, que sentido podrían tener estas palabras del Espíritu: “ustedes
han sido colmados en él con toda clase de riquezas, las de la palabra y las del
conocimiento, en la medida que el testimonio de Cristo se arraigó en ustedes.
Por eso, mientras esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, no les
falta ningún don de la gracia”. Claro, hay que estar esperando
al Señor y no otra cosa, aunque sea a nosotros mismos. Confieso que esa
pregunta me golpea fuerte al sólo plantearla. Porque temo que estemos esperando
sólo un mundo mejor, pero no esperando al Señor del mundo. Hacemos este mundo
mejor, sólo porque Él es el Señor del mundo y, fuimos “colmados con toda clase de
riqueza” para devolvérselo a su llegada produciendo el fruto de
justicia, de misericordia, y paz, por el que Él vino en la humildad de un Niño,
se entregó en la Cruz y Resucitó y, por el viene en cada Eucaristía (Mesa de la
Palabra y Mesa del Pan) para que no nos olvidemos que “no nos falta ningún don de la
gracia” para hacer por Él, con Él, para Él y como Él.
Hay una sola Historia, la otra
no lo es aunque lo parezca.
Hay una sola Realidad, la otra
es el plano inferior que apenas si se le parece.
Hay una Respuesta a nuestra
pregunta y se llama Señor Jesús, las demás no están a su altura.
Los que son de Él, son como Él
y viven como Él y lo esperan ansiosamente, “porque Dios es fiel, y él los
llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.”
¿Porqué cómo nos reconoceríamos y se nos reconocería sino por
las obras que Él hizo, hace y hará con los que son suyos?
Por eso, Padre, te rogamos que la práctica
de las buenas obras nos permita salir al encuentro de tu Hijo que viene hacia
nosotros, para que merezcamos estar en el Reino de los cielos junto a él.
P.
Sergio-Pablo Beliera
No hay comentarios:
Publicar un comentario
"Solo lo que construye merece ser dicho y escrito"