domingo, 5 de abril de 2015

Homilía Domingo Pascua de la Resurrección del Señor, Ciclo B, 5 de Abril de 2015

“Ustedes ya saben qué ha ocurrido…”, dice Pedro dando testimonio de la Resurrección de Jesús. Hemos vivido paso a paso la pasión, muerte y hoy la Resurrección del Señor Jesús. Hemos estado con Él y Él ha estado con nosotros en esta Semana Santa, y más aún en este Día de Pascua definitiva.
Hoy hemos llegado al gran acontecimiento de Jesús Resucitado, por lo tanto vencedor de la muerte y del pecado, que le ha dado origen a toda forma de muerte.
Este acontecimiento ha traspasado los devenires de la Historia durante dos mil años. Pedro, Pablo y las mujeres se han visto profundamente conmovidos frente a semejante experiencia. Sus vidas ha sido un antes y un después, no sólo después de haberlo conocido a Jesús de Nazaret, sino un antes y un después de haberlo experimentado como El Resucitado.
¿Se puede decir de mí que la Resurrección de Jesús ha traspasado los avatares de mi historia hasta aquí?
¿He experimentado un antes y un después del anuncio y de la experiencia de El Resucitado?
Nuestras vidas de cristianos se ve constantemente cuestionadas por la ausencia de Dios, por su silencios, por su no intervencionismo espectacular frente al sufrimiento humano, frente a las atrocidades de la humanidad… Cada día nos vemos expuestos a dar un testimonio creíble de que lo que ha cambiado la historia de la humanidad para siempre, sigue vigente en nuestras vidas y por eso vigente en la vida de nuestros contemporáneos.
No podemos contestarnos nada, ni contestar nada a nadie, sin esta experiencia viva que nos deja “temblando y fuera de sí”, porque supera nuestras expectativas a veces o porque nuestra experiencia de Jesús aún no ha llegado a su plenitud como para asimilar semejante novedad, la Resurrección.
¿Soy consciente de la necesidad que la humanidad tiene de mi testimonio de un Jesús Resucitado viviente y vigente en mí vida?
¿En que estado está mi experiencia del Resucitado?
También nosotros hoy, recibimos la llamada desde el sepulcro: “…Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho…”
Volvemos a Galilea para poder ver a Jesús Resucitado, volvemos a la tierra del comienzo del Evangelio, de la Buena Noticia, porque ahora sí desde la Resurrección podemos comprender las palabras que nos dijo, lo que nos enseñó y el bien que hizo a enfermos, endemoniados y pecadores.
Sin El Resucitado el Evangelio sería filosofía o ética. Pero con El Resucitado el Evangelio es comenzar una nueva vida. Un vida que es salida de sí mismo, porque el mismo Resucitado quiere compartir su Resurrección y no guardársela para sí.
Jesús Resucitado sale del sepulcro.
Jesús Resucitado nos cita fuera de los centros.
Jesús Resucitado se nos quiere mostrar.
Jesús Resucitado nos quiere abrir las puertas del mundo.
Pero, necesito ir y quedarme con El Resucitado cuarenta días más para releer lo que hemos visto y escuchado, para volver a aprender la lección de vida que es que “el tiempo se ha cumplido y ha llegado el Reino de Dios”, por lo cual vivir una vida al margen del Resucitado, de su condición de Siervo Resucitado, Hijo Amado Resucitado en quien debemos complacernos con el Padre, es un sin sentido. “A nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección.” Ese es nuestro lugar hoy y ahí debemos permanecer.
¿Soy de los creyentes que se han quedado con un Jesús buen hombre nada más?
¿Escucho y acepto la llamada de Jesús a reaprender todo desde su Resurrección?
Hoy con Jesús Resucitado, estamos llamados a hacernos testigos resucitados de lo que hemos visto y oído porque hemos estado con Él. Testigos que sienten miedo pero, que una vez que se lanzan nadie puede parar su testimonio vivo y humilde de un Viviente en sus vidas, razón de su vida cotidiana y hasta el último día. Sin este testimonio con el cual Jesús Resucitado ha querido contar, el mundo permanecerá en silencio, sin una respuesta, lleno de miedo, sin esperanza. ¡Vayamos pues!
“He resucitado, y estoy de nuevo contigo, aleluya.
Pusiste tu mano sobre mí, aleluya:
¡Qué admirable es tu sabiduría! aleluya, aleluya.”
“Este es el día que hizo el Señor:
alegrémonos y regocijémonos en él.”


P. Sergio Pablo Beliera

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