Las declaraciones de amor, son unas
de las experiencias humanas más destacables de nuestra condición. Extraodinaria
experiencia de declarar el amor, estraordinaria experiencia la de recibir una
declaración de amor… ¡Que deseable!
Hoy, los invito en primer lugar a
apreciar y aprender de nuevo de esa experiencia, sobre todo, cuando esa
declaración de amor ha sido gratuita, desinteresada, cuando ella ha abarcado
por completo nuestro ser y la del ser amado, cuando no ha sido con el deseo de
poseer sino con el deseo de morir de amor y por amor… No pensemos sólo en la
experiencia de pareja, hay muchas declaraciones de amor a lo largo de la vida
que no tiene que ver sólo con esa dimensión. ¿Puedo reconocer y recoger esta experiencia? Hagámoslo para
aproximarnos…
Jesús hace a lo largo de su vida
muchas declaraciones de amor, están dispersas a lo ancho de todo el Evangelio.
Encontrarse con ellas es encontrarse con el corazón de Jesús y su amor
perdurable, persistente, insoslayable. Aquel que más puede costarnos hoy día…
Hoy tenemos una de esas declaraciones
de amor: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes…”
Podría uno pasarse la vida entera sólo en estas palabras, degustando ese
arrebato de amor, ese inconfundible amor proclamado. ¿Qué impacto tiene en nosotros? Es aquí, donde me queda claro
aquello de: “una sóla palabra tuya me bastará”.
El primer amor que Jesús declara
pública y abiertamente es el que Él recibe del Padre. Es el Padre quien le ha
declarado su amor incondicional y, es ese amor incondicional el que Jesús
experimenta del Padre cada vez. El Padre se enamoró del Hijo y el Hijo persive
y constata ese amor envolvente, que una y otra vez frente a los logros y los
fracasos, Jesús experimenta que le basta, como lo primero y lo último, como lo
esencial. Jesús se experimenta traspasado por ese amor paterno de Dios.
Y, porque Jesús se sabe amado por el
Padre, nos declara su amor en la misma medida. Eso es inmensamente
sorprendente… Nosotros somos amados por Jesús como Él es amado por el Padre…
Recibo el mismo amor y en la misma medida. ¡Que increible! ¡Que increible
creible amor! Aquí debería postrarme y no seguir más que la corriente de ese
amor…
Es inpensable para Jesús y, para el
mundo necesitado de creer, un discípulo suyo que no viva de degustar, de volver
una y otra vez sobre este amor. Es este amor recibido el que tenemos para dar
en la medida que nos sujetamos firme y perseverantemente a el. Dar otro amor de
menor dimensión es un desperdicio, una imprudencia, una injusticia, un
entretenimiento falaz… La gente que nos rodea, los que nos cruzamos, con los
que compartimos distintos espacios y tiempos en la vida, los no amados que
recorren la ciudad y habitan en ella, reclaman con urgencia este amor que como
fruto abundante y duradero debería salir de nosotros hacia ellos, porque lo
hemos recibido y no podemos dejar de darlo. “No son ustedes los que me
eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que
vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero.”
Como diría el Papa Francisco, están
lo que se refugian en su consagración, en sus familias, en Caritas, en las
organizaciones humanitarias, para dar sólo su amor y se olvidan de dar el Amor
de Jesús, el Amor de Dios por cada uno en cada circunstancia. Nadie puede dar
menos de lo que ha recibido: “Ámense los unos a los otros, como yo los he
amado.”
Es por eso mismo que no somos siervos
sino amigos. Y somos amigos porque escuchamos en nuestro interior la urgencia
de Amor del Padre, del Hijo Jesús y nos lanzamos a amar como somos amados. “…yo
los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.”
No es el oído el que ha escuchado, sino la intimidad del Corazón puesto en el
Corazón. Es un mandato del alma y no de la piel, de la razón, de la voluntad o
de las circunstancias. Es la urgencia de vivir con Jesús ese Amor y con Él
decir a todos nuestros hermanos, sobre todo a los no amados: “Como
el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes…” “Queridos míos, amémonos
los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de
Dios y conoce a Dios.”
P. Sergio-Pablo
Beliera
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