Tal vez no
estaría equivocado comenzar preguntándonos si: ¿Hay algún obstáculo real para seguir a Jesús? La respuesta es que,
verdaderamente no, no hay osbtáculos absolutos. No hay nadie ni nada que pueda
ser un real obstáculo para seguir a Jesús.
O tal vez
podríamos decir, que los obstáculos de afuera, como pueden ser limitaciones físicas,
sociales, o la imposición o contraposición de otros, no son verdadero y
definitivos obstáculos en algo tan trascendente como el seguimiento de la
persona de Jesús.
Alguna vez
tenemos que madurar y dejar de decir, ‘me
dijeron que’, ‘no me dejaron que’,
o ‘todos lo hacen’. Frente a eso
escuchemos siempre: “…pero él gritaba más fuerte…” porque esa es la respuesta
madura y digna de Jesús.
Los verdaderos
obstáculos provienen de dentro de uno mismo, esos son los más duros de vencer y
sobrellevar. Toda la variedad de héroes míticos, reales o de ficción, siempre
llevan la carga más pesada en la lucha consigo mismos que con la naturaleza o
sus adversarios. Bien dice el ciego hoy: “¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!”
porque no puedo darme a mí mismo lo que se que necesito y quiero de verdad…
¿De dónde proviene esa plegaria? ¿Cómo se
origina esta súplica?
Justamente de un
reconocimiento de su miseria interior más que exterior. Hay un conocimiento de
sí mismo que lo lleva a esta súplica sincera e insistente.
Por lo tanto lo
que necesitamos es:
Conocernos a
nosotros mismos, (conocer nuestra ceguera)
Suplicar
insistentemente a Jesús, (desear ver y convertir ese deseo en suplica
ferviente)
No dejarse
llevar por los que te tiran abajo, (saber discernir entre la Voz de Dios y la
de los hombres)
Pegar el salto
hacia Jesús y Entrar en díálogo con Él, (se necesita desición para ir a Jesús
primero a ciegas)
Ver por obra de
la fe en Jesús, (exponiendo nuestra fe en el diálogo con Jesús)
Seguirlo por el
camino. (descubrir el sentido del ver ahora: el seguimiento como discípulo de
Jesús)
O dicho de otro
modo:
todo el que no
se tiene por muy importante,
que busca a
Jesús sincera e insistentemente,
y lo deja obrar
en su vida,
está listo para
seguirlo por el camino.
Todo consiste o
todo se define entre mi persona y Jesús, lo demás ni suma ni resta. Jesús y yo
no debemos hacer caso a las voces que quieren tirar abajo nuestra relación.
Jesús sabemos que no hizo, no lo hace ni lo hará. Ahí queda al desnudo nuestra
parte.
¿Qué me tiene ciego?
¿A qué me he sentado “junto al camino”?
¿Grito cuando aparece Jesús (en su Palabra y en
su Eucaristía) para que me escuche?
¿Quiénes me quieren hacer callar cuando grito a
Jesús?
¿Me animo a dejarlo todo y pegar el salto hacia
Jesús?
¿Puedo expresar a Jesús mi deseo único y más
profundo?
¿Qué haré cuando vea?
Este ciego
Bartimeo, ya se ha despojado de todo (“el ciego, arrojando su manto, se puso de
pie de un salto y fue hacia él”) y no quiere tomarse revancha con la
adversidad de su vida, sino que se lanza a seguirlo a Jesús (“En
seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino”), que le prestó
atención (Jesús se detuvo y dijo: “Llámenlo”), penetró su corazón (Jesús
le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”), y le dio una nueva
visión (Jesús le dijo: “Vete, tu fe te ha salvado”. En seguida comenzó a ver…).
De esa nueva visión surge un seguimiento paso a paso “por el camino”.
Cuando la fe nos
guía, ella nos lleva hacia lo posible que sale siempre de una palabra de Jesús.
Nuestro salto hacia Jesús implica un salto de la persona de Jesús hacia nuestro
interior, hacia nuestra fe, el reducto inviolable de lo que terminamos por
saber de nosotros mismos y de Dios. Y Jesús sabe reconocer la fe y su poder de
volvernos videntes y discípulos.
El plus del
salto a Jesús es seguirlo “por el camino” que Él ha
emprendido. Este será el verdadero y contínuo movimiento de nuestra persona
hacia Jesús y con Jesús. Nos movemos hacia Jesús para movernos luego con Jesús
siempre.
De estar “junto
al camino” se espera de nosotros que pasemos a seguirlo “por
el camino”. Ese seguimiento es abierto, porque cuando me pongo a
seguirlo “por el camino” dejo que Jesús me lleve porque mi libertad se
ha transformado en gratitud que se lanza sin nada al camino que me conduce paso
a paso a la Luz de la Resurreción de una vida para Dios, con Dios, en Dios.
Cuando se está “junto al camino” lo mejor que puedo hacer es escuchar si viene
Jesús y gritar fuerte para que nos saque de este estado de ceguera y
postración.
Nadie ha sido
hecho para estar “junto al camino” viendo la vida pasar. Sino para seguirlo a
Jesús “por el camino” de una vida que hay que descubrir cada vez
hasta llegar como Jesús al Padre. Nuestro camino no se consuma en logros humano
ni mundanos sino en el camino que conduce al Padre.
Porque dice
Dios: “…Yo los hago venir… los reúno… yo los traigo llenos de consuelo; los
conduciré a los torrentes de agua por un camino llano… Porque yo soy un padre…”
P. Sergio-Pablo Beliera
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