Un antiguo dicho popular campero dice: “el burro adelante para que no se espante”,
que se aplica en general a aquellos que se ponen por delante de los demás, cuyo
ego los hace decir ‘yo’ antes que ‘nosotros’. También podríamos recordar
lo que se dice como “guerra de egos”
cuando las personas compiten entre sí, sin darse tregua ni respiro, por el
protagonismo.
Dios, nuestro Dios, carece de esta
experiencia, por el contrario no duda ni le ‘tiembla el pulso’ por ponerse por
detrás de todas las cosas, aunque ellas de hecho sólo puedan subsistir por su
influjo y presencia.
El evangelista Lucas lo hace notar al
colocar el nombre de Dios detrás de una larga lista de ‘poderosos’ de este
mundo: “Tiberio … Poncio Pilato … Herodes … Filipo … Lisanias … Anás y Caifás,
Dios…” Siempre resulta sugestivo como Dios nos transmite las cosas,
allí en una lista de nombre con sus cargos de emperador, gobernadores,
tetrarcas y sumos sacerdotes, Él aparece sólo como Dios a secas, sin preámbulo
alguno.
Y no sólo eso, este Dios, nuestro Dios,
aparece para una acción concreta y sorprendente: para llamar a un desconocido
(Juan) hijo de un desconocido (Zacarías) trayéndolo desde el desierto.
Un Dios último y sin títulos ni
prerrogativas que llama a uno que se le parece.
Un desconocido a los ojos de los hombres
cuya única virtud es la escucha vivida en el silencio de algún lugar ignoto.
Dios viene pues, para llamar en medio de
una historia que se crea sus propias reglas, pero en la que Él actúa sigilosa y
directamente no por el uso del poder y la riqueza, sino por el uso de la Voz
que resuena en uno que vacío de sí mismo y desapegado de todo, está libre para
escucharlo y hacer lo que Dios le susurra al oído interior.
Tal vez el remedio de Juan, sea el
indicado a tantos insatisfechos.
La primer Palabra proviene de Dios y esa
Palabra se desliza suavemente en los corazones y oídos trabajados en el
silencio que permite la escucha, y entonces sí decir a los otros las palabras
de Dios, convocar y actuar.
Juan, está en el buen lugar que puede
sincronizar con el lugar que ocupa Dios en esta historia cuyos verdaderos
protagonistas e impulsores a veces desconocemos flagrantemente.
Juan, nos da la clave de cómo se actúa
en la historia detrás del impulso de Dios, siguiendo el impulso de Dios.
Juan, da su lugar adecuado y suficiente
a la conexión con Dios y dispone toda su persona para eso. Es su ocupación
principal y la que permite que escuche y actúe en el sentido adecuado,
necesario e imprescindible.
Un desequilibrio en la hiper conexión
con el mundo y sus asuntos, en cantidad de tiempo, espacio y preocupación;
conlleva una ineficaz conexión con Dios y sus asuntos que son los que
verdaderamente sostienen el mundo. Miles de ruidos, miles de imágenes, decenas
de puntos de atención, nos limitan, condicionan y entorpecen.
Cómo Juan, nos tenemos que hacer desde
el silencio y la escucha, desde el llamado de Dios y sus planes.
Como Juan tenemos que ser libres de ser
lo que Dios nos ofrece ser y hacer. Como Juan debemos abrazar nuestra vocación
no por ligaduras de tradición, de destino impuesto o cómodo, desde capacidades
o supuestos talentos conocidos (¿quién sabe a ciencia cierta cuales son
verdaderamente todos sus talentos si no hemos explorado más que dentro de un
frasco?). Juan que por tradición familiar debía ser sacerdote y estar en el
templo, lo encontramos orante en el desierto, puro pero lejos del centro de
pureza ritual y social de su época. Será un profeta. ¿Dónde está nuestra profecía?
“(Juan) comenzó entonces a recorrer… anunciando un bautismo de conversión para
el perdón de los pecados…”
Dios se introduce en la historia e
introduce a sus elegidos, para una misión de cambio radical, profundo, que nos
devuelva la integridad perdida, la plenitud de las potencialidades y fuerzas
que Él nos ha dado. Esto, está poética y pictóricamente expresado en las
palabras del profeta Baruc, que acabamos de leer.
“Paz en la justicia” y “Gloria en la piedad”
“Dios conducirá (a
su pueblo) en la alegría,
a la luz de su gloria,
acompañándolo con su misericordia y su justicia.”
O como dice san Pablo hoy: “Estoy
firmemente convencido de que Aquel que comenzó en ustedes la buena obra la irá
completando hasta el Día de Cristo Jesús.”
¿Encuentra
Dios en nosotros, silencio, escucha y disponibilidad para esta obra a
completar?
“Levántate, sube a lo alto, y contempla la alegría
que te viene de Dios.” (Bar 5, 5; 4, 36)
P.
Sergio-Pablo Beliera
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