Homilía Domingo 1º de Adviento, Ciclo A, 28 de noviembre de 2010
Estos días pensaba en la tarea de tantos, de la dedicación de tantas vidas en engrandecer a otros. En esa personas que creen que la grandeza de sus vidas es extraer grandeza de los demás, es inspirarlos de grandeza, instruirlos en cosas grandes, mayúsculas. Cuantas vidas ocultas para dedicarse por entero de los otros y no de sí mismos. Pensaba que si esas personas existen en mi vida y tu vida, como no considerar a Dios en la cúspide de esta actitud, de esta actividad. Me duele el pecho cuando me topo con personas que experimentan o creen que Dios los empobrece, los condiciona, los limita, los achica… No conozco ese Dios, no puedo creer en ese Dios… El Dios de mis padres, el Dios de mi Iglesia, el Dios de mi Jesús, no es ese sino el que engrandece, aumenta y expande…
Dios prepara, Dios avisa, Dios propone, se preocupa porque estemos preparados. El es muy bueno y por eso quiere vernos en buen estado. No quiere agarrarnos infraganti, no le gusta decirnos “te pesqué” al contrario nos revela el camino para encontrarnos con Él. “¡Vivan seguros los que te aman!” dice hoy el salmista. Lo que son amados por Dios, los que aman el obrar de Dios, lo que aman a Dios viven la experiencia de la seguridad, porque pase lo que pase ya estamos en casa, estamos en su amor, ese nuestro hogar. Estamos seguros porque Él nos tiene y es así como nosotros lo tenemos a Él. Él con su amor nos prepara para lo bueno, Él con su amor nos avisa el camino del bien, Él nos propone elegir vivir en su Casa, Él se preocupa para que nadie perfore la paredes de nuestra Casa, Él nos despierta para recibirlo y gozar de su compañía.
Esta preparación nos afianza, nos eleva, congrega, instruye, encamina, forja, pacifica, ilumina.
Nos afianza en cimientos sólidos de los más altos valores. Afianza nuestra existencia poniéndose él mismo como garante de nuestras necesidades, Él mismo con su propia existencia paga por nosotros. Nos afianza porque nos afirma y devuelve la seguridad con su entrega por amor a nosotros cuando nosotros no lo conocíamos. Nos afianza por nos apoya y nos sostiene con su Palabra de Vida y su Pan de Vida, con Agua Viva calma nuestra sed. Nos afianza tomándonos de la mano con sus propias manos creadoras, crucificadas y resucitadas y nos consolida en nuestra condición de hijos amados.
Nos eleva moviéndonos hacia las cosas de arriba que son Él mismo: ser, unidad, verdad, bondad. Nos eleva impulsándonos hacia cosas altas tan altas como el amor que lo hace descender hasta nosotros y lo eleva en la cruz hacia el amor del Padre, y nos permite esforzarnos en eso mismo dándonos vigor con su Persona en nuestra persona. Nos eleva colocándonos en el mejor lugar que podemos tener que es amar como Él nos ama.
Nos congrega en torno a sí, nada más y nada menos que en torno a sí, para que permanezcamos cerca de la fuente de todo que son las Palabras de Jesús y su Cuerpo Eucarístico.
Nos instruye con las Palabras y los gestos de Jesús que son la manifestación viva del querer de Dios y del anhelo profundo del hombre. “Él nos instruirá en sus caminos y caminaremos por sus sendas”.
Nos encamina en el seguimiento de su Hijo Amado, enviado para ser Camino, para ser seguido en la peregrinación hacia la Casa del Señor. “¡Qué alegría cuando me dijeron: "Vamos a la casa del Señor!"
Nos forja con la perseverancia, con la constancia, con la pobreza, con la providencia, con la sencillez, la sobriedad de vida, la generosidad que se antepone a mi propia necesidad.
Nos pacifica porque nos da todo por anticipado y gratuitamente, no teniendo que luchar por ningún bien contra mi hermano, haciendo de nuestros enemigos amigos en el perdón sin límites. “Por amor a mis hermanos y amigos, diré: "La paz esté contigo". Por amor a la casa del Señor, nuestro Dios, buscaré tu felicidad”
Nos ilumina enviándonos a la mismísima Luz que es Jesús, que ilumina nuestras inteligencias, nuestra voluntad, nuestra libertad para pensar, querer y hacer Su Voluntad. “¡… caminemos a la luz del Señor!”
“…revístanse del Señor Jesucristo” porque solo en amor que busca hacerse semejante a Él en todo encontramos nuestra verdadera grandeza y plenitud. Ser como el Hijo Amado en un deber de amor de los que quieren ser hijos amados. Hacernos tan parecidos como podamos a Jesús que viene, es el genuino deseo de quien ama a quien viene porque nos ama.
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