martes, 14 de diciembre de 2010

Homilía Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, Ciclo A, 8 de diciembre de 2010


Homilía Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, Ciclo A, 8 de diciembre de 2010
Celebrar la Inmaculada Concepción en el contexto contemporáneo puede darnos algunas pistas interesantes como desafíos a nuestra experiencia de la fe.
En primer lugar porque hoy como hace dos mil años somos un pequeño número de creyentes que nos hemos reunido a celebrar un gran Misterio. Si miramos nuestro contexto no podemos dejar de reconocer nuestra pequeñez y hasta diría insignificancia numérica y de poder. También el desafío de cómo comunicar en palabras y gestos un Misterio tan hondo. Como María, no somos nada relevante para nadie en nuestra fe en este tiempo. Pasamos desapercibidos para tantos y para tantos lo que hacemos no tiene ningún valor. Eso mismo, nos ofrecer la extraordinaria oportunidad de darle un valor en sí misma a la experiencia de la fe, lejos de toda tentación de exposición de poder, de prestigio o adulación. Lejos de ser un problema, es una oportunidad de darle valor a la experiencia de la fe en sí misma, lejos de todo elemento distorcivo.
Por otro lado, lo que hoy celebramos es la fuerza del hacer de Dios. Dios que hace sin que el hombre lo perciba, pero que hace y hace en serio. Todo lo que sucede tiene una trama oculta que antecede al acontecimiento que vemos y vivimos. Esa trama es fundamental, porque es la que permite que las cosas se den de tal o cual forma. Todo lo que me rodea se va impregnando en mí, por eso debo ser tan cuidadoso de brindarme a mi mismo enmarco adecuado para que lo que me llegue sea acorde con lo que verdaderamente soy y deseo que suceda en mí. Toda María es hecha hoy pura por la mano de Dios, para ser la Madre de Jesús, el Salvador. María experimentará ese hacer todo de Dios, esa iniciativa de Dios, ese hacer solo Dios en ella. Cuando se le anuncie que será madre, no por obra del hombre sino por obra de Dios, tomará conciencia que hay algo ya hecho por Dios en ella que le permite ser lo que es y enfrentar ese acontecimiento como lo está enfrentando. Para nuestro mundo semejante mensaje en un shock muy fuerte, directo a las entrañas de nuestro ego personal y social. Nuestro mundo contemporáneo no soporta este mensaje, lo siente intolerable e inaceptable… ¡Cómo puede suceder algo en lo que el hombre no sea protagonista absoluto! ¡Es imposible!
Como en la experiencia de la liberación de la esclavitud egipcia, María es invitada a dejar que el poder de Dios la cubra con sombra, y dejar que sea engendrado en ella lo que es Santo y que solo puede provenir de Dios. Solo Dios puede proveernos de Libertad, solo Dios puede proveernos de Justicia, solo Dios puede proveernos de Vida.
Así como María, como nosotros hoy, estamos invitados a darle relevancia a la preparación oculta y silenciosa que precede a todo lo que es verdaderamente importante. Solo una buena preparación puede proveernos de lo que necesitamos. Dios prepara a las personas para su vocación y su misión, las provee de lo que necesitan, ser plenamente disponibles para que Él haga antes y nosotros hagamos después de Él, es fundamental. Obra sobre obra, por decirlo de alguna manera. ¡Y como nos cuesta este mensaje! A pesar que nos preparamos años y años en la escuela, en la universidad, cuando se habla de la fe, no tenemos el mismo criterio, no le damos la misma importancia y disposición a la preparación que precede a la acción de la fe. Como María estamos invitados a revalorizar y darle lugar a la preparación para que Dios pueda obrar en nosotros. Nuestra fe necesita una pureza extrema en este tiempo. Pureza que procede de la no interferencia de elementos extraños a nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos. Es la pureza de un vínculo estrecho y pleno con Dios, un vínculo intenso y expansivo, un vínculo duradero y demarcante.
Por último hay que destacar que el mundo que nos rodea y no cree como nosotros nos necesita a nosotros bien preparados y enteramente disponibles al obrar de Dios. Como Isabel es un signo para María, así nosotros por la fecundidad y la fertilidad del llamado y el hacer de Dios en nosotros, seremos un signo creíble para el mundo. Si nosotros, como María, le damos enteramente lugar a Dios en nuestras vidas, si su plan es nuestro plan, entonces los demás aceptarán el realismo y la honestidad de nuestro vínculo con Dios.

P. Sergio Pablo Beliera

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