HOMILÍA Domingo de Ramos de la
Pasión del Señor, CICLO B, 1 DE ABRIL DE 2012
“El Señor lo necesita y lo va a
devolver en seguida”. Como pocos
Jesús, sabe de lo efímero de ciertos acontecimientos, de lo efímero de ciertas
manifestaciones, de lo efímero de ciertos pensamientos y convicciones. Hay un
no se que hace que las cosas se nos escurran entre las dedos y no podamos
contenerlas en nosotros, como si nuestras frágiles manos manifestaran la
inconsistencia de ciertas actitudes fundamentales de la existencia humana. Ese “lo
devolveré en seguida” golpea mi conciencia de lo efímero de la gloria
humana.
Pero lejos de cualquier actitud
de desprecio ante semejante panorama, Jesús insiste en la necesidad del gesto,
en la necesidad del acontecimiento, en la necesidad de llevarlo a cabo. Esa
necesidad es doble:
- por un lado para que Dios
pueda manifestar en nosotros lo que nosotros no podemos sostener por nosotros
mismos. Es por eso que la aclamación surge de niños entusiastas, que en su
pureza y fragilidad, dejan salir de sus labios palabras que la falsa prudencia
de los adultos no podría. Y el contagio de unos a otros los lleva a alfombrar
el camino por el que pasa Jesús, como si él no debiera pisar la tierra para no
ensuciarse los pies. Ya llegará la hora de que lo veamos totalmente
ensangrentado, hundiendo su rostro contra la loza de las calles de Jerusalén;
- por otro lado necesitamos
decir lo que nuestra conciencia no alcanza a percibir pero que necesitamos
manifestar para poder volver sobre esa experiencia en los momentos difíciles
para sostenernos sobre lo que pudimos a pesar de nosotros decirle y aclamar a
Dios, y en los momentos de gozo para recordarnos que alguna que otra vez hemos
olvidado, lo que necesitábamos tener siempre presente, y que a pesar de nosotros
mismos Dios a podido movernos a un sí.
Así vamos haciéndonos uno con
los sentimientos de Jesús, expresados en las palabras del profeta: “El
mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al
fatigado con una palabra de aliento.” Cuando experimento que no puedo,
es el Señor quien está a mi alcance y me da, lo que por mi mismo no puedo
alcanzar: “una lengua de discípulo”. Aprendo, no por mis fuerzas sino por
la acción de Dios en mí, -que no queda indiferente frente a mis impotencias- y
desde ahí mismo quiere hacerme uno que “sepa reconfortar al fatigado con una
palabra de aliento” sincero, ya que yo he experimentado ese consuelo
frente a mis propias frustraciones. Somos discípulos a los que le ha sido
entregado el examen con las respuestas y la aprobación por anticipado.
Cuando de tarde o de noche
recorro las calles de Olivos, veo familias enteras con esos enormes carros
recogiendo y transportando cartones, veo sus cansancios, su frustración frente
al hambre y la sed, frente al peso de una larga y agotadora jornada, que se
reiterará en pocas horas más. Esos rostros sin entrada y sin salida. Y pienso
en esta llamada ineludible a ser un creyente que “sepa reconfortar al fatigado con
una palabra de aliento”… Cuando los niños están en las calles frente a
nuestros autos tratando de ganar nuestra atención que les de una moneda de
aliento, no veo solo la frustración de ellos, sino la nuestra como semejantes y
como creyentes, como sociedad. Y aún más la de Dios por no poder verme aún
convencido de que debo ser alguien que “sepa reconfortar al fatigado con una
palabra de aliento”. A ese Jesús que tengo enfrente.
Pero, frente a estas
experiencias me siento llamado con ustedes a unirme a la convicción de Jesús,
frente a lo inconsistente y decir: “…sé muy bien que no seré defraudado.”
Porque el mismo Señor que me permite con ustedes ver este fragmento del todo,
me hace ver que Él puede cambiarme y darme con Jesús su convicción de ir hasta
el final y dar la vida y esperar su respuesta. No, no me defrauda el Dios que
me devuelve la memoria y impulsa junto con ustedes a no quedarnos en este
fragmento de la historia sino a ir hasta el final.
Porque si el Hijo Amado del
Padre tuvo el coraje, como dice el apóstol: “Y presentándose con aspecto
humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz…”
hacía ahí mismo nos encaminamos movidos por la urgente esperanza que nos
susurra el ánimo de no perder el ánimo poniendo nuestra mirada solo en nosotros
y en nuestra contingencia. Es la esperanza de un camino cierto que recibió la
respuesta del Padre, la que nos anima a entrar de cuerpo y alma completo en
esta Semana Santa. Que es semana porque en ella el Padre del Principio recreará
en Jesús su obra y más asombrosa aún, día a día seguiremos a Jesús dejándose
destruir por las manos asesinas de los hombres y dejándose crear por las manos
de vida del Padre. Y santa, porque en la historia humana deja de ser para
siempre historia separada de Dios y es en Jesús historia de una humanidad
santificada por la entrega radical e inconveniente, del Hijo Amado del Padre.
Frente a una humanidad que aún
le reprocha a Jesús: “¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a
sí mismo! Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que
veamos y creamos!”. Nos encaminamos hoy a ser parte de un puñado de
empecinados creyentes que nos aferramos con Jesús, a la promesa de Dios que se
cumple en la Pascua de Jesús dentro de siete días, para hacerse en nosotros cada
siete días memoria de una humanidad que ya no estará sola nunca más.
P. Sergio Pablo Beliera
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