Homilía Viernes Santo de
la Pasión del Señor, Ciclo B, 6 de abril de 2012
“Tengo sed”, dice Jesús, antes del
final. Nuestro amado Jesús, tiene una vez más sed, como en el pozo de Jacob
ante la samaritana, hoy vuelve a pedir de beber. Pero, como en aquella ocasión
la sed no se sacia con un agua que no sea de materia espiritual, que provenga
no de los surcos de la tierra o de sus profundidades, sino del Corazón de Dios
y del corazón de los hombres. Él que nos ha prometido el Agua Viva, hoy la
suplica para sí como hombre y como Dios. ¿Qué
sed es esta? ¿Qué nos dice a
nosotros?
Es la súplica de Jesús, que recoge todas las
súplicas de sed de los hombres crucificados y dolientes de la historia, pasada,
presente y futura. Es la sed que no será saciada en todas las estaciones de la
vida: de la primavera de la vida, del verano de la vida, del otoño de la vida,
del invierno de la vida.
¿Quién
podría saciar la sed del alma sino Aquel por quien y para la que el alma fue
hecha? ¿Quién sino Dios puede regar nuestro desierto de indiferencia, de
olvidos, de rechazos, de negaciones, de violencia, de no amor? ¿Soy conciente
que nadie saciará esa sed, que deberé aprender a vivir con ella y en ella, para
ser saciado, por el Agua Viva que surge del Espíritu que nos ha dado vida y que
nos ha conducido a perderla para volverla a recobrar?
Si en nuestra sed, como en la del Amado Jesús,
no encontramos algo de infinito, algo que trasciende lo conocido y asequible,
¡qué sentido tendría esa sed!. Los no amados permaneceremos como no amados en
el mundo, para ser calmados en nuestra sed sólo por la Sangre de Jesús, esto es:
su Amor Derramado en la sequía de la historia, porque cuando ya no había agua,
cuando ya no había compañía, cuando ya no había remedio, solo quedaba el agua
de la propia Sangre para ser derramada.
Entonces podremos decir con el Amado y Buen
Jesús, “todo se ha cumplido”. Ya no hay nada humano que sostenga a
Jesús, ya no ha nada humano que nos sostenga a los hombres, todo es ahora obrar
puro de Dios. Jesús, ha permanecido amando en la Cruz. Jesús, se ha dulcificado
en la salobre experiencia del sufrimiento. Jesús, ha terminando de hacerse
hombre. No hay poder de este mundo que lo sostenga, lo ha entregado todo, se ha
desprendido de todo, ahora sí todo pobre, ahora sí todo casto, ahora sí, todo
obediente, ha alcanzado la más plena desnudez humana. Ha permanecido apartado
del odio, del poder, del ego, del sí mismo, de la venganza, de la revancha, de
la puerta ancha, solo ha prevalecido el Padre. Ha entrado por la puerta estrecha
de la Cruz, de la Muerte, del Sí. Ha llevado su fidelidad hasta el extremo,
experimentándose amado por el Padre, mientras los hombres lo iban abandonando y
odiando. Se ha cumplido el extremo de la ceguera y de la crueldad humana. Se ha
cumplido el extremo de la Luz y del Amor del Padre en el Hijo: “Si,
Dios amó tanto al mundo que entregó a su Único Hijo”. La entrega
inicial, la entrega en el andar, llega a la entrega final. El Hijo se ha hecho
todo Siervo aceptando su condición de Hijo con mayúscula y de hijo de hombre
con minúscula.
Y como si estas palabras no fueran suficientes,
los gestos vienen a corroborar su sentido y valor: “E inclinando la cabeza, entregó
el espíritu.” Jesús, ha recostado su cabeza en el pecho invisible del
Padre para los ojos humanos, solo visible para el Hijo Amado del Padre. Él es
el verdadero Discípulo Amado, salido del Corazón del Padre, que se recuesta
finalmente en ese Corazón de Padre. Y todo lo que ha recibido, escuchado y
cumplido, salido de esa íntima escucha, lo ha entregado en su espíritu humano.
Se entrega a la muerte para esperar la respuesta del Padre. Inclina su cabeza
en un silencioso e impotente gesto de reverencia amorosa a la Voluntad de Amor
del Padre. Inclinado se entrega al silencio y la soledad extrema donde ningún
consuelo humano puede ya alcanzarlo.
Y más aún, “no le quebraron las piernas, sino que uno
de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre
y agua.” Inerte para los hombres, el Cuerpo de Jesús, hecho Puro Amor, traspasado
por la violencia de los hombres, entrega como manantial Sangre y Agua, surgidos
de las profundidades de su Cuerpo para saciar con ellas la sed de amor del Jardín
abandonado por los hombres, la tierra creada por la bondad del Padre y que los
hombre invadimos con nuestra maldad.
Nuestra tierra de hoy, nuestra ciudad de hoy,
nuestra sociedad hoy, nuestra humanidad hoy, una vez más, vuelve a necesitar de
la Sangre y Agua que manando del costado abierto de Cuerpo inerte de Jesús, es
ahora Sangre y Agua de los discípulos de Jesús que ven y creen ante semejante
Amor.
Nuestra tierra de hoy, nuestra ciudad de hoy,
nuestra sociedad hoy, nuestra humanidad hoy, una vez más, vuelve a recibir la
Sangre y el Agua del Corazón traspasado, en la Sangre y Agua asimilada en la
vida de los que sufre y aman al mismo tiempo, como verdaderos discípulos del
Corazón traspasado, porque ha visto con los ojos del Padre “…al que ellos
mismos traspasaron”.
P. Sergio Pablo Beliera
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