domingo, 29 de diciembre de 2013

HOMILIA SOLEMNIDAD DE LA SAGRADA FAMILIA, CICLO A, 29 DE DICIEMBRE DE 2013

“…el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre…” Hoy contemplamos a Jesús en medio de María y José. El hijo que en María proviene del Espíritu Santo. El hijo que en José es acogido en el sueño.
Allí esta Él, en medio de ellos dejándose acoger y así dejándose acoger por toda la Humanidad, aún aquella que no lo espera. Es el Dios de la Paciencia que sabe buscar y esperar al hombre.
Se deja hacer. Y a la vez recibe a todos silenciosa y gratuitamente. El silencio de Jesús ya da el fruto del encuentro amoroso entre Dios y el hombre.
La familia sagrada de Jesús, María y José, es la familia de tres ciudades en la que viven distintas situaciones de su vida de fe y de familia: Belén, Egipto, Nazaret.
La familia de Belén nos habla fuertemente en su silencio y en su sencillo ocultamiento. 
Es un silencio de adoración de las maravillas de Dios. Una adoración silenciosa de Dios que se hizo hombre en su hijo Jesús.
En el silencio que no comprende adoran y reciben con gratitud la Gratuidad del Dios que salva dando a sí mismo en la carne de un hijo que proviene del Espíritu Santo y que es acogido.
En Belén, se aprende a adorar simplemente sin necesidad de palabras, sólo en el lenguaje del gozo que un Niño nos ha nacido.
En Belén, se aprende a encontrar un lugar que sea digno del Dios que se abaja, sin pretensiones de rey sino con la convicción de simple siervo. Es una familia mendiga de un hogar, de un techo, como tantas a lo largo de la historia. Dios no tiene un techo propio, pero José le encuentra uno.
En Belén, se aprende a no renunciar a un techo, a un hogar porque son una familia. Como tantas familias que buscan un techo porque saben que una familia necesita una casa en que hacer la experiencia del hogar.
En Belén, experimentan como su hijo Jesús se convierte en adoración para pastores y magos, los pequeños y los sabios se postran ante su Niño envuelto en pañales, y surge la admiración interior.
En Belén, la familia aprende del rechazo y del peligro que el hombre puede experimentar frente a Dios, porque Dios derriba a los poderosos de sus tronos, pero no con el poder de la fuerza, sino con la potencia de su obrar silencioso, con su montaña de ternura y compasión por su pueblo, dando su vida por el y no sirviéndose de el.
En Belén, la familia el peligro que comporta para los demás, tener a Dios en medio suyo. Es una familia que debe preparar la huida, el exilio, para proteger al Niño, y eso comporta proteger su fe, ser fiel a Dios y no a los hombres.
Es la familia obediente a Dios y sólo a Dios.
En Egipto, se aprende de la Providencia de Dios. Allí, como extranjeros, están más seguros que en su propia tierra entre los suyos.
Así cómo la familia de Jacob creció y se expandió en Egipto, la sagrada familia puede ver los primeros crecimientos del Niño en Egipto.
En Egipto, es un momento de gran comunión familiar, de dejarse acoger por los otros, de recibir de otros protección y seguridad. Allí, en su experiencia, Dios reconcilia a Israel con Egipto y  se prepara ya una reconciliación universal, porque la sagrada familia se hace allí universal, según el querer de Dios.
Y finalmente, llega el momento de la vuelta, del regreso, pero como Moisés, Jesús no podrá entrar en la tierra prometida. Deberán partir a las periferias de Galilea, a la pequeña Nazaret. 
En Nazaret, Jesús será educado por José y María, lejos del centro religioso, social y político de Jerusalén. Será un Niño de las periferias de una aldea pobre, de padres que viven de su trabajo de artesanos.
En Nazaret, no irá a ninguna gran escuela rabínica, y sus vecinos son gente de trabajo.
En Nazaret, su vida social será en una sociedad de pares sin marcadas diferencias. Rodeado de un paisaje fértil al cual se verá será muy afecto.
En Nazaret, es el tiempo de la vida oculta o también, de la vida visible e insignificante de la humildad de un Dios que vive, crece y trabaja en medio de su pueblo, sin hacerse notar, porque ha “venido a servir y no a ser servido”.
En Nazaret, no hay lugar para grandezas y aires de gloria, sólo espacio para una gran y sosegada vida de Comunión, de Servicio y Silencio.
“El que respeta a su padre tendrá larga vida y el que obedece al Señor da tranquilidad a su madre”. Por eso mismo, es el tiempo de crecer en estatura, sabiduría y gracia delante de Dios, guiado por sus padres, a la vista de todos pero sin ser visto, como la semilla que cae en tierra fértil y espera el momento de dar su fruto.
Así María y José viven un triple movimiento de su vocación y misión:
Acoger al Salvador con su Sí, dejando hacer a Dios por su Espíritu.
Dejándose salvar por Él, en la gracia y en la historia.
Y colaborando con Él en la salvación de los hombres, como padres que se vuelven hermanos por escuchar y poner en práctica la palabra de Dios.
En Belén, en Egipto, en Nazaret, la sagrada familia va, Adorando, Meditando y Fructificando al tiempo y forma de Dios.


P. Sergio-Pablo Beliera

jueves, 26 de diciembre de 2013

Homilía Navidad, Ciclo A, 25 de diciembre de 2013


¿Qué experiencia de Jesús hacemos los cristianos y el mundo entero en este inicio del siglo XXI?
No es una pregunta más de cara al acontecimiento de la celebración anual del Nacimiento del Señor Jesús.
Así cómo los cristianos del siglo I de la era cristiana, se hacían esta pregunta y nos regalaron su experiencia en el Evangelio de Juan con esta respuesta:
"La Palabra se hizo carne y hábito entre nosotros".
Palabra y Carne, Morada e Inhabitación. Esas son sus experiencias de esta realidad que hoy celebramos.
Y otras experiencias como: 
Al principio existía la Palabra...
En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres...
La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre...
La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron…
…a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios…
Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios...
Y nosotros hemos visto su gloria...
De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia... 
Hoy, ¿cuáles serían esas experiencias? 
Abramos nuestra alma y nuestro espíritu común, y dejemos que nos hablen que es lo que han percibido y perciben de un Dios que se hace carne de nuestra carne, que rompe las distancias impuestas por el hombre y su obstinación en vivir sin Dios, a pesar de Dios, siendo su mismo dios.
Hoy, experimentamos la imperiosa llamada a tener Dios, a ser de Dios, ha dejarnos habitar por Dios. El hombre clama a Dios en su desesperada y acelerada búsqueda de sí mismo.
Es el Niño Jesús, Hijo Eterno del Padre, nacido en el tiempo, quien permanece como el hombre verdadero que ha encontrado por un lado el camino de descenso para encontrar al hombre y por el otro el camino de ascenso para encontrar a Dios verdadero -no un dios inventado-.
El Niño pequeño, habla de un Dios Siervo.
El Niño recostado, nos habla de un Dios Entregado.
El Niño en brazos de su Madre, nos habla de un Dios de Ternura y Misericordia.
Encontramos a Dios, porque Dios se deja encontrar en Jesús de una vez y para siempre: “Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Dios Hijo único…  ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo…”
Nuestro camino que se inicia en esta Navidad de Jesús hoy, es Contemplar este regalo, Experimentar este regalo, Celebrar este regalo, Dar este regalo…
Contemplar…
Adorar…
Dos actitudes de silencio, de receptividad, de apertura, donde el hombre cotidiano encuentra el camino de dejarse dar por Dios en Jesús. reencontrase con el Dios como Regalo…
Aprender…
Servir…
Dos actitudes de gratitud alegre, de imitación fructífera, de donación de sí mismo… Donde el hombre cotidiano encuentra la oportunidad y el desafío de hacerse semejante de sus semejantes a la medida de la semejanza de Jesús…
El hombre de hoy recibe la Buena Noticia que la Pequeñez, que la Pobreza, que la Ternura, que la Misericordia, que la Sencillez, que la Simplicidad, de un encuentro directo con Dios a través de Jesús, ha venido para quedarse en la Historia personal y de la Humanidad para siempre, y que vivirlo es un Gozo, y no sólo eso sino, “el Gozo”, el Gozo de vivir el Evangelio de la Navidad de Jesús, principio de vida, de luz, de amor y de paz, para todo hombre. 


P. Sergio-Pablo Beliera

Homilía Navidad, Ciclo A, 25 de diciembre de 2013


“José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa… Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”.
Ese Jesús anunciado, es hoy un Jesús celebrado y fuente de vida para todos nosotros. En su Nacimiento reconocemos el comienzo de una Novedad y Plenitud de la humanidad anterior a Él y posterior a Él, que traspasará nuestro días y llegará hasta un futuro inmenso.
El acontecimiento de su nacimiento, fue un hecho familiar, que poco a poco comenzó a trascender la fronteras de aquel Belén. Pero fue un acontecimiento vivido en una inmensa fragilidad exterior pero envuelto de la fortaleza que sólo la ternura de una madre y un padre, vueltos enteramente hacia la voluntad de Dios hasta hacerse una con ella a fuerza de la apertura de la fe de los pequeños.
El Papa Francisco habla de este acontecimiento de una forma que es una gran anuncio para nuestro tiempo en esta Navidad.
"María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura." (EG 286)
Inspirados en estas palabras del Papa Francisco, quiero invitarlos a celebrar esta Navidad, ocupándonos de las cosas del Señor Jesús como María y José.
Saber transformarlo todo con “una montaña de ternura”, para acoger a la Ternura en persona.
Saber... Esto es, esmero en todo lo que se hace pero en una inmensa y desbordante gratuidad. Porque Dios se esmera gratuitamente para darse a nosotros a tal punto de pasar desapercibido pero completando y plenificándolo todo.
Saber... Esto es, mucha creatividad en todo lo que se hace, no siendo una máquina aburrida de repeticiones de errores o equivocaciones, sino entregados a resolución de lo que hasta ahora no se ha sabido resolver por las vías ya exploradas. Así es este Niño Jesús, una creación amorosa, que en una situación de gran pobreza desborda los límites de lo pensado, escondiendo a Dios mismo.
Saber... Esto es, aplicar todo el conocimiento acumulado de una manera renovada y eficaz por la vía de la humildad, no queriendo inventar lo que ya esta inventado, ni querer repensar lo que ya esta claro. Jesús Niño, nace y se hace en una historia
Saber... Esto es buscar las ayudas adecuadas para lo que nos desafía y renunciar a hacerlo todo por mi mismo y a mi modo.
Saber... Es ponerlo todo lo que somos y tenemos al servicio de Aquel que lo es todo y lo da todo. Así no trabajamos en vano.
María y José, transforman un humilde pesebre de animales en un humilde hogar para Jesús, en una humilde habitación de niño para El Niño Jesús. Sin qué pierda su humildad y sencillez, ¡eso es muy importante! Nuestros hogares deben guardar su humildad y sencillez para acoger a Jesús que siendo rico se hizo pobre, siendo fuerte de hizo débil y siendo grande se hizo pequeño.
Transformar no es cambiar la esencia sino resaltarla, no es mutar algo en otra cosa sino llevarlo a su esplendor, no es adornarlo sino mantener su sustancial despojo.
Tenemos a veces la tendencia contraria y estamos llamados por el ejemplo de esta noche a guardar la despojada sencillez de la vida humana, sin adornarla de "ferretismos", porque la vida no necesita de una ferretería ni transformarse en un armazón de hierro. Ni tampoco una juguetería de entretenimientos futiles.
Es transformarlo en ternura por la ternura misma. El medio y el material con el cual transformamos una realidad deben guardar relación. Y la ternura es el medio para que la ternura resplandezca. Y esa ternura es Jesús mismo. Y Jesús viviente en nosotros.
La Navidad de Jesús, así vista y vivida esta llamada a transformar nuestras vidas, de otra manera no tiene sentido celebrar lo que no transforma y plenifica nuestras existencias concretas comunitarias, familiares y personales.
Celebremos pues el Gran Acontecimiento no sólo de la Historia de Salvación, sino de nuestra historia familiar, comunitaria y personal de salvación, queriendo ser lo mismo que celebramos.


P. Sergio-Pablo Beliera

domingo, 22 de diciembre de 2013

Homilía 4º Domingo de Adviento, Ciclo A, 22 de diciembre de 2013


“…a fin de conducir a la obediencia de la fe, para gloria de su Nombre, a todos…, entre los cuales se encuentran también ustedes, que han sido llamados por Jesucristo…”
Como amados de Dios, somos continua e ininterrumpidamente llamados a la maravillosa experiencia de la obediencia de la fe.  Esta experiencia se nos da desde el primer instante de nuestra existencia. Y hacernos a ella es un don y una tarea que nos lleva toda la vida, como una gozosa existencia marcada por la llamada del Señor Jesús a configurarnos con Él, estos es, ser como Él y obrar como Él.
Es el mismo Señor Jesús quien es el modelo y la plenitud de la obediencia amorosa de la fe en un Padre que nos ama desde el inicio y nos conduce a la consumación de ese amor en el encuentro cotidiano y definitivo en su Gloria.
José y María son una realización plena de esta obediencia de la fe. Vivieron esa obediencia en la fe no sólo como una experiencia personal, sino como una experiencia anticipada de la experiencia plena de Jesús, su hijo, como dice el Ángel: “…lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo…” Semejante obra es vivible por ellos por la sola experiencia de la obediencia de la fe. Y como una experiencia incoada en su época, para que en toda la historia humana, hasta la consumación de los tiempos, se viva de la misma experiencia.
¿Pero, quién eran José y María en la sociedad de su época? Así podremos captar mejor como llegar también nosotros a esa obediencia de la fe tan gratificante y fructífera, que engendra por obra del Espíritu Santo a Jesús el Señor en nosotros y en nuestra época.
Digamos que, eran “nadie”... Sí, eran unos desapercibidos... Unos invisibles a tiempo y a los de su tiempo... Un carpintero y una desposada virgen que llega a ser madre… Un hombre justo y fiel que ama a su esposa y a lo que ha sido engendrado en ella… Pero todo y cada una de las cosas vividas, en la diminuta Nazaret, en la lejana Galilea… Fuera siempre del centro, del punto neurálgico de su tiempo… Unos descendientes de David, tan pobres e ignotos como el mismo David a la hora de ser ungido. Unos sacados de detrás del rebaño de la humanidad de “la plenitud de los tiempos”.
Tal vez sólo los “nadies” puedan ser lo que están mejor predispuestos a la obediencia de amor a los planes de Dios. Los que sean la tierra fértil que rinda el 30, el 60 o el 100, de la semilla de la obediencia de la fe. Sostenidos en la pequeña e insignificante tamaño de la fe, pero en su inmensa e impensada capacidad de fermentar la masa de la existencia propia y ajena.
Ser “nadie”, puede ser una gracia inmensa que nos permite ser para Dios de una manera sencilla y directa, que conoce el estupor y la tensión frente al misterio del poder del obrar de Dios, pero que se deja guiar sin resistencias a una promesa de fecundidad y vida, de ternura y liberación, de don total y colaboración gratuita. Y así, ser su voluntad viva. Siendo “nadie”, el hombre se deja nombrar e insuflar del Espíritu de la obediencia de la fe, que sabe decirle que si a Dios a pesar de sí mismo y de todo lo que se opone.
Ser y tenerse en la más pura sencillez, es el inicio de ser y tenerlo todo de Aquel que lo es Todo y lo da todo. Es la santa disponibilidad y docilidad a una maravilla de Dios que supera expectativas e imaginación.
Nuestra generaciones sueñan con un “Imagina”, que se canta como un credo de ensueño, pero por el que se hace poco por realizarlo, porque ese imaginar sigue arraigado al peor enemigo de cualquier realización, el exceso de sensibilidad por sí mismo y un discontinuo sentir por los otros más distante e impotentes. Quien imagina desde el confort, sueña más confort para sí mismo.
Pero quien imagina con Dios y desde Dios, es visitado en su conturbación con la paz de un mundo mejor hecho no de sueños, sino de realizaciones bajo el signo de la desafiante obediencia de la fe, que es la pura y plena confianza restablecida entre el hombre y su Dios Amor y Compañía.
Hoy una vez más deberíamos escuchar la pregunta de Dios al hombre: ¿Acaso no les basta cansar a los hombres, que cansan también a mi Dios?” El descanso del hombre es la de la fuente que se convierte en manantial que corre libre y disponible como agua fresca para ser bebida en el caminar en la Presencia del Señor y en el hacerse prójimo como Jesús se hace de cada hombre en cada época. El descanso de Dios es vernos libres de decir que sí en la confianza de hijos en brazos de su madre, que dejan correr una corriente de afecto, de ternura y apertura que nos expone a un encuentro profuso de decires de amor y encanto de el Uno por el otro.
Hagamos de nuestra obediencia amorosa de la fe poesía que nos haga recibir en nuestra casa a María y a Jesús engendrado en su seno por el Espíritu Santo. Con el justo y fiel José, seamos obedientes a la amorosa obediencia de la fe que obra el Espíritu Santo, que acoge la luz de un Salvador que se deja cuidar y así nos enseña a dejarnos salvar por el cuidado mutuo.

Dondequiera que vaya
A lo lejos y en cualquier lugar
Una y otra vez, siempre brillas sobre mí
A través de la oscuridad de la noche, después de llamarme

Y donde quiera que subo
A lo lejos y en cualquier lugar
Me levantas muy alto, más allá del cielo
A través de la noche tormentosa, me levantas arriba

Venite Spiritu et emitte caelitus
Venite Spiritu et emitte caelitus
Venite Venite Spiritu Spirtus

A lo lejos, más allá del cielo (Takatsugu Muramatsu)
Envíen los cielos el rocío de lo alto,
y las nubes derramen la justicia.
Abrase la tierra y brote el Salvador. (Cf. Is 45, 8)


P. Sergio-Pablo Beliera

domingo, 15 de diciembre de 2013

Homilía 3º Domingo de Adviento, Ciclo A, 15 de diciembre de 2013

“Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven…”
Toda pregunta sobre Dios, puede alcanzar su respuesta desde la experiencia del obrar de Dios mismo en medio de los hombres, sino será una pregunta abstracta e inútil. Podríamos además, preguntarnos: ¿qué está haciendo y diciendo Dios a los que hoy creen?
La respuesta sobre el Dios verdadero, se responde desde el estar involucrados en oír y ver lo que Él mismo está obrando en medio de nosotros, entre nosotros, con nosotros y para nosotros. Ahí que vale la pena involucrarse.
“…lo que ustedes oyen…”
Sostenidos sobre esta experiencia, se puede decir con tanta contundencia: ¡Regocíjese el desierto y la tierra reseca, alégrese y florezca la estepa! ¡Sí, florezca como el narciso, que se alegre y prorrumpa en cantos de júbilo!” ¿O es que estas palabras son pura poesía producto de la más fantástica imaginación?. Viniendo de Dios, son palabras sustentables, palabras que encaminan por camino cierto, que echan a andar al hombre allá donde el hombre no puede imaginar ni fantasear. Estas promesas superados me parecen esenciales a la experiencia del hombre respecto de su Dios.
Necesitamos palabras superadoras como estas: “¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios!” Si Dios no las pueden decir, ¿quién las puede pronunciar y no ser una promesa vacía? Estas son las palabras que debemos oír con corazón receptivo, con una mente acogedora, con una existencia disponible para lo que esas palabras prometen y que ya al ser oídas y recibidas comienzan a actuar.
“lo que ustedes …ven… los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres…”
Ver, caminar, purificar, oír… El obrar de Dios en Jesús sana.
Resucitar… El obrar de Dios en Jesús devuelve la vida.
Anunciar… El obrar de Dios en Jesús distribuye la verdad a los pobres.
Repite hoy Señor Jesús por tu presencia en los creyentes, los prodigios que obras donde los hombres experimentan una alegre docilidad a tu Venida, a tu Palabra, a tu Obrar. Repite hoy Señor Jesús, por tu presencia a través de los creyentes los prodigios de ternura y delicadeza de amor que se acercaron gratuitamente a los pobres y sufrientes de ayer y de hoy.
Todo te es posible en la existencia de los que reciben con gozo tu bienaventuranza: “¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo”. Tu obrar en nosotros no es un obrar mágico sino el resultado de una mutua acogida, de una gran acogida, de un dejarte instalarte de lleno en nuestra casa y de imitarte hasta el extremo en tus gestos de amor incondicional.
Quien pretenda esta Presencia contundente e incontestable en su existencia, esta llamado a ser una misma presencia en la existencia de los demás.
Los ciegos ven porque no fueron ciegos a la presencia de Dios en la persona de Jesús, y se convirtieron el luz de la fe para los demás.
Los paralíticos que caminan son aquellos que se echaron a andar en busca de Jesús sea como sea, e hicieron admirar y seguir a otros tras los pasos de Jesús.
Los sordos que oyen son los que siempre escucharon en su corazón las Palabras de Dios y las reconocieron en las palabras de Jesús, y dieron testimonio que esa Palabra Viva esta en medio de los hombres viva y actuante.
Los muertos que resucitan son aquellos que creyeron que Dios quiere la vida de sus hijos y no la muerte, y que creyeron que esa resurrección emanaba de la persona de Jesús a quien conocían e hicieron conocer con su testimonio viviente.
Los leprosos purificados creyeron en la pureza que viene de Dios en la persona de Jesús, y clamaron ese don para ellos porque estaban dispuestos a glorificar a Dios ante los demás.
Si no estas dispuesto a ser testigo del obrar gozoso de Jesús en tu persona, en tu historia, no pretendas que Él obre signos y prodigios de gozo en ti. Por eso que resuene una vez más hoy la bienaventuranza de Jesús en este Evangelio:
“¡Y feliz aquél para quien yo no sea motivo de tropiezo!”.
Bienaventuranza para tener en cuenta en este tiempo, donde estamos desafiados por la realidad del mundo circundante a vivir con más convicción y transparencia, con más arrojo y valentía, un testimonio vivo de nuestro "si" total y definitivo al Señor que vino, que viene y que vendrá. 
Los cristianos de hoy, tropezamos cuando vamos a medias o "a la carta" (Benedicto XVI, Colonia 2005), a la hora de vivir el Evangelio que nos ha sido impreso en el alma y que desde lo hondo de nuestra fe leemos y meditamos para vivirlo plenamente, pero que a la hora de ser puesto en práctica es reinterpretado por la tentación de una "mundanidad espiritual" como dice el Papa Francisco y sus predecesores.
Entonces, ya no es la "alegría del Evangelio" la que nos inunda e invade, sino la tristeza de acomodar lo inacomodable, sufrimos nuestro tener que abandonar las alegrías pasajeras del mundo por la alegría definitiva del Evangelio.
Entonces viene en nuestro auxilio la bienaventuranza de Isabel a María: "Feliz de ti por haber creído lo que te fue anunciado de parte del Señor".
El siervo de Dios Papa Pablo VI, con voz profética después del Concilio Vaticano II, en 1975 se alzó con una exhortación sobre la alegría del cristiano, Gaudete in Domino. Sí, el Gozo en el Señor, el Gozo por el Señor, el Gozo por la Presencia del Señor en nuestras vidas, el Gozo por la obra de liberación y de amor del Señor por los hombres, el Gozo por la llamada del Señor a vivir como Él y con Él según el Espíritu Santo nos lo sugiera; es el gran desafío de nuestro tiempo, de nuestra generación.
No somos cristianos tristes, aún peor, somos cristianos sin alegría por Dios, amargados por haber recibido una invitación a la alegría distinta de la del mundo.
El mundo no carece de fiestas y de excitación, de excesos y diversión, pero de las que ofrece todos se levantan al otro día con dolor de cabeza y de estómago, porque allí no habido ni habrá lugar para el gozo del alma. 
Es el mismo Papa Francisco, quien nos exhorta reiteradamente a dejar nuestra “cara de vinagre”, a abandonar toda alegría pasajera por la alegría de los pequeños del Evangelio, por la alegría de un Dios que en Jesús obra palabras y gestos de amor, de ternura y misericordia en todos aquellos que se apoyan en Él, la Roca firme del verdadero Gozo de darse a los demás sin miramientos, yendo con el Gozo del Evangelio a las periferias de las existencias de nuestros hermanos descartados por el mundo.
¡Volvamos al Gozo! Y seremos Gozo. Pero esto, es posible si como Juan Bautista nos ofrecemos como una tractor que saca al empantanado, como un instrumento de precisión que extirpa el tumor, como un aluvión de gestos de ternura que acoge a todos los heridos por este mundo de fantasía.
Como Juan Bautista, hay que morir por la alegría de nuestros hermanos, como lo hace una enfermera en la soledad de la noche con un enfermo angustiado; como lo hace una madre ante una tormenta que asusta a sus niños; como lo hace un padre frente al llanto contenido por la caída de la bicicleta de su pequeño hijo; como lo hacen los bomberos frente a los incendios; como médico saliendo para una urgencia; como un policía que consuela al delincuente; como un maestro frente a un alumno obstinado; como un sacerdote frente a un pecador titubeante; todos profundamente decididos a no quedarnos en la tristeza, sino partiendo raudamente juntos como hijos del Gozo y de la Esperanza de una alegría impensable pero que sí o sí viene del Señor Jesús.
Todo lugar es oportuno para esta Misión del Gozo. Toda situación es apta para esta Misión del Gozo. Toda circunstancia es un desafío para esta Misión del Gozo.
Con el Papa Francisco repitamos hoy una vez más: no nos dejemos robar el Gozo del Evangelio puro del Señor Jesús.


P. Sergio-Pablo Beliera

domingo, 1 de diciembre de 2013

Homilía 1º Domingo de Adviento, Ciclo A, 1 de diciembre de 2013


Oh Día en el que el Sol que sale de lo Alto despunte,
Oh anhelo de Luz Intangible y Radiante, que traspasa alma y cuerpo sin herir,
Oh Noche a quien se le anuncia la Buena Noticia envuelta de Luz.
Oh Nostalgia de Dios a quien se le acaba su espera, Ven, ven, ven… te abrazo
Oh Visión que los ojos no pueden contener y que abre los ojos del alma,
Oh Casa de Dios que has encontrado sólido cimiento,
Oh Hogar divino al que tus moradores pueden vislumbrar en lo alto de las cumbres,
Oh Nostalgia de Dios a quien se le acaba su espera, Ven, ven, ven… te abrazo
Oh Unidad confluyente que atraes a si a los que te buscan, llaman, timbrean y mendigan
Oh Techo Universal que cubres a todos los que acuden a Ti en busca de cobijo y sosiego,
Oh Sabiduría en la que los pequeños peregrinos encuentran a su Maestro y Camino,
Oh Nostalgia de Dios a quien se le acaba su espera, Ven, ven, ven… te abrazo
Oh Camino recto, Sendero pacífico, recorrido por tus caminantes hacia lo alto,
Oh Juez que nos haces justicia con Misericordia,
Oh Forjador de arados y recolector de frutos,
Oh Nostalgia de Dios a quien se le acaba su espera, Ven, ven, ven… te abrazo
Oh Pacífico que nos traes la Paz,
Oh Pacífico que nos haces hábiles para la Paz,
Oh Pacífico que te haces Luz para el Camino y la Vida, ven, ven, que te abrazo.

El prodigio de quien hace la Promesa es su Cumplimiento. Y el prodigio del que espera en la Promesa es abrazar su Cumplimiento. Se le hacen promesas a quien suspira, a quien anhela, a quien tiene nostalgia de Dios, de su Hogar y de sus Amigos.
¿Estoy abierto a la Promesa? ¿Escucho su susurro?
Ábreme Señor a tu Promesa, que no quede en esta tierra inhóspita solo y herido. Ábreme Señor a que anhele el Cumplimiento de tu Promesa de Amistad, que son mi Ternura y Gozo. No solo no me dejes sólo, sino no nos dejes solos. Ven Habitante de nuestros sueños, ven Presencia de nuestros anhelos, ven Culmen de nuestros corazones.
El hombre necesita de Promesa, porque necesita de horizonte, necesita de Palabra, necesita del Don. El hombre se dulcifica en la Promesa, se hace ternura en la espera de la Ternura. El hombre se forja en la esperanza de una espera fructífera y colmante.
Que triste se vuelve el hombre sin Promesa, porque se la ha robado a hurtadillas a su Dueño y Señor que quería dársela de sus propias Manos en sus propias manos, cada día en un gesto de Amistad y Donación total.
El hombre sin Promesa está desnudo, avergonzado de ver lo que no necesitaba ver, apabullado por una visión de sí mismo y de los demás impudorosa y posesiva.
El hombre sin Promesa es nada y vacío, porque fue hecho para Dios y sólo en Dios alcanza su plenitud y gozo. El sólo intentar satisfacerse por sí mismo es un modo de perder la vida que viene del que es la Vida.
Traición a la propia esencia es vivir sin Promesa, que es lo mismo que vivir sin Dios, que es lo mismo que no vivir aunque se respira, se late, se siente y se piensa. Porque no hay peor cosa que no esperar nada cuando a uno se le promete todo y aún más, cuando ese Todo es Dios mismo.
El hombre recibe de Dios, Promesa de Casa, de Hogar en las alturas, en las cumbres de los montes cual mirador privilegiado del Creador y de la Creación, porque la Ciudad iluminada desde las alturas en visible a todos y a todos atrae. Un hombre sin Hogar, es un hombre echado al borde del camino del que Dios no puede más que compadecerse y llevarlo a la Posada hasta que restablecido pueda Venir por él y lo lleve a Casa.
El hombre recibe de Dios, Promesa de Unidad, de Confluencia, de Encuentro del hombre con el hombre, de los hombres con Dios Uno, Comunión y Acogida generosa. Somos en esencia Hermanos y Amigos, y lo anhelamos como el pan y el agua de nuestras relaciones. Sin los demás somos la negación de nuestra propia existencia. ¿Soy conciente de ello? ¿Si lo soy, de que manera reacciono y me pongo en marcha?
El hombre recibe de Dios, Promesa de Paz definitiva, de Luz de Paz, de Justicia hecha Paz, de una tierra para sembrar y cosechar frutos para todos y cada uno en la Paz. Porque la Paz es el fruto de la Esperanza Consumada y el hombre necesita llegar a la Paz por el sendero de la paz. ¿Corro tras la Luz de la Paz?
Así como Dios lanza la Promesa, Él se hace cargo del Cumplimiento. Eso implica para el hombre la tarea por la confianza no solo en la Promesa, sino en el Cumplimiento en él y en todos.
En una tierra plagada por el incumplimiento de la palabra y la negación del gesto, confiar es toda una proeza. Triste desencanto vive el hombre, del hombre mismo. Triste desencanto que trasladamos a Dios, porque experimentamos que se hace esperar, que no se deja encontrar, que no acaba de venir. Y hasta llegar a la convicción que nunca llegará. Y es que la Confianza solo crece sin condiciones, brota de la palabra, del sí empeñado, de la mano apretada que cierra el Pacto. Y si no se cumple la palabra y el gesto, la Confianza si es tal, no desaparece de mí, permanece en Vela hasta que otra vez se me de la oportunidad de dar la Confianza y recibir la Confianza. Porque el que confía abandona la exigencia que las cosas sean como él las quiere, y sólo permanece en que lo que es bueno se cumpla sea como sea, sean con quien sea, sea cuando sea. La Confianza suelta, y por eso puede ponernos en la mira del horizonte por donde aparecerá el Cumplimiento.
¿Confío? ¿En quienes confío? ¿Bajo que condiciones confío? ¿Puedo dar una confianza sin condiciones?
La Confianza en el Cumplimiento de Dios de su Promesa como Dios, es amiga de la Misericordia, que Dios me hace al venir, pero también al esperar el momento oportuno. El estado de Misericordia, nos predispone a confiar más y más en la medida en que somos defraudados, o defraudadores, o testigo de la defraudación. La Misericordia custodia y rodea nuestra Confianza para que esta no sea herida de muerte. No nos dejemos atrapar por la desconfianza, por la desesperanza, por la intolerancia de la espera, defendamos nuestro territorio de Confianza, de Esperanza, de Espera, y entonces llegará el Día y estaremos atentos y disponibles.
La Confianza nos sostiene en la espera. Y esa espera es a causa de nuestro anhelo profundo de Dios y de hermanos, que no será defraudada. Estamos llamados a pensar en nuestro anhelo de Dios y de hermanos, a contemplar este deseo y confiárselo a Dios, para que Él que tiene el anhelo de ser nuestro Padre y de darnos hermanos, lo cumpla Él mismo, ya que nosotros somos incapaces de alcanzarlo por nosotros mismos. Como dice san Cipriano: “Que Dios vea estos nuestros pensamientos, que Cristo contemple este deseo de nuestra mente y de nuestra fe, ya que tanto mayor será el premio de su amor, cuanto mayor sea nuestro deseo de él.”
Y quien Ama en la Confianza -porque de otra manera no se puede amar- descubre en los signos, indaga en los corazones, posa su mirada sobre el horizonte, contempla el ser y el hacer de su tiempo, y así descubre el Tiempo de la Venida que es el Tiempo del Cumplimiento de la Promesa. Se queda expectante, extasiado, y comienza a velar la esperanza que lo hace esperar. Se hace Vigía del mañana hoy, aquí y ahora. Permanece en Vigilia esperando al Esperado de su alma, de todas las almas. Vela y espera con corazón de enamorado al Amor de su vida, de la vida de todos los hombres. No está meramente despierto, ni simplemente pasa las horas de la noche sin dormir. Es que está inquieto y extasiado, porque el Amor de su vida se aproxima, y la emoción de un encuentro tan esperado lo despabila. Vela balbuceando palabras de amor, aprendidas en el diálogo silencioso y esperanzado con su Amado.
¿Espero al Amor de mi vida, el Señor con corazón palpitante? ¿Dónde tengo posada mi mirada y a quien espero que aparezca en el horizonte de mi existencia?
La Promesa es Jesús vencedor del pecado y de la muerte, del odio y del narcisismo, del individualismo, del sálvese quien pueda, de la indiferencia, de la auto referencialidad, de la mundanidad, de la primacía de sí mismo sobre el hermano. Entonces: “…vistámonos con la armadura de la luz… revístanse del Señor Jesucristo”. Encendamos nuestras lámparas de la Fe, de la Esperanza y de la Caridad para Velar en la Espera.
El Cumplimiento es Jesús, Hijo de Dios hecho hombre y Hombre que permanece Hijo de Dios. Es Palabra hecha gesto de Compasión y Misericordia que cura, perdona, libera, abre los ojos, hace andar, abre horizontes. Porque es Pastor que conoce a sus ovejas y se deja conocer por ellas. Porque es Siervo que sirve gratuita e incondicionalmente. Porque es Señor desde su abajamiento hasta la muerte y muerte de cruz y exaltado por su Amor Fiel. Porque es Puerta del Reino de Dios, Proximidad de ese Reino, y Culmen del mismo. Porque es Luz sin ocaso. El más Grande entre los que se han hecho Pequeños. El Último y por eso el Primero.
Ayer fue la Palabra hecha carne, hoy es la Palabra hecha mi carne, mañana será la Palabra hecha carne en toda carne resucitada. Ayer fue la Palabra que puso su Morada entre nosotros, hoy es la Palabra que pone su Morada en nosotros, mañana será la Palabra que nos abrirá las puertas de su Morada y habitaremos con Él.
Hoy vienes en Tu Palabra hecha Escritura y Memoria e Inteligencia por el Espíritu Santo. Hoy vienes en la Eucaristía Pan de Vida y Bebida de Salvación eterna. Hoy vienes con Hambre, con Sed, como Emigrante, como Desnudo, como Enfermo, como Preso. Y hoy te recibo como vienes para recibirte cuando vengas sin que me de cuenta, sin que pueda calcular el día ni la hora, habiendo renunciado a mí mismo y habiéndote abrazado a Ti Dueño de nuestra Casa el Mundo, de tu Iglesia, de mis hermanos, de mi vida.
¡Que vivan tranquilos los que te aman! ...porque la salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe.


P. Sergio-Pablo Beliera