En este día los sentimientos
de Comunión se vuelven de los más significativos y con mayor implicancia en
nuestra existencia humana y cristiana. Porque de verdad, con toda verdad, Jesús
ha venido a nosotros con una respuesta clara y contundente a las mayores
aspiraciones que los hombres llevamos en las entrañas, en el ADN de nuestro
ser.
Dios, en Jesús hecho carne, de
nuestra carne, uno de nosotros en humanidad, ha venido con aspiraciones de dar
al hombre una nueva humanidad, devolverle a la humanidad su sentido original,
su razón de ser, su lugar en la Creación, y por eso se ha hecho Salvación, que
es el camino de retorno a lo que somos en verdad y no deberíamos dejar de ser
nunca más. Aunque hoy mismo el proyecto de muchos hombres quiera contradecir
una vez más este sentido definitivo y único del camino de Jesús hecho hombre,
alumbrado en nuestra carne, para que ya no haya otra carne que la carne de
Dios. Las palabras anunciadas en el evangelio de hoy son una contundente
afirmación de algo que se repite en cada generación, y la nuestra no es la
excepción: “…estaba en el mundo, y el mundo fue
hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los
suyos no la recibieron…”.
Pero esta no es la última
palabra, la última palabra es claramente, esperanzadoramente: “…Después
de haber hablado antiguamente a nuestros padres… ahora, en este tiempo final,
Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las
cosas y por quien hizo el mundo. Él es el resplandor de su gloria y la impronta
de su ser…” No hay otra respuesta, ya no hay otra realización última
que no sea esta anunciada y comprobada por la propia experiencia de cada
creyente, sobre todo de aquellos que se abisman en la experiencia de Jesús sin
anestesia, sin dilaciones, sin peros, sin… Hacerse de la experiencia de Jesús
nacido en nuestras existencias creyentes como nuestro único modo de ser y de
vivir, de aspiración y de realización.
Por eso, las implicancias de
esa respuesta histórica y la vez actual de Dios al hombre en Jesús, están
siempre al alcance de nuestro Sí. Porque la repercusión que “…la
Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su
gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de
verdad…” es impensada, pero cuando se hace carne en nuestra carne
se vuelve impresionantemente visible. Esa es la existencia de todos aquellos
que luchas no desde sí o desde sus fuerzas o capacidades sino desde la
experiencia de estar habitados no sólo en la historia humana por Dios, sino en
la propia historia por Dios.
No es que sólo “habitó
entre nosotros” sino que habitó en nosotros. Por eso podemos decir con
Juan: “…Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como
Hijo único, lleno de gracia y de verdad…”. Lo hemos visto en nosotros y
en los otros. Porque muchas veces empieza por nosotros y otras veces por los
otros, pero todas las veces de una u otra forma, termina siendo una experiencia
de ser habitados por Dios. Y sólo ahí es que comprendemos algo de lo que
implica que “…la Palabra se hizo carne y habitó
entre nosotros…”.
Estar habitados es como cuando
escuchamos una música, estaba en un momento fuera de nosotros, experimentamos
sus vibraciones fuera y una vez que se introdujo en nosotros a través de
nuestra audición y entró en nuestra mente y en nuestro corazón, de golpe esa
música se hace nosotros, nos conmueve, nos mueve, nos toca y nos deja
diferente, nunca más esa música dejará de estar fuera de nosotros.
La Navidad no puede estar
fuera de nosotros, si no nos habita, difícilmente comprenderemos lo que
significa que “…la
Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros…” y
como esa inhabitación se vuelve trascendente para nosotros, porque lo ha sido
para Dios y para la humanidad entera que puede o no entrar en ser esa Humanidad
Nueva traída por Jesús a nosotros una vez, y que espera ser de verdad un nuevo
modo de existencia para nosotros.
Si el hecho que Dios haya
habitado la carne humana en la persona de Jesús, no se convierte en una habitación
de Él en nuestra propia carne por la fe, por el Sí, el hombre sigue radicalmente
sólo y ese o es el proyecto de Dios. Lo primero debe llevar a lo segundo.
Sin esa experiencia la
humanidad, la propia y la ajena espera aún lo que ya ha venido y se ha
instalado entre nosotros pero que espera nuestro Sí.
Sino, ¿qué sentido tendría lo
que en esta Eucaristía de Navidad pedimos al Padre como Iglesia en
representación de toda la humanidad?: “…concédenos participar de la vida divina de
tu Hijo, como él compartió nuestra condición humana…”.
Es así como contemplamos su
gloria, y vivimos en su gracia y verdad. No como abstracciones o aspiraciones
que no nos implican, sino como realizaciones muy concretas de un Dios que en “…la
Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros…” y
es así como “…a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio
el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por
obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por
Dios…” Estos somos nosotros.
Y por eso mismo, no podremos
mantenernos a distancia de tantas existencias humanas partidas, heridas,
sufridas, de tantas esperanzas por realizarse, de tanta caridad por concretarse,
de tanta justicia en estado de espera… Si Dios no ha querido mantenerse a distancia
de ellos, ¡cómo nosotros haríamos otra cosa!...
P. Sergio-Pablo Beliera
No hay comentarios:
Publicar un comentario
"Solo lo que construye merece ser dicho y escrito"